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'Terminar la guerra ya': Tom Koenigs

El delegado del gobierno alemán en las negociaciones de paz fue comisionado de la ONU en Afganistán.

En su vocabulario en español, que es amplio y fluido, utiliza con frecuencia las palabras vaina, hermano y fregado, como si se tratara de un colombiano más. No es gratuito. Su relación con Colombia es larga y, casi siempre, ha sido admirativa.
Tom Koenigs, el delegado especial del gobierno alemán para las conversaciones de paz, admira profundamente la obra de Gabriel García Márquez, el paisaje diverso del país, la buena onda de la mayoría de nacionales que ha conocido, en medio siglo de ir y venir.
“De joven me apeteció viajar. Comencé por Nueva York. De ahí me fui directamente a México, me quedé seis semanas. Aproveché para conocer Centroamérica: Guatemala, El Salvador, Nicaragua, hasta Panamá, quedándome donde encontraba gente amable. Sabía que tenía que defenderme en español, por eso le puse mucho cuidado a aprender muy bien. De regreso a Alemania tomé algunos cursos. Me quedó la inquietud de volver. Un par de años más tarde estuve tres meses en Colombia, caminando. Siempre solo, con mi mochila al hombro. Fui en bus a San Agustín. Allí me encontré un señor que dijo que me llevaría a donde nace el río Magdalena, al páramo de las Papas.
Fueron ocho días a lomo de bestia; como el terreno es muy escarpado, el hombre me sugirió que me agarrara a la cola de la bestia, como sucede en El Quijote, y así hicimos la travesía. Era un poco ridículo. Llegamos a un lugar misterioso. Allí no se podía hablar para sentir la energía del sitio. Él dijo que no era supersticioso, pero no habló ni una sola palabra. Quedé marcado con esa experiencia”.
Tom Koenigs repite la frase de Gabo de que la ficción supera la realidad, refiriéndose a que muchas noticias que lee en EL TIEMPO, como la del anuncio del gobierno nicaragüense de venderle parte de su mar a un empresario chino, que no se sabe si existe o no, le parecen que surgen del realismo mágico. Pasa igual con algunos trozos de su vida.
Muy joven, heredó de su abuelo, banquero, una suma de dinero, que asegura jamás revelará, pero con la que hubieran podido vivir él y su familia sin trabajar nunca.
Eran los años de la Guerra Fría y los de la contienda feroz en Vietnam. Se fue de Berlín occidental, donde vivía, al oriental y buscó al embajador del Viet Cong, a quien le entregó la totalidad de esa herencia pidiéndole que la hiciera llegar al Frente de Liberación. Años más tarde recibió otra herencia, más pequeña, que donó al MIR chileno. De estos dos episodios ganó en uno y perdió en el otro.
“Soy orgulloso. Creo que el dinero mejor ganado es el que viene del trabajo propio. Las herencias familiares que recibí provenían de la explotación de trabajadores, y por eso tenía que devolverlas a pueblos luchadores. Nunca me he arrepentido de haberlo hecho. Mis hijos piensan lo mismo. No heredarán sino mis libros”. A continuación narra que se ganó a los seis años una bolsa de trigo después de haber trabajado tres días en la finca del vecino. Ese pago lo paseó por todo el pueblo contándoles a sus paisanos lo que había obtenido como pago por su labor, y esa sensación lo hizo muy feliz.
Desde entonces admira a quienes se ganan la vida con su propio esfuerzo. “Como los escritores”, dice.
Fascinado por Gabo
En los años sesenta participó, con Daniel Cohn-Bendit, Daniel ‘el rojo’, y muchos otros, en un grupo de estudiantes que protestaban en las calles de Fráncfort junto con los obreros. Fundaron la librería Carlos Marx, que sigue abierta, pero ahora vende más literatura que política.
“Desde que leí el primer libro de Gabriel García Márquez me fascinó. Personalmente nunca lo vi, aunque tengo varios libros con su autógrafo. Leí en España Crónica de una muerte anunciada, que junto con El otoño del Patriarca son los libros que más admiró. En Alemania anunciaron que publicarían la Crónica un año después y costaría unos 25 dólares.
Como teníamos una revista estudiantil, Adoquín, Dani me dijo que si la novela era tan buena, se iba a retrasar tanto su salida y sería tan costosa que por qué no la traducía. Así lo hice y la publicamos en 16 páginas de la revista. Fue una edición pirata porque no le pedimos permiso a nadie. La presentamos como la novela de un señor G. de Aracataca, Colombia. Tuvimos problema con la editorial y con el mismo GGM. Dani llamó a Gabo a explicarle, y él le respondió: “Hagan lo que se les dé la gana, pero no lo repitan”. La editorial se conformó con la publicidad que tuvo porque hubo un escándalo mediático. Editorial que me pidió que fuera el traductor de obras menores, como la columna que publicaba Gabo en El País de España cada semana”.
Koenigs se dedicó a la traducción por algún tiempo. El libro más vendido en Alemania, 100.000 ejemplares, de ese trabajo, fue uno sobre la guerrilla nicaragüense, escrito por el comandante sandinista Omar Cabezas: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. Cabezas fue hasta hace unos meses procurador de Derechos Humanos del gobierno de Daniel Ortega. “Estuve hace poco con él. Discutimos, no coincidimos en nada, pero seguimos siendo amigos. Cabezas se retiró del gobierno de Ortega porque tenía problemas de memoria, según dijo. Me ha dado mucha pena porque es un narrador excelente. Ojalá los relatos que cuenta con tanta gracia no los olvide”.
“En los años sesenta, todos éramos de izquierda. En Alemania hasta hubo un grupo armado: la RAP, muy discutido.
Los revoltosos de calle, con el paso de los años, nos convertimos en miembros de organizaciones políticas del establecimiento. Nos juntamos a los partidos socialistas o fundamos partidos ecologistas, como los Verdes. La diferencia, con otros inconformes, de la misma época, por ejemplo con los de Guatemala, es que allá los mataron a todos. Algunos de mis compañeros alcanzaron cargos de poder, como Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de la República desde 1998 hasta el 2005.
Ocupamos casas vacías, protestamos contra la patronal. Nuestro líder, Daniel Cohn-Bendit, fue parlamentario europeo en tres periodos. Nos mantuvimos como taxistas. Trabajé también como operario, en la fábrica de automóviles Opel.
Tuvimos protagonismo en la calle, en las manifestaciones, en los movimientos de solidaridad con causas internacionales. Más tarde fuimos ecologistas, pero detectamos que eso no nos daba poder, ni siquiera ampliábamos la influencia porque éramos siempre los mismos. Fundamos el Partido de los Verdes, al que confluyeron tres vertientes: la ecologista, la izquierdista y otra corriente, en 1990, procedente de la RDA. Pensábamos que el sistema político no solo era muy conservador sino muy cerrado, pero logramos entrar”.
Entre los últimos cargos de Tom Koenings está el de comisionado de Naciones Unidas en Afganistán, Guatemala y Kosovo, por diez años. Ahí ratificó que la aplicación de los derechos humanos en las naciones con conflictos es indispensable para no degradar más esas guerras.
“Tengo el privilegio de haber vivido todos mis 70 años en paz; ninguna generación anterior a la mía lo pudo hacer. Mi padre, con tan solo 30 años, y cinco tíos murieron en la Segunda Guerra. Quisiera que los habitantes de todos los países en guerra puedan experimentar una vida en paz para ellos, sus hijos, sus nietos”.
¿Cuál es su balance sobre la situación de Colombia?
Que el tiempo de la guerrilla se acabó. En mi época de juventud tuve mucho respeto y simpatía por el Che Guevara. Pensaba que él podían quebrar las condiciones inequitativas de vida de los países de América Latina. Que habría redistribución del ingreso y mayores oportunidades para toda la población. Eso no sucedió. Por eso afirmó que el camino de la lucha armada se agotó en este país. Los chilenos nos han enseñado que todos los contrarios a la dictadura de Pinochet y de sus generales se tuvieron que unir para conseguir el poder por medio de los votos. La guerra se está acabando aquí, y todos los demócratas se unirán en un gran frente por la paz. No hay democracia si hay balas.
¿Cómo lograr que la gente que ha estado en bandos contrarios se perdone, se reconcilie?
El Establecimiento tiene que aplicar la generosidad, ampliar los canales de participación, escuchar a todos aquellos que no han tenido voz, recorrer las zonas olvidadas, humanizar los métodos y procedimientos gubernamentales; así comienza la nueva era. Del lado de la guerrilla también se esperan cambios. Uno no puede hacer secuestros, extorsionar y a la vez pedir democracia. Eso no cuadra. Las víctimas deben estar siempre en el centro, porque ellas sufrieron la violencia y son ellas las que tienen que convencer a los violentos de que deben cambiar. No se puede escuchar solamente a los guerrilleros ni a los representantes del Estado. Estas negociaciones son muy importantes porque por primera vez se ha puesto a las víctimas en el centro. Las particularidades de la negociación también contribuyen. Por ejemplo, la justicia transicional, la justicia especial para la paz están diseñadas para que la verdad se sepa y la no repetición sea el objetivo final.
¿No ve muchos obstáculos? Grupos armados del narcotráfico, de la delincuencia, que no quieren la paz, y asesinan a los líderes populares.
Tengo no solo la ilusión sino el convencimiento de que con la firma de la paz se generará un clima diferente. Sigue la amenaza de la criminalidad común y del narcotráfico, es cierto. Lo viví en Guatemala: un maravilloso acuerdo de paz, una ejemplar reintegración de guerrilleros al sistema, un perfecto sistema de seguridad que garantizó la vida de quienes firmaron los acuerdos, pero la criminalidad común aumentó. ¿Qué sucedió? La inquietud que tuvimos en los años 60, sobre las causas fundamentales para la protesta, persistieron en Guatemala. Sin equidad, sin justicia social, la paz no florece. Pero si se amplía la democracia con reformas se avanzará. Alguien dijo que la democracia es el peor sistema del mundo, pero que no hay otro mejor. Lo que es claro es que la solución a estos problemas no es la violencia. Después de firmar los acuerdos con las Farc y el Eln, nadie puede reclamar ideologías políticas o razones ideológicas para mantener las armas. Este camino ya se recorrió con más de 200.000 víctimas civiles y 50 años de guerra. Este país tiene posibilidades enormes, una riqueza en su pueblo, en su capacidad intelectual y moral que se evidencia por todo el territorio.
¿Qué sector social encuentra dinámico en este proceso que se avecina?
A las mujeres que deben articularse, y nosotros, los hombres, debemos seguirlas. Entre los líderes sociales, las organizaciones de víctimas, las reclamantes de la tierra y los defensores de derechos humanos hay muchas mujeres que son ejemplo. Las mujeres saben cómo actuar sin apelar a la violencia.
¿Estará en el proceso de negociación con el Eln?
Soy enviado de mi Gobierno para apoyar el proceso en general. No estoy en ninguna mesa de negociación en particular. No hago parte del partido de gobierno. Soy de la oposición. Conformamos un grupo de parlamentarios de distintas corrientes y partidos que estamos a favor del proceso de paz en Colombia, unos 18 parlamentarios. Tengo fe en el pueblo colombiano, al que tanto amo. Los defensores de derechos humanos tenemos que ser optimistas porque, si no, a dónde vamos a llegar. García Márquez dijo que la humanidad tendrá una nueva oportunidad sobre la Tierra. Aquí se acerca esa segunda oportunidad.
MYRIAM BAUTISTA
Especial para EL TIEMPO
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