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'Su voto salvará vidas de la guerra': Roy Barreras

El senador explica los motivos por los cuales los ciudadanos deben apoyar el sí en el plebiscito.

POLÍTICA
Al final de esta lectura, usted, amable lector, decidirá si apoya el actual proceso de paz o si lo rechaza y considera que debemos perseverar en el conflicto armado con las Farc, hasta derrotarlas por la vía militar y dar de baja o meter a la cárcel a todos sus dirigentes. Y usted tiene derecho a decidirlo porque, al igual que su familia, y que todos los lectores que leen estas páginas, nació y creció en un país marcado y afectado por la violencia.
Después de 60 años continuos de esta “guerra de baja intensidad”, como la llaman los expertos, que ha dejado más de 220.000 muertos, seis millones de desplazados, miles de soldados muertos y heridos, de mujeres vejadas y abusadas y millones de dólares en pérdidas materiales, atraso y pobreza, hoy los colombianos esperamos con una mezcla de ilusión e incertidumbre el desenlace del proceso de paz que se adelanta en La Habana. Y ese desenlace dependerá de usted. Será su voto el que pare la guerra. Será su voto el que desarme a las Farc. Por primera vez en la historia de Colombia, los colombianos seremos consultados sobre un proceso de paz. Y su decisión –como acaba de señalar la Corte Constitucional– será obligatoria.
La justificación tomista, en el sentido de que la decisión de ir a la guerra era potestad de “el príncipe” y por tanto sobre él pesaba toda la responsabilidad, hace siglos dejó de ser suficiente disculpa para nosotros.
En los Estados democráticos, el soberano es el pueblo y las decisiones fundamentales deben ser consultadas y tomadas por los ciudadanos. Y probablemente nada es más fundamental que la decisión de parar la guerra a través de la vía del diálogo, y además decidir si este acuerdo de paz es adecuado, si es bueno para Colombia. O, por el contrario, si debe echarse atrás negándolo en el plebiscito para insistir en la derrota militar, la rendición, la cárcel o la aniquilación del “enemigo”. Modelo, dicho sea de paso, en el que hemos perseverado a lo largo de 60 años y, sin embargo, para usar el eufemismo del expresidente Álvaro Uribe, “la culebra sigue ahí”.
Porque además no hay una culebra sino varias, de distintas especies, de distintos orígenes: guerrilla, paramilitares, narcotráfico, exclusión, corrupción, lo que al decir de Johan Galtung es una “violencia estructural” que desborda el conflicto social en conflicto armado.
El narcotráfico, hijo del prohibicionismo y variable perversa que cruza y estimula todas nuestras violencias, es un fenómeno global que exige soluciones también globales, que pasan por revaluar todo el paradigma de lucha contra las drogas. Asunto que no depende de la exclusiva decisión de los colombianos.
En cambio, sí estamos ‘ad portas’ de tomar una decisión que permitirá acabar con el fenómeno guerrillero. El solo hecho de proponer una solución dialogada para poner fin a este conflicto, la más vieja herida aún abierta en el territorio de América Latina, justificaría en esta introducción una primera defensa del proceso de paz que se adelanta en La Habana. Pero hay una motivación mayor. Este documento está dirigido no solo a los colombianos que creemos que, al decir de Gandhi, “no hay un camino hacia la paz, la paz es el camino”. Está dirigido, sobre todo, a miles de colombianos que tienen dudas razonables, preguntas, inquietudes y temores naturales frente a este proceso.
También, a los compatriotas que desde la indignación o el dolor de las víctimas consideran inconcebible que los guerrilleros “no paguen un solo día de cárcel” y, en lugar del castigo, “reciban curules en el Congreso”. Y a quienes piensan que este proceso de paz es un “mal ejemplo”. A todos ellos me dirijo.
Pero también escribo pensando en aquellos colombianos cuyas dudas han sido exacerbadas, cuando no generadas, por la desinformación y muchas veces la descarada mentira, que, como veremos en las siguientes páginas, ha sembrado de falsedades y sofismas el camino del proceso de paz, haciendo creer a los colombianos que sucederá lo imposible, que el país “será entregado a las Farc”, que desaparecerán los derechos de todas las personas, y con ellos la seguridad para sus familias, y que el modelo castrochavista está a la vuelta de la esquina, y que por tanto hay que oponerse a este proceso de paz para evitar una catástrofe.
Esas falsas alarmas, construidas con cuidadosa estrategia y difundidas eficazmente a través de la repetición de las falacias, han hecho mella en muchos colombianos de buena fe, que podrán confrontar esas voces de Casandra con la realidad de los acuerdos y de esa manera tomar la mejor decisión para Colombia.
Así como no tengo duda de la legitimidad de las dudas y preguntas de muchos ciudadanos, hay que decir que muchas voces contra la paz han pasado sobre la verdad de manera metódica y sistemática, con el propósito político de estimular el miedo y el odio que, como bien describe Martha Nussbaum, han facilitado siempre a los movimientos caudillistas el dominio de los pueblos. Y si bien resulta deseable el más amplio acuerdo nacional en favor de la paz, también afirmo que es cierto que sí hay enemigos de la paz. Traficantes de armas, grupos de delincuencia común organizada, a quienes conviene distraer los esfuerzos de la Fuerza Pública con el fenómeno guerrillero y, por supuesto, los que viven del discurso político de la guerra para conducir más fácilmente un pueblo sometido por el miedo a las manos de un caudillo salvador y fuerte que los proteja del mal aterrador, del enemigo, de la amenaza terrorista, del demonio.
Desbrozaremos en las siguientes páginas los argumentos con que se ataca este proceso. Despejaremos las principales dudas de los colombianos de buena fe, que, como la inmensa mayoría, solo aspiran a vivir y trabajar en paz con sus familias, y que estoy seguro de que, finalmente, el día del plebiscito se levantarán en la mañana sabiendo que su voto salvará vidas de la guerra.
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