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Juan Manuel Santos, el hombre que le apostó todo al sueño de la paz

Riesgo y cálculo son las palabras que mejor definen la trayectoria del Presidente de la República.

“La gente cree que porque jugaba al póker tengo mente de tahúr. ¡Ni más faltaba! El buen jugador calcula los riesgos, y hay que tomar riesgos en la vida para ser exitoso. Creo que esa es una cualidad que tengo: saber calcular los riesgos”.
Eso le dijo el presidente Juan Manuel Santos a la revista Bocas en septiembre del 2011, cuando su gobierno ya adelantaba reuniones secretas con las Farc con miras a entablar el proceso de paz que –tras casi cuatro años de negociación en La Habana– condujo al acuerdo suscrito el 24 de noviembre en Cartagena.
Tomar riesgos ha sido una de las principales improntas en la trayectoria de este hombre, que el 10 de agosto cumplió 65 años y que el viernes se convirtió en el primer colombiano en ganar el Nobel de la Paz. “Por sus tenaces esfuerzos para poner un fin a la guerra civil que ha vivido su país durante más de 50 años”, justificó el Comité Noruego del premio.
En 1991, tras nueve años en Londres como jefe de la Delegación Colombiana ante la Organización Internacional del Café y otro tanto en Bogotá como subdirector de EL TIEMPO, se arriesgó a lanzarse a la vida política como ministro de Comercio Exterior del presidente César Gaviria, en los albores de la apertura económica.
A los 40 años, el hijo de Enrique Santos Castillo, editor general de este diario, prefirió “tener el verdadero poder, que es cuando uno firma ‘publíquese, comuníquese y cúmplase’, a tener una gran influencia, que es lo que tiene el Director de EL TIEMPO”, en palabras del entonces constituyente Alfonso Palacio Rudas, que tuvo mucho que ver con su decisión.
Los hermanos Enrique (i.), Juan Manuel y Luis Fernando (d.), con su abuelo Enrique Santos Montejo, 'Calibán', y dos de sus primos. Foto: Archivo particular
¿Otra Constituyente?
Uno de los episodios más polémicos de su vida pública tuvo lugar seis años después, cuando se aventuró a proponer una asamblea constituyente para conjurar la crisis que afrontaba el presidente Ernesto Samper a causa del proceso 8.000. A Santos, codirector del Partido Liberal hasta ese año, no le importó que su fallida iniciativa pudiera tumbar al mandatario de su colectividad.
Además de la vanidad, su principal enemigo es su excesiva frialdad y su excesivo cálculo”, comenta uno de sus asesores de cabecera, que prefiere mantener su nombre en reserva.
A mediados del 2000, después de una fallida precandidatura para las elecciones presidenciales de 1998 y de un duro pulso con Andrés Pastrana –que incluyó una propuesta para revocar al entonces mandatario conservador–, Santos tomó el riesgo de encargarse del Ministerio de Hacienda en medio de la peor crisis económica en décadas.
Su formación académica era perfecta para el cargo, pues estudió economía y administración en la Universidad de Kansas y había hecho una maestría en desarrollo económico en la London School of Economics.
Durante sus dos años en el cargo no desaprovechó la oportunidad de lucirse: entre otros logros, atajó un desempleo que superaba el 20 por ciento y una inflación que se acercaba a los dos dígitos.
Tuvo que pasar otro lustro para su siguiente acto de arrojo: la creación de la primera disidencia liberal significativa desde el Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán. Su objetivo era aglutinar a los seguidores del presidente Álvaro Uribe tras la expulsión de las toldas rojas de 19 congresistas que votaron en favor de la reelección. Así nació el Partido de la Unidad Nacional, que hoy se conoce como ‘la U’ y es el más poderoso en el Congreso.
La recompensa vino al año siguiente: Uribe, recién reelegido, lo nombró ministro de Defensa, lo que representaba ser una especie de gerente de la exitosa política de Seguridad Democrática.
Como en su época de ministro de Defensa, volvió a brillar: bajo su mando, la Fuerza Pública eliminó a líderes guerrilleros como el ‘Negro Acacio’, ‘Martín Caballero’ y ‘Raúl Reyes’, el primer miembro del secretariado dado de baja.
En 1973 reemplazó a Roberto Junguito al frente de la delegación ante la Organización del Café. Foto: Archivo particular
Político récord
Por supuesto, esos casi tres años no estuvieron exentos de osadías. En la mediática Operación Jaque, por ejemplo, jugó una carta muy arriesgada: utilizar los emblemas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para engañar a las Farc y liberar a Íngrid Betancourt. Por no hablar de otra apuesta muy atrevida: bombardear el campamento de ‘Raúl Reyes’ en suelo ecuatoriano.
Juan Manuel Santos llegó al poder, el 7 de agosto del 2010, convertido en un hombre récord de la política colombiana: no solo ganó las presidenciales con el mayor respaldo de candidato alguno hasta hoy (más de nueve millones de votos), sino que lo hizo en la primera elección popular a la que se sometía.
Pero aún le quedaba una apuesta a todo o nada que, de resultar, lo inscribiría en los libros de historia: un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc, responsable de uno de los conflictos internos más largos de la historia contemporánea.
Su inquietud por este tema no era nueva. En 1997, después de una cumbre de paz en la abadía de Montserrat, en Bogotá, Santos se reunió con ‘Raúl Reyes’ y ‘Olga Marín’, voceros internacionales de las Farc; con Carlos Castaño, líder de las autodefensas, y con ‘Felipe Torres’ y ‘Francisco Galán’, del Eln, con el fin de avanzar en la búsqueda de una solución negociada al conflicto. Fue en esos encuentros donde ventiló la idea de una constituyente que tanto molestó al presidente Samper, quien lo calificó de conspirador.
Con este objetivo en mente y ya instalado en la Casa de Nariño, Santos retomó los incipientes contactos que Uribe había establecido con la insurgencia. El 7 de septiembre del 2010 envió un mensaje, por intermedio del economista Henry Acosta, en el que decía que quería hacer la paz, proponía a Brasil y Suecia como sedes para un encuentro secreto entre delegados de ambas partes y ponía a consideración el nombre de su hermano Enrique como emisario y prenda de garantía de que sus intenciones eran serias.
El resto es historia. Pero entre aquel recado inicial y la firma del ‘Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera’, hace dos semanas, hubo un hecho que evidenció –quizás como nunca antes– el carácter arriesgado de Santos. El 4 de noviembre del 2011 –cuando ya habían comenzado las charlas preparatorias, se había definido el inicio de las exploratorias en Cuba y estaban claros los plenipotenciarios de Farc y Gobierno–, el presidente decidió bombardear el campamento de ‘Alfonso Cano’, en una zona rural de Morales (Cauca).
‘Cano’, que murió durante el ataque, no solo era el jefe máximo de las Farc, sino “el gran ideólogo de esta aproximación final, junto con el presidente Santos”, en palabras de Acosta.
Una vez más, Santos apostó duro y ganó: en lugar de romper el diálogo, la guerrilla reacomodó sus mandos y siguió adelante con el proceso.
Pero los ganadores no siempre generan simpatía. Paradójicamente, el hombre que hoy es admirado en todo el mundo es uno de los mandatarios más impopulares del país.
“Junto con Andrés Pastrana es de los presidentes que peor imagen han tenido”, sentencia César Valderrama, presidente de Datexco. En la última encuesta Pulso País, realizada por esta firma y revelada ayer, el 57 por ciento de los consultados desaprobó la manera como Santos maneja el país, frente a apenas un 39 por ciento de aprobación.
Lo atribuimos a que la gente no ha entendido el modelo de país que él plantea. Entre el 50 y el 60 por ciento no lo entiende. No es una persona fácil de leer”, comenta Valderrama.
La filosofía de Santos al respecto es clara. “Estoy más que dispuesto a pagar el costo de buscar la paz con mi capital político. El capital político es para gastarlo”, ha repetido varias veces en los últimos años.
A los 36 años se casó con María Clemencia Rodríguez. Vivieron un año en Boston. Foto: Archivo particular
Un presidente ejemplar
Así, calculando fríamente los riesgos y tomándolos, el presidente número 59 de Colombia “acercó este cruento conflicto a una conclusión pacífica y sentó la mayoría de las bases con miras a un desarme verificable de los guerrilleros de las Farc y a un proceso histórico de reconciliación nacional”, en palabras del Comité Noruego del Nobel.
Hasta sus contradictores reconocen que, después de este significativo reconocimiento, Juan Manuel Santos quedó inscrito en la historia nacional como uno de los presidentes más importantes.
Pasa por encima de muchos y está entre los primeros”, opina la periodista Salud Hernández, crítica de su administración. “Con o sin la finalización exitosa del proceso de paz, es uno de los presidentes más importantes de Colombia”, anota Arlene B. Tickner, profesora de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad del Rosario.
“Es un presidente de la talla de Enrique Olaya Herrera (1930-1934) o de Carlos Lleras (1966-1970). Santos era niño cuando se inició el conflicto, creció con él y está a punto de terminarlo. Es, sin duda, el político más grande de su generación”, concluye Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac).
BERNARDO BEJARANO G. Y CARLOS GUEVARA
Redacción Domingo*
* Con reportería de Sofía Gómez
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