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El 'monaguillo' nadaísta que puede sellar la paz

EL TIEMPO eligió a De la Calle como personaje del año por su aporte a la construcción de paz.

En la conservadora Manizales de los 60, tener un monaguillo entre los estudiantes era un orgullo para cualquier colegio. Y, a los 16 años, Humberto de la Calle lo era, pero no de la Iglesia católica, sino de los nadaístas.
Por lo menos así se veía él, como un “monaguillo de los impulsores del nadaísmo” Gonzalo Arango y Jotamario Arbeláez, que se revelaron contra el anquilosamiento filosófico y religioso de la Colombia de ese momento.
Estaba en quinto de bachillerato y desde el periódico Juventud, que dirigía en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Manizales, le hacía propaganda a esa corriente de existencialistas colombianos dispuestos a desordenar el orden cultural, literario y religioso que, según ellos, si no tenía al país “muerto”, al menos lo tenía “apestado”. Por creer en eso, y promoverlo, el joven Humberto estuvo a punto de ser expulsado del colegio, dirigido por sacerdotes muy estrictos. Lo salvó de la expulsión un profesor de filosofía que les hizo ver a los curas del Nuestra Señora que solo se trataba de un muchacho inquieto intelectualmente.
Sí, Humberto de la Calle también fue subversivo, pero nunca creyó en la violencia como vía para cambiar el mundo que lo tenía inconforme. “Había una oleada contra la situación del país y cuando entré a la Universidad de Caldas a estudiar Derecho, el activismo nadaísta se volvió político”, cuenta él mismo.
Era 1964, ya nacían las Farc y el Eln y el universitario también pedía cambios. Primero lo hizo desde el nadaísmo, luego desde el liberalismo. Y así comenzó la historia política del muchacho nacido en Manzanares que el 5 de septiembre del 2012 fue nombrado por el presidente Juan Manuel Santos como el conductor de la negociación que 50 años después del surgimiento de la guerrilla promete llevar a la paz con las Farc. (Lea también: 'La Constitución no es obstáculo para la paz': Humberto de la Calle)
Su familia, como las de los guerrilleros que intenta desarmar, también sufrió la violencia política que ha matado a Colombia.
Protegidos por la oscuridad de la noche, él y su único hermano, Mario, salieron de Manzanares entre los brazos de sus padres porque a don Honorio –su papá–, un liberal, lo iban a matar los conservadores.
El amor y la política
Muchas cosas han pasado en la vida de aquel monaguillo de los angustiados nadaístas que hoy es el jefe de los negociadores del Gobierno en el proceso de paz de La Habana. (Vea: 'Se está avanzando en concentración de las Farc': Humberto de la Calle)
Tuvo un amor de juventud que aún perdura: Rosalba, del que nacieron tres hijos –José Miguel, Alejandra y Natalia–. Y ya va por los seis nietos.
Fue juez de pueblo, profesor y decano universitario, abogado litigante, concejal de Manizales y secretario general de Caldas en la gobernación de Óscar Salazar Chávez –exministro de Trabajo del presidente Belisario Betancur–, quien lo impulsó políticamente.
Cuando estudiaba Derecho conoció en la universidad a Rosalba, quien cursaba una carrera que no existía sino en la capital caldense: economía social familiar.
Y la siguió hasta Salamina cuando ella, que había comenzado a trabajar con el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), fue enviada a esa población.
“No se había graduado, pero pidió el juzgado del pueblo cuando me asignaron allá”, cuenta ella.
Humberto de la Calle se convirtió entonces en el juez municipal de Salamina, donde la pareja vivió año y medio.
De regreso a Manizales, se graduó y de inmediato comenzó a dar clases en la facultad de Derecho de la Universidad de Caldas, donde tuvo como alumno a Bernardo Jaramillo Ossa, el asesinado líder de la Unión Patriótica.
Un hombre tímido
Al hoy jefe de los negociadores con las Farc lo recuerdan sus amigos de toda la vida como un hombre de “inteligencia sobresaliente”.
Uno de esos amigos, Augusto León Restrepo –exdirector del diario La Patria–, trae a la memoria el día que celebró con Humberto y su único hermano, Mario, la primera comunión de los dos.
“Humberto nunca era protagonista en las reuniones sociales. Es un hombre tímido, y a veces esa timidez lo hacía parecer distante”, dice.
Pero su humor, fino e irónico, irrumpe sin timideces en toda conversación.
“¡Es boquisucio, como todos los paisas!”, exclama con gracia el exdirector de La Patria al referirse al desparpajo con el que Humberto de la Calle suele ironizar.
Entre amigos como Augusto León, la profesión de abogado y la familia estaba haciendo su vida en Manizales, en 1982, cuando el Consejo Nacional Electoral lo llamó para que ocupara el cargo de Registrador Nacional.
Fue el momento en el que la familia De la Calle se embarcó hacia Bogotá.
El desempeño como Registrador le abrió luego las puertas del gobierno de Virgilio Barco, que lo nombró asesor en asuntos electorales.
En esa época se conoció con César Gaviria. Aunque los dos eran del Eje Cafetero –Humberto de la Calle, de Caldas, y Gaviria, de Risaralda–, no habían tenido contacto.
El despegue
Ya siendo presidente, Gaviria lo llamó para que fuera su ministro de Gobierno y encabezara la Asamblea Nacional Constituyente, el cargo que, como dicen sus amigos, “lo lanzó al estrellato”.
‘Nace una estrella’ fue, de hecho, el titular de la portada de la revista Semana al referirse a Humberto de las Calle tras el fin de la Constituyente que dio origen a la Carta Política de Colombia en 1991.
Pero, antes de eso, el “desconocido ministro de Gobierno” de Gaviria no la tuvo fácil en la capital del país, donde no faltaron los que pusieron en duda su capacidad.
Era abril de 1991, habían pasado solo dos meses del arranque de la Constituyente y esta pasaba por tiempos malos. Varios de sus integrantes estaban amenazados, el Partido Liberal estaba dividido y algunos sectores del país tenían la sensación de que todo ese proceso podía desbordarse.
Un editorial de EL TIEMPO cuestionó entonces que un “señor sin tradición política” estuviera al frente de la arquitectura de la nueva Constitución de Colombia. Y pidió la cabeza de Humberto de la Calle.
—Al otro día me madrugué para donde el presidente Gaviria –cuenta él– y le dije: “Mire este editorial, usted debería cambiarme”.
—Yo no gobierno para EL TIEMPO y estoy satisfecho con lo usted está haciendo –recuerda que le dijo el entonces Presidente de Colombia.
Humberto de la Calle no necesitaba aplausos, pero una ovación de cinco minutos el día que se clausuró la Asamblea Nacional Constituyente fue el reconocimiento espontáneo a sus capacidades políticas.
“Pocas personas tienen la claridad conceptual que tiene Humberto y la facilidad para expresar la realidad política”, dice un colega suyo con el que coincidió en el gobierno de Gaviria y quien desde entonces hace parte de su grupo de amigos.
El negociador de La Habana
La carrera política de Humberto de la Calle tomó vuelo. Fue precandidato presidencial del Partido Liberal cuando el candidato final fue Ernesto Samper, y luego el sonado vicepresidente que le renunció. Con Andrés Pastrana llegó al Ministerio del Interior y después fue embajador en Londres.
—¿Entre tantos cargos que ha ocupado, cuál es el que más satisfacciones le ha dado? –le pregunta EL TIEMPO.
—Los tengo claros: el Ministerio de Gobierno en la Constituyente y el trabajo en La Habana, responde sin pensarlo.
Y se detiene en su papel como jefe de la delegación del Gobierno en el proceso de paz con las Farc: “Siento que estoy haciendo algo útil, con discusiones difíciles, pero con el convencimiento de lograr resultados”.
Si en la Constituyente de 1991 tuvo un momento muy complicado, en el proceso de paz “todos” le han parecido difíciles.
—El cierre de cada punto es como una crisis, y lo más duro, el tema de justicia –confiesa.
Para nadie es secreto que en ese punto se ha parado en la raya y, en medio de las discusiones, las Farc lo han considerado un obstáculo.
Pese a todo, el equipo que lo acompaña en la negociación nunca lo ve exaltado. “Es el que orienta cuando se necesita serenidad”, afirma uno de sus colaboradores que admira su racionalidad.
Pero lo pinta también como un hombre tajante en sus decisiones. “Cuando la cosa se pone dura con las Farc, no duda en decirnos: ‘aquí no hay nada que hacer, pidamos el avión y devolvámonos para Colombia’ ”, cuenta.
Humberto de la Calle se define a sí mismo como un hombre impaciente. Pero se sorprende de cómo ha logrado ser distinto en el papel que tiene ahora.
—He tenido que hacer un cambio muy profundo para dominar mi impaciencia, admite.
—¿Quién le ha provocado más impaciencias en estos tres años: sus compañeros en la negociación o los jefes de las Farc? (Lea: 'Ni las Farc pensaban que esto iba a durar tanto')
—Las Farc –se ríe–. A veces se exceden en la retórica, y en cierto momento les dije: “Este no es un seminario, sino un ejercicio práctico”.
Rosalba, su esposa, lo percibe como un hombre acelerado. “Pero no en el mal sentido de la palabra, sino que tiene muchas cosas que hacer y quiere cumplirlas todas”, precisa.
Para los asesores y colaboradores más jóvenes del equipo del presidente Santos en La Habana, Humberto de la Calle es el “papá” de todos. Los escucha y, además, les reconoce el trabajo.
En los espacios que deja el proceso de paz para una conversación o una comida, ellos siempre esperan la anécdota o la historia del jefe de los negociadores.
“Silencio, que el doctor Humberto va a hablar”, suele oírse en esas reuniones.
El chat familiar, dice doña Rosa, también es un espacio en el que el abogado caldense hace gala de su humor.
Por ahí, ella se entera de si habrá una buena noticia desde La Habana. “Avanzamos”, le escribe él.
El futuro
Varios de los 91 viajes que la delegación de paz del presidente Santos ha hecho a La Habana en tres años y 17 días de proceso de paz se han dado en medio de circunstancias familiares difíciles para los miembros del equipo, y el jefe de los negociadores no ha sido la excepción.
Uno fue la crisis de salud de su hermano Mario. El otro, una emergencia médica del último de sus seis nietos, cuando acababa de nacer, hace siete meses. Estaban justo en uno de los debates fuertes con las Farc en el tema de justicia.
Aun así, sus compañeros de trabajo lo vieron decidir con cabeza fría en qué momento podía volver a Colombia para ver a su nieto.
—Hay veces en que se suman muchas angustias, pero no pienso en la coyuntura sino que miro en perspectiva, explica él.
Desde luego, a veces Rosalba lo ha visto “acongojado” por los tropiezos en La Habana.
Una ida al cine, una salida a teatro o tomarse un whisky con ella en su apartamento de Bogotá lo relajan en los escasos días que tiene libres.
El difícil equilibrio que ha logrado durante los últimos tres años en su doble condición de negociador y responsable político del proceso de paz lo convierten para este diario en el personaje del 2015.
Hay quienes ya lo perfilan como candidato presidencial, pero a sus viejos amigos les ha dicho que ahora está centrado en hacer posible la paz con las Farc.
Y por lo menos Augusto León Restrepo sabe que es cierto. “Si algo lo caracteriza es el tesón para sacar adelante lo que comienza”, asegura.
Pero nadie descarta que una candidatura presidencial sea el futuro inmediato del hijo de la maestra Georgina y el empleado del estanco de Manzanares –lugar de los pueblos donde se vendía el aguardiente oficial–, que una noche lejana huyeron de la violencia política que ahora su hijo intenta acabar.
MARISOL GÓMEZ GIRALDO
Editora de EL TIEMPO
En Twitter: @MarisolGmezG
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