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'Volver a la guerra sería un suicidio'

Salud Hernández habló con varios guerrilleros de las Farc quienes descartan volver a la guerra.

La frase no la pronuncia un alto mando, ninguno desnudaría sus debilidades. “Volver a la guerra sería un suicidio”, sentencia un guerrillero con más de dos lustros en las Farc, que pide ocultar su nombre por no ser vocero oficial.
Su sinceridad no es producto de un distanciamiento con la guerrilla, de la que se siente orgulloso. Fariano pura sangre, no dudaría un instante en desempolvar su fusil, silenciado hace más de un año, y regresar al monte si lo ordenaran sus superiores. Solo vislumbra el riesgo que correrían las Farc en el improbable escenario de que rompieran el proceso.
Sus razones, que comparten otros guerrilleros entrevistados, son obvias. Han entregado las coordenadas de sus feudos y señalado rutas de acceso; las autoridades conocen varios de sus campamentos, el número de integrantes, los rostros de los mandos medios e infinidad de troperos que antes permanecían en el anonimato. Además, buena parte de la guerrillerada, en especial los jóvenes, siente física pereza de regresar a la dureza de una vida de largas marchas, con varias arrobas a la espalda; de guardias nocturnas, de horas de insomnio agudizando el oído para detectar bombarderos.
Incluso el más veterano, ‘Sargento Pascuas’, de 75 años, quien fuese todopoderoso comandante del Sexto Frente hasta que se jubiló hace unos años, ya no piensa en nada distinto a reencontrarse con los hijos y nietos que dejó regados por el norte del Cauca.
Junto a esos argumentos, también contribuyeron a generar un clima de paz en los campamentos las reflexiones de los mandos sobre los acuerdos; la pedagogía que ellos mismos imparten a los campesinos en sus zonas de influencia, y los perdones públicos que pidieron distintos miembros del secretariado por masacrar secuestrados y asaltar poblaciones indefensas.
Cada vez es más común escuchar de boca de guerrilleros que las Farc cometieron “errores” graves. ¿Con qué ánimos y por qué motivos volverían a disparar a sangre fría a sus compatriotas?
No podemos echar atrás. Nos abrimos demasiado a los medios, muchos que no estábamos quemados, nos quemamos. Mejor es correr el riesgo hacia adelante”, asegura con convencimiento el subversivo del inicio, que ya roza la treintena.
Aunque la victoria del ‘No’ les genera incertidumbre, volver a las armas no entra en sus planes. Cada cual lleva meses dándole vueltas a lo que le gustaría hacer en el futuro, empezando por validar el bachillerato, quizá una de las aspiraciones más comunes. Y son legión los que confían en seguir bajo la tutela de sus mandos, ya sea en el movimiento político que funden o en un proyecto productivo. Son personas disciplinadas, acostumbradas a obedecer antes que a tomar decisiones.
Quizá por eso, uno de los guerrilleros con los que hablé hace una semana en la vereda La Elvira, del municipio de Buenos Aires (Cauca), Zona Veredal Transitoria de Normalización y enclave de uno de los campamentos de vieja data del Bloque Occidental Alfonso Cano (Bocac), soñaba con algo tan sencillo como salir con una chica y tomarse un helado sin pedir permiso.
“Desde el último guerrillero hasta el primero, acatamos las decisiones del secretariado. Y en la Décima Conferencia acordamos seguir adelante con el proceso de paz y en esas estamos”, remarca otro comandante de peso, ‘Jaime Barragán’, jefe de la columna Jacobo Arenas, hombre de aspecto citadino y mirada esquiva, que ha ordenado incontables secuestros y atentados en el norte del Cauca.
Planea emprender alguna actividad distinta a la política el día que se concrete el acuerdo y asegura que acudirá ante la Justicia Especial a aclarar los casos en que ha participado.
Su predisposición a colaborar y a dejar para siempre las armas no implica que se arrepienta de todo lo hecho. Todavía defiende el secuestro como una medida necesaria dentro del conflicto, cuando la gente no cancelaba las vacunas que fondeaban su lucha.
Dinero
Precisamente la financiación de las Farc en las semanas o meses que restan hasta que sellen un nuevo acuerdo es una de las preocupaciones de quienes temen que cualquier revés, incluido la falta de fondos, derive en la ruptura del cese de hostilidades.
El comandante ‘Walter Mendoza’, máximo responsable del poderoso Bocac –cubre una extensa región que incluye el Cauca, Nariño, sur del Tolima y sur del Chocó, así como partes del Valle–, disipa las dudas. No le inquieta la manutención de su tropa, aún cuentan con reservas de “la economía de guerra”, y sus subalternos, en distintas entrevistas, aseveran que se apretaron el cinturón.
“Nos quedó únicamente el impuesto a la exportación de la droga. A nadie más le estamos cobrando, ni siquiera a los mineros. En Suárez y otros sitios son bandas las que cobran vacuna a la minería de oro. El 002 está derogado”, asegura en La Elvira. El caserío se encuentra en plena cordillera Andina y a escasa media hora de El Despunte, la puerta de entrada al Naya, uno de los territorios más cocaleros, inaccesibles y remotos del país.
Aunque no quiere poner “plazos fatales”, ‘Walter Mendoza’ da a entender que podrá pagar los gastos de su gente sin dificultad, al menos hasta fin de año. Una vez las vacunas “a los mafiosos” no sean suficientes y la olla de los ahorros esté raspada, considera que “será responsabilidad del Gobierno y la comunidad internacional” cubrir sus necesidades hasta el desarme.
“Ahora que es posible, también producimos para nuestra subsistencia plátano, yuca, tenemos reses, criamos pollos, marranos”, añade. Cuando recorremos el campamento, que fue atacado en el pasado desde el aire y que alberga a ochenta guerrilleros desarmados y vestidos de civil, salvo el que presta guardia, muestra satisfecho el cambuche donde conservan los víveres no perecederos. Parecen estar bien surtidos.
A unas seis horas de La Elvira, en la vereda Monte Redondo, del municipio de Miranda, el comandante Carlos Antonio Acosta, número dos del Sexto Frente, corrobora lo dicho por ‘Walter Mendoza’. Afirma que sostener sus efectivos resulta económicamente asequible, hace mucho que no compran armamento ni uniformes. “Tiene menos costo la construcción de la paz que la guerra, ya no gastamos tiros”, declara el responsable de propaganda y organización del mencionado frente. “Pasamos de un movimiento político-militar a un movimiento político”.
No quiere dar cifras precisas, pero adelanta que mantener en las circunstancias actuales una escuadra –la unidad básica de las Farc, compuesta de doce guerrilleros con su comandante– cuesta entre siete y diez millones de pesos. Y, según sus números, el Sexto Frente está integrado por unos 250 combatientes y milicianos.
“Los guerrilleros en la Décima Conferencia apoyaron, por unanimidad, la decisión de no recurrir más a la lucha armada. Pero no significa que nos iremos de los territorios donde siempre estuvimos, sino que seguiremos en las comunidades difundiendo nuestras ideas pero sin armas”, apunta.
Les resta importancia a los rumores sobre la llegada del Eln a las poblaciones del norte del Cauca que ellos abandonan. Le pregunto por unos grafitis que aparecieron hace unos meses en los muros del cementerio de la vereda El Palo, alusivos al Eln. Asevera que ‘compañeros’ elenos no han llegado ni lo harán más adelante, si acaso quisieron hacer acto de presencia. “Pero nos preocupan los rebrotes de violencia que se puedan dar”, afirma, refiriéndose a bandas delincuenciales. Igual piensan los pobladores.
Lugar transitorio de concentración de algunos guerrilleros de las Farc, en La Elvira.
Guardias
En las zonas del Bloque Occidental Alfonso Cano, donde la coca abunda y las Farc han sido durante décadas policías, jueces y guardianes, late el riesgo de que aparezca un grupo armado fuerte con la intención de apoderarse del negocio e imponer su ley. Para evitarlo, ya se están organizando.
“Desde 1999 nos guiamos por un manual de convivencia regional que aprobamos entre todos”, indica Hernando Polanco, presidente de la junta de acción comunal de La Playa, corazón del Naya. “Ahora contamos con Guardia Indígena y con las Guardias Campesina y la Cimarrona, que estamos reforzando. Somos muy unidos y el que viene a hacer daño puede que entre, pero no sale”, advierte.
Los cultivos de coca abundan en el municipio de Buenos Aires.
En Miranda y en sus vecinos Caloto y Corinto, norte del Cauca, siguen una estela parecida. Ya existe la Guardia Indígena del pueblo nasa, que ha mostrado su autoridad con frecuencia. Ahora conformaron unidades de ‘Seguridad Campesina’.
“La formamos hace unos seis meses para proteger nuestros territorios de las bandas de robos y otros delitos que se están creando. Con los indígenas trabajamos de la mano”, señala Eiver Velasco, coordinador de Seguridad Campesina del municipio de Caloto. Hasta la fecha son unos 80 voluntarios. “La única arma que usamos es la mentalidad y las palabras”. Está convencido de que serán suficientes elementos para contrarrestar los fusiles de bandas narcotraficantes, aunque observado su juventud y la de otros de sus compañeros, se antoja ilusorio.
En otra población cercana, en Río Negro, vereda de Corinto, encuentro en su vivienda a Pedro Luis Zuleta, alias el Inválido, considerado por el Ejército el narcotraficante responsable de mover la coca y marihuana del Sexto Frente, y al que ha intentado detener en cinco ocasiones.
Mira el futuro con tranquilidad, no cree que la región retorne a la guerra pasada. Es otro convencido de que los nativos, que se están preparando a conciencia en todas las localidades para rechazar cualquier intrusión, no lo permitirán. Pero tampoco ve fácil la sustitución de cultivos ilícitos, salvo que den resultado alternativas que ya siembra, tales como un bejuco llamado ‘sacha indio’, la marihuana medicinal u otros derivados de esa mata.
“Depende de que el Estado les cumpla a los campesinos esta vez con la inversión y ayudas”, advierte. “Está en sus manos”.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
La Elvira (Cauca)
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