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Así se imaginan el futuro los guerrilleros de las Farc

A pesar de que ansían dejar las armas, admiten que solo aprendieron a hacer la guerra.

FERNANDO MILLÁN C.
El campamento mixto Isaías Pardo está a 160 kilómetros del casco urbano de San Vicente del Caguán. Para la ocasión montaron más de 200 caletas destinadas a guerrilleros y periodistas, lo más parecido a la realidad, con una quebrada que sirve para el baño diario y la lavandería.
Los guerrilleros que andan por esta zona dicen llevar 23 meses sin disparar y confían en que nunca más vuelva a ocurrir.
Joaco, Ómar, Antonio, María, Nancy, Antonia... el nombre no importa, pero sin duda están aferrados a vivir sin los sobresaltos de la guerra.
Sus vidas transcurren en cámara lenta si se comparan con los días y años que tenían la cara puesta en la guerra. Los uniformes están limpios, la caleta es estable porque ya no tienen que estar alerta a las incursiones del Ejército. Se levantan sobre las 5 de la mañana para hacer ejercicio, preparan el desayuno y entran en una rutina que se concentra en la capacitación sobre los acuerdos o en decisiones de la comandancia. Ahora la preocupación es otra: su futuro.
Unos dicen que no se desintegrarán como organización, porque llevan años aquí y es su familia. Otros, que será difícil volver a la familia biológica. “No puedo aparecer así no más donde mi mamá después de 22 años sin saber de mí. Hay que hacerlo poco a poco”, cuenta un guerrillero recostado a un palo, a la orilla de una quebrada. Cree que la familia sigue viviendo donde la dejó, pero no está seguro de a quiénes encontrará. Prefirió no aparecer más, para protegerlos.
Es la vida real, más allá de si las Farc se vuelven un partido, si les otorgan 10 curules en el Congreso. “Solo sé de esto de la guerra y tendré que aprender otras cosas para la paz. Lo mío era el campo cuando entré a la guerrilla”, dice Ómar, quien se lamenta de las secuelas de los combates y de los amigos muertos en los bombardeos.
“¿Cuántos muertos nos hubiéramos ahorrado si la paz se firma hace 10 años o 20 o 30 años?”, agrega. No tiene pinta de guerrillero, si es que hay una pinta de guerrillero. Parece más bien un padre de familia que se juega el sustento cada día.
Hay otros más jóvenes que llegaron a las Farc no hace mucho, como Raúl, que está desde hace un año y ya le tocaron los vientos de paz. Pero en últimas, todos tienen la misma incertidumbre sobre el futuro: de qué van a vivir, qué aprenderán para el día a día o lo que técnicamente es la reincorporación a la vida política, económica y social de los guerrilleros según su interés.
Muy cerca está el campamento del tercer frente Oswaldo Patiño. Allí está Antonio, un joven de 22 años de Cartagena del Chairá (Caquetá), que lleva 10 en las Farc. Tapaba con plástico un tanque de carne que alcanzará para cuatro comidas. “Aquí hacemos de todo. Por ejemplo, todos pasamos por el rancho”, dice, con la idea de que no va a parar de hablar. Se nota que está dispuesto a contar su vida.
“Nosotros no nos vamos a desmovilizar, porque eso quiere decir que nos quedamos quietos. Por el contrario, nos vamos a movilizar a los cascos urbanos”, asegura este hombre, que entró a la guerrilla de 12 años.
Imposible no preguntarle de las razones para entrar a la guerrilla, de miedos, de perdones, de arrepentimientos, de la vida misma. “Lo que tengo se lo debo a las Farc, aquí he aprendido todo lo que sé. Entré a las Farc por las condiciones de vida que tenía, me tocaba trabajar y no podía estudiar”. Como muchos, Antonio no terminó la primaria.
En sus 10 años en la insurgencia, coincide con todos en que lo más aterrador son los bombardeos. “Todos amamos la vida y muchas veces sentí que me moría”, relata. Para él lo que debe venir es que todos sigan como parte de la organización en la política y se sigan acatando las normas.
¿Cuánto tiene en el bolsillo?, le preguntamos. Y la respuesta fue tajante: “Nada, para qué si aquí nos dan todo. Si necesitamos algo, pues le hacemos la solicitud a nuestro comandante”.
Antonio, por supuesto, no es Antonio. El nombre se lo puso el comandante de turno cuando entró a las Farc. Ha leído a Mao, a Ho Chi Min, a Marx, a Lenin… La última vez que le tocó un combate fue en el río Guayabero durante una emboscada. De eso han pasado casi tres años.
En el mismo sitio, seis caletas adelante está Nancy, también caqueteña. No tiene más de 1,50 de estatura. Cuando la encontramos tenía fusil en mano, pistola al cinto, una granada en el bolsillo derecho y un proveedor para fusil en el bolsillo izquierdo de un chaleco verde impecable. Tiene 26 años y también entró a las Farc de 12 años. Dice que ya han entendido bien el Acuerdo Final, “porque había terminologías que uno no entendía”. Cuenta que el 35 por ciento de la guerrilla son mujeres. “Como hombres y mujeres, tenemos los mismos derechos y no pueden existir diferencias”, responde.
Nancy cuenta que cuando entró a la guerrilla no iba a la escuela porque la situación económica no lo permitía. Hizo hasta cuarto de primaria y relata que fue fácil entrar a las Farc.
“Yo vivía en una región guerrillera, ya tenía conocimiento y fue por mi voluntad. A uno le preguntan si está seguro: ‘Piénselo bien porque es un paso brusco’. Es un paso brusco porque uno en la casa no les hace caso al papá ni a la mamá, mientras que aquí es a base de órdenes y de permisos. Cuando entra, es por tiempo indefinido”, contó.
Como todos, la respuesta sobre el futuro es la misma, relacionada con la política, con mantener la organización, con dejar para siempre las armas. Ahí están las coincidencias.
FERNANDO MILLÁN C.
Enviado especial
Sabanas del Yarí (Caquetá).
FERNANDO MILLÁN C.
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