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Proceso de Paz

Cultivando la reconciliación

Miller y Cristian son amigos y socios cultivando la tierra en Granada (Meta). Una víctima y un victimario que decidieron dejar atrás la página del rencor para escribir la de la paz.

Miller y Cristian son amigos y socios cultivando la tierra en Granada (Meta). Una víctima y un victimario que decidieron dejar atrás la página del rencor para escribir la de la paz.

Foto:EL TIEMPO

Miller y Cristian son amigos y socios cultivando la tierra en Granada (Meta).

Haciendo caso al dicho que dice que “un buen amigo puede llegar a ser un hermano, pero es más difícil que un hermano sea un buen amigo”, Cristian y Miller han forjado una hermandad de que ya completa ocho años, a pesar de que el segundo es víctima del segundo.
Dos hermanos de Miller quedaron mutilados por una mina antipersonal instalada por las Farc en el municipio de Mesetas (Meta), grupo al que perteneció Cristian un par de años.
Fue una amistad que se hizo cuando Cristian, recién desmovilizado de la guerrilla, llegó a trabajar para Miller en unos cultivos, e incluso le daba la alimentación y hospedaje.
Con los permisos para terminar el bachillerato y para asistir a las orientaciones de la Agencia Nacional para la Reconciliación, Miller comenzó a sospechar que algo no era normal. Hasta que un día, unos seis meses después de conocidos, le preguntó los motivos y Cristian le dijo la verdad: que había estado dos años en las Farc y sus continúas ausencias eran para asistir a las orientaciones de la Agencia Colombiana de Reconciliación, en el municipio de Granada.
“Dije: mierda, tengo al enemigo en la casa. Mis dos hermanitos fueron víctimas de minas antipersonales de las Farc y en la familia habíamos sufrido mucho por eso. En un primer momento pensé en decirle que se fuera de la casa, pero ya éramos amigos y se comportaba bien, se había ganado la confianza, era honesto y trabajador”, relata Miller.
Entonces, como jefe y amigo, pensó que lo pasado, pasado, que había que mirar el futuro y le dijo que siguieran trabajando, que no había problema. Cuenta que ayudó que percibió que Cristian había sido sincero sobre el por qué había ingresado al grupo y por qué se había salido.
Y es que Cristian no ingresó a las Farc por la ideología, por la lucha de clases, por querer cambiar el país, sino por lo fácil de enamorar que era. Relata que trabajando en una finca cocalera en el municipio de Puerto Rico (Meta) a los 16 años, las Farc pasaban y trataban de convencerlo, pero siempre les decía que no.
Hasta que un día le llevaron un señuelo, que no fue otro que una guerrillera “joven y bonita”. Los dejaron solos una noche y eso bastó para que al otro día en la mañana Cristian le dijera “me voy: qué me toca llevar. Me dijo que nada. Me fui detrás de ella, como a las dos semanas me abrieron para otro lado y no la volví a ver más, y a los cinco días ya quería salirme”, dice riéndose.
Descubrió que no había sido el único que había caído en la trampa, pues la gran mayoría de integrantes de ese frente, hombres y mujeres, se habían llegado por la misma razón.
Con miedo a salirse porque lo mataran las mismas Farc, permaneció dos años en el grupo hasta que tuvo fuerzas para desertar, llegar al municipio de Granada y comenzar el proceso de reintegración.
Además de ser muy buenos amigos de parranda, tragos y fútbol, Cristian y Miller ahora son socios en los negocios, sembraron unas hectáreas de plátano con tan buena fortuna que fue una cosecha muy bien paga y su capital se cuadruplicó.
En la familia de Miller, con las reticencias iniciales del padre, Cristian es como uno más, con una buena relación incluso con los dos muchachos mutilados por la mina antipersonal.
Ya con un hogar y una hija de cinco años, Cristian lo único que quiere es tranquilidad para sacar adelante a su familia, tener dinero para darle estudio a su hija y estar siempre al lado de ella, para que no le pasé lo que a él, que fue abandonado por su madre cuando apenas tenía ocho meses de nacido y su padre tuvo que criarlo, con las dificultades que implicaba ser obrero y tener un niño a cargo: tenía que pagar para que lo cuidaran en casas de familia y en muchas fincas no le daban trabajo porque el infante también implicaba gastos de comida y aseo.
Miller y Cristian han creado un vínculo que va más allá de la amistad, pues el segundo mira al primero como a un hermano mayor, más sosegado, más tranquilo, que siempre tiene un consejo o una recomendación para la vida personal o de negocios y sin el cual, sin duda, se sentiría desprotegido.
Por esto, cuando hace unos años ocurrieron unos robos en algunas fincas de la región y algunos dueños quisieron culpar a Cristian, Miller salió en su defensa hasta que se comprobó que él no tenía nada que ver con eso, sin embargo le advierte que ese estigma lo acompañará tal vez por el resto de su vida.
Miller admite que si con el proceso de paz llegaran exguerrilleros a pedirle trabajo, aplicaría los mismos parámetros que lo hace para con el resto de la gente:
analizaría a las personas y si ve que quieren trabajar y son buenos, los emplearía sin problemas. “Todos los seres humanos merecemos una oportunidad porque nadie está excepto de cometer errores”, concluye.
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