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Carlos Gaviria: el amante de la poesía, la música y la filosofía

Heredó de su abuelo el gusto por los versos. Wittgenstein y Russell, sus filósofos favoritos.

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Su esposa lo ha definido como un defensor de las libertades. Para sus exalumnos era un maestro, sus adversarios lo respetaron por su seriedad y la fuerza de sus argumentos, y muchos lo identificaron por mucho tiempo como el hombre ‘duro’ de la izquierda. (Lea: Líderes políticos despiden a Carlos Gaviria)
A lo único que Carlos Gaviria Díaz le temía era a perder la intimidad que disfrutó en la soledad de su estudio atiborrado de libros. En su biblioteca, que ajustaba más de 6.000 tomos, se amontonaban textos de sociología, historia, filosofía, poesía, derecho, ficción y hasta vinos. Estas y muchas más disciplinas las devoró sin importar si eran en español, inglés o alemán.
Decía que sufría una especie de síndrome de abstinencia cuando no podía leer a causa de las extensas jornadas que por momentos vivió, como por ejemplo en su campaña a la Presidencia de la República. Era tanta su pasión por la lectura que manifestaba que se sentía desconcertado si se acostaba sin haberse sumergido primero entre líneas literarias. (En fotos: Recordando el paso de EL TIEMPO... Carlos Gaviria Díaz)
“Cuando llego a mi casa, la liberación es enorme, puedo estar solo, dedicarme a la reflexión, a pensar, a estar con mi música y mis libros”, decía Gaviria, quien alguna vez confesó con algo de pudor que tenía escondidos varios poemas escritos a lo largo de su vida y los cuales se negaba a dar a conocer.
Gaviria, quien falleció este martes luego de una afección respiratoria, era mucho más que su apariencia de intelectual y pelo largo, plateado y bien peinado. Era un hombre que defendía sus ideas con vehemencia pero también con serenidad. Sin embargo, había cosas que lo ponían de mal genio. “Descubrir que en la política se desechan muchos valores que uno ha cultivado, y me molesta la trampa y que se muestren las cosas como no son”.
Nacido en Sopetrán, occidente de Antioquia, el 8 de mayo de 1937, heredó de su madre, maestra de profesión, la vena de la pedagogía que influyó en su formación como académico.
De sus abuelos maternos –con los que vivió tras el suicidio de su padre– sacó el pensamiento liberal, el gusto por la lectura y por leer y recitar poesía. Solía recordar cuando a las 6 de la mañana su abuelo se levantaba a bañarse y siempre repetía un verso cualquiera, suceso que lo marcó e imitó.
Es una práctica que hacía casi todos los días. Borges le brindó sus poemas favoritos y de él tenía imágenes en su casa, así como obras de Jean Baptiste Camille Corot, pinturas de Miró e imágenes de Ludwig Wittgenstein, su filósofo más querido, con quien se identificaba debido a su carácter apasionado y a la vez sereno.
Del filósofo y matemático Bertrand Russell también tenía influencia, pues compartía con él el agnosticismo. No tenía clara la existencia de Dios, pero era tajante en respetar las creencias de los demás. Así mismo, decía que la ética debía construirse en fundamentos no dogmáticos ni religiosos. “La ética no puede depender de una contingencia de esa naturaleza”.
Sin embargo, aunque no era creyente, el amor lo llevó a casarse por la Iglesia con su esposa María Cristina Gómez, con quien compartió casi medio siglo de matrimonio. Cuatro hijos iluminaron su vida -Juan Carlos, Jimena, Natalia y Ana Cristina- y fueron los que vieron ese gran gusto por la poesía. Ellos lo escucharon muchas veces revivir el ritual de su abuelo al recitar en voz alta sus poemas favoritos.
“Así como tengo una buena memoria para los poemas, soy negado para las cifras”, admitía Gaviria sin reservas. También reconocía que era negado para el baile. En Buenos Aires, alguna vez intentó aprender a bailar tango. “Solo bailo boleros, y todo lo bailo como un bolero, hasta la salsa”, afirmaba.
No obstante, los artistas de sus amores siempre fueron Beethoven, Johann Sebastian Bach, Schubert y Brahms, cuyas melodías solía escuchar al son de un buen libro.
Gaviria era un hombre declarado de izquierda. Sin embargo, aclaraba que era enemigo de “todo sectarismo, de todo fundamentalismo y de toda intransigencia”. Además, siempre dijo que no lo trasnochaba el poder.
“Tengo la convicción de que Colombia necesita pensar la política de otra manera; ejercerla a través de los medios de civilización y respeto que la humanidad entera busca anhelante. La ética, o para decirlo de otra manera, la decencia pública, no es un adorno o sortilegio de la vida, sino que, por el contrario, expresa las realizaciones de la virtud ciudadana y la fuerza de la democracia viva, actuante y participativa”, expresó Gaviria en su campaña presidencial en 2006, palabras que mostraban su sentido de la política y de la transparencia.
Su lucha siempre fue con las minorías y la defensa de las libertades. Legisló en favor de la eutanasia, los derechos de los homosexuales y la despenalización de la dosis personal de marihuana.
“En un estado de derecho a nadie se le puede privar de su libertad porque se fume un pucho de marihuana”, rezaba una de sus premisas.
Su cabello fue sinónimo de su lucha por la libertad. Manifestaba que no llevaba el pelo largo por rebeldía, sino porque –además de que le parecía cómodo- era un mensaje “de que la gente puede presentarse como le parezca, verse como quiera”.
Hoy Colombia lo despide con honores y lo recuerda como un gran jurista y maestro, que ofreció sus conocimientos y sabiduría al servicio de la política, la justicia, la libertad y la dignidad humana.
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