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Partidos Políticos

Elecciones legislativas, la pesadilla del soñado pluripartidismo

Lo que quedó en claro en las recientes elecciones es que llegamos a un multipartidismo como lo soñábamos, lo cual es realmente una pesadilla.

Lo que quedó en claro en las recientes elecciones es que llegamos a un multipartidismo como lo soñábamos, lo cual es realmente una pesadilla.

Foto:Ilustración: Leonardo Parra

El Congreso debería hacer una reforma para que los ciudadanos no vayan a consultas innecesarias.

Las elecciones al Congreso del 11 de marzo en términos de cambio no tuvieron sorpresas fuera de las esperadas por el fin de la Unidad Nacional, el abstencionismo de siempre (los miles de votos nulos) y los triunfos simbólicos de Duque y Petro. Salvo las dificultades con las consultas, que además no eran lógicas (aunque politizaron al país, lo que no está mal), lo que quedó en claro es que llegamos a un multipartidismo como lo soñábamos, lo cual es realmente una pesadilla.
En 1991 los constituyentes creyeron en el mito de que la culpa de los problemas colombianos era del bipartidismo, en el que supuestamente siempre había vivido Colombia y que por lo tanto el tránsito a un sistema pluripartidista sería automáticamente una solución a todo.
En este enfoque hubo dos errores mayúsculos. El primero es que el sistema de partidos en Colombia no fue en estricto sentido bipartidista, ya que desde el siglo XIX lo que hubo fue sistemas de partidos hegemónicos (de dominio excluyente de un solo partido), con algunas pausas de bipartidismo (el mejor ejemplo de este sistema fue el PRI mexicano hasta hace una década).
Es decir, había sistemas hegemónicos, en los que un partido dominaba porque llegaba al poder o se consolidaba en él por ganar una guerra, como por ejemplo la de los Mil Días, que le dio el poder entre 1900 y 1930 al Partido Conservador.
Si se mira bien el bipartidismo, que sí hubo desde esta fecha hasta que Ospina cerró el Congreso, tras el Bogotazo de 1948, fue bastante sano y hubo grandes avances, como la reforma constitucional de 1936.
En cambio el Frente Nacional inaugurado en 1957, que en estricto sentido es una hegemonía pactada y no un sistema bipartidista, fue realmente el causante de los problemas de Colombia en adelante, empezando por el ataque de las guerrillas contra el Estado. Se trató de un bipartidismo hegemónico, pero no de un bipartidismo auténtico, pues en este último se sabe que uno de dos partidos va a ganar y nunca cuál de ellos.
Los partidos Liberal y Conservador para 1991 ya estaban fragmentados, pero mantenían una apariencia de unidad que servía a los electores al momento de votar, tanto en presidenciales como para cuerpos colegiados.
Y se mantuvieron así hasta 2002, cuando ya solo la mitad de las curules las obtenían los candidatos de estos partidos, pues la otra mitad la recibieron los supuestos nuevos partidos, que en el fondo eran escisiones de los anteriores, sin casi personalidad alguna.
Esto se debió a la vieja fragmentación, pero también a que la Constitución permitió fundar partidos y avalar listas sin límites, como una fórmula mágica para el pluripartidismo (ver el libro ‘Rojo difuso, azul pálido’). Llegó a haber como 70 partidos y más de 600 listas.

Errores previsibles

La reforma del 2003 intentó frenar ese caos de multipartidismo falso y amorfo con el umbral y otras normas que forzaban la aglutinación, pero ya era imposible contener la división.
El Partido Liberal, que hasta ese momento y con pocas excepciones había gobernado el país desde 1930 (la mayor parte de los presidentes y congresistas fueron de ese partido), se dividió como una gota de mercurio que rebota contra el suelo.
Peor aun le fue al Partido Conservador, que ya venía convirtiéndose en la confederación de partidos que ellos mismos han confesado son realmente.
Milagro, hubiera dicho un ingenuo. ¡El sistema se volvió pluripartidista! Era así como se había querido siempre. Pero el segundo error de apreciación de quienes deseaban este cambio, es que en Ciencia Política el pluripartidismo no es bueno en sí mismo, salvo cuando es moderado y pequeño, es decir con pocos partidos no muy radicales, pero claramente visibles en su ideología, con gran capacidad de concertación.
Y sobre todo no es claro que el bipartidismo sea malo, pues con él han funcionado casi perfectamente muchas de las principales democracias del mundo (Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Portugal, Francia y España hasta hace poco).
Tampoco son demasiados la actual docena de partidos, que en el fondo son seis que cuentan realmente, al límite de lo que exige Sartori para la gobernabilidad. Técnicamente podría hablarse de un pluripartidismo moderado, lo deseado. Pero no es así.
Esto porque, digámonos la verdad: ¿Alguien sabe quién es quién en nuestros partidos actuales? Nadie sabe cual es la diferencia entre Cambio Radical y el partido de ‘la U’, compuestos por liberales sobre todo y por algunos conservadores, que han ido de aquí para allá como jugadores de fútbol comprados por uno u otro equipo.

¿Alguien sabe quién es quién en nuestros partidos actuales? Nadie sabe cual es la diferencia entre Cambio Radical y el partido de ‘la U’, compuestos por liberales sobre todo

Además, quién entiende por qué hay dos partidos conservadores en Colombia y no uno solo si el Centro Democrático (creado también sobre todo por exliberales en un principio) no está peleado con los conservadores y defienden prácticamente lo mismo.
¿Y los ‘verdes’, son realmente el partido sandía del que hablaban hace dos años, verde por fuera y rojo por dentro, o es una coalición de escampadero para trampolines políticos de cualquier color?
A propósito del tema ideológico, el mundo de la izquierda es más confuso aún para el ciudadano que no militó en ellos, y no entiende cómo Petro asegura que marchó contra las Farc, pero el partido Farc dice que, ante la enfermedad de Timochenko, su candidato podría ser Petro.
Además, ni el más paciente profesor podría en una columna como estas explicar por qué Clara López es la candidata a la vicepresidencia de los liberales, después de que reorganizó el Polo Democrático tras el desastre de corrupción de los nietos de izquierda de un general que fue un dictador conservador pacifista.
Y esto sucede mientras el otro gran pilar del Polo Democrático, Jorge Robledo, se suma a Sergio Fajardo, cuya ideología es la gran incógnita del país, luego de la del ex vicepresidente Vargas Lleras, claro está.

Sistema confuso

Solo quedan entonces los liberales, agitando el trapo rojo, como unidad visible. ¿Pero lo son? Si se dice que la mayoría de los electos no saben aún si van a apoyar o no a su candidato oficial, aunque lo digan de dientes para afuera, ¿cómo se les puede pedir a los electores fieles que sí lo hagan?

La mayoría de los electos no saben aún si van a apoyar o no a su candidato oficial, aunque lo digan de dientes para afuera, ¿cómo se les puede pedir a los electores fieles que sí lo hagan?

Este domingo por supuesto algunos hicimos el esfuerzo de votar por candidatos del partido de nuestra preferencia, pero fue bien difícil, porque sabíamos que no está claro si ellos mismos apoyarían o no al candidato presidencial oficial de su colectividad, quien tampoco tiene fórmula vicepresidencial surgida del propio partido.
Y esto sucede en casi todos los partidos. Hoy están haciendo los electos los cálculos para ver a quién van a apoyar a partir de los resultados de la elección del Congreso y de la consulta.
Por eso los resultados fueron tan predecibles, pues no se estaba midiendo la fuerza de cada partido, sino la de cada uno de los candidatos y los que quedaron es porque tenían ya un poder electoral, personal y propio en la mayoría de los casos.
Un buen número de candidatos tenían problemas serios y algunos de ellos fueron reelectos. Lo positivo es que estarán en la mira de las redes y los medios porque ya son muy visibles.
¿Pero es esto un pluripartidismo moderado o más bien vamos para la fragmentación extrema que vivió Brasil de sus partidos y lo llevó al caos actual? Además, no está tan claro que deban hacerse consultas interpartidistas entre líderes de derecha o izquierda. Es como fomentar la división y legitimar las aventuras personales.
Esta consulta, que salió mal solo por el hecho de que no se autorizaron claramente fotocopias desde un principio, por las razones que sea, ya era absurda de todos modos y no debió haberse dado en ningún caso.
Petro la usó como propaganda electoral, pues realmente no competía con nadie. Y los de derecha pertenecen a corrientes muy diferentes, no a un partido, y debieron haber resuelto esa decisión entre ellos. Aun con sus contradicciones, la consulta liberal sí tenía un verdadero sentido de primarias, pero esto del 11 de marzo fue una burla al concepto de democracia interna tan importante hoy en día. Hay que reglamentar esto muy bien hacia el futuro: una sola fecha, nada de consultas entre partidos y quizá un recuadro en el tarjetón del Senado para evitar confusiones, entre otras medidas.

Paradójicamente es este Congreso el que deberá hacer la reforma política que necesita el país para que la competencia electoral tenga patrones estables

Paradójicamente es este Congreso el que deberá hacer la reforma política que necesita el país para que la competencia electoral tenga patrones estables y existan más partidos institucionalizados que garanticen una gobernabilidad efectiva. Esto evitaría el juego macabro de dádivas a los congresistas para aprobar proyectos, reemplazándolo por pactos ideológicos con las bancadas.
Ojalá nos den la sorpresa, como en el 2003, cuando aprobaron una reforma que hacía falta y salió bien cierto porcentaje, aunque los congresistas fallaron con el voto preferente, que encareció las campañas, acabó con la disciplina de partidos y frenó la institucionalización de la competencia electoral.
Pero también va a depender de quién gane la contienda presidencial, y ahí sí que no hay patrones de competencia estables, lo que confunde a los electores. Muchos partidos, muchos candidatos, muchas coaliciones variables, convirtieron esa elección en un derbi en el que hay que tratar de adivinar cuál es el caballo ganador antes incluso de apostar.
Es un panorama que cuesta enseñárselos a personas con cierta preparación y el ciudadano común por lo tanto no tiene cómo entenderlo. Esperemos también que un sensato presidente, porque casi todos los candidatos, casi, son excelentes, gane la quiniela y pacte una reforma política seria con este nuevo Congreso tan fragmentado, en el que también hay Senadores de lujo e incluso representantes de gran calado.
Soñar no cuesta nada, pero es que la buena política no se hace solo con buenos políticos sino con políticos organizados en partidos armónicos, disciplinados y con democracia interna al mismo tiempo, además de estables y coherentes ideológicamente. Pero de momento, el sueño del pluripartidismo, convertido en pesadilla cumplida, no está dando para eso.
DAVID ROLL*
Para EL TIEMPO
En Twitter: @DavidRollVel
* Director del Grupo de Investigación de Partidos de la Universidad Nacional.
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