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Carlos Pizarro, el líder del M-19 que apostó por la paz

El 26 de abril de 1990, un sicario acabó con la vida del líder guerrillero y candidato presidencial.

DIEGO ARIAS
Hace ya un buen tiempo que las guerras, incluidas las revolucionarias, dejaron de ser heroicas. El mundo ha cambiado y, no obstante la persistencia de numerosos conflictos y guerras, ya nadie les atribuye a esas opciones ni legitimidad ni heroísmo. La guerra se encarga de despojar al adversario de su condición humana y, en algún punto de la lucha, resulta ser algo inaceptable para alguien que como revolucionario sueñe con un mundo mejor. (Lea también: Hija de Carlos Pizarro habla del documental y libro sobre su papá)
No es fácil, por eso, traer al presente la figura de un líder revolucionario como Carlos Pizarro, comandante del M-19, sin que ello suponga algún tipo de elogio o enaltecimiento. Salvar esta enorme dificultad solo es posible dando cuenta, con honestidad, humildad y espíritu crítico, de lo que se fue y de lo que no es bueno que sea olvidado, pero tampoco imitado, enalteciendo siempre el repudio por la violencia y la desmesura que esta conlleva.
La ventaja, en el caso particular de Pizarro, es que fue él mismo quien lideró la crítica de las armas como medio de cambio y fue coherente al conducir a su organización armada hacia la paz pactada. (Lea aquí: Despejan dudas de ubicación de sicario que le disparó a Carlos Pizarro)
Entre el mito y la leyenda hay un ser humano que fue padre amoroso (a pesar de múltiples ausencias), hijo rebelde, líder político y militar, pero también un humanista y soñador. De su vida se conocen bien algunos aspectos y otros, poco.
Se inició en las Juventudes Comunistas (Juco), de donde luego pasaría a hacer parte de las Farc, guerrilla que abandonaría luego de dejar su arma, el uniforme y una nota que decía: ‘Ya vuelvo’. Junto a otros antiguos miembros de las Farc, como Jaime Bateman, Álvaro Fayad y parte de la dirigencia de la antigua Anapo fundaron el M-19, luego de que se consideró un robo el resultado de las elecciones que dieron el triunfo a Misael Pastrana Borrero sobre el general Gustavo Rojas Pinilla, el 19 de abril de 1970. (Además: Los cabos sueltos de tres magnicidios que la justicia quiere atar)
Mal bailarín (terrible), amante de la literatura (especialmente de García Márquez) e inquieto por el misticismo (Las enseñanzas de Don Juan) es conocida también su extraordinaria habilidad para la palabra escrita y la oratoria. Dueño de una poderosa argumentación, se lo recuerda por los debates sobre democracia en medio del Consejo Verbal de Guerra en el que se lo juzgaba junto a otros dirigentes del M-19 luego del robo de las armas del Cantón Norte y la posterior contraofensiva militar en medio del Estatuto de Seguridad y el estado de sitio, en tiempos de Turbay Ayala.
De su abundante producción epistolar destaca la extensa carta a su padre, el almirante Juan Antonio Pizarro, quien llegó a ser máximo comandante de las FF. AA. y en la que termina diciéndole: “Mantengo la certeza de que desde tu lecho de enfermo posas tu mirada inteligente sobre mis pasos actuales. Sé que continuarás implacable frente a mis yerros y continuarás confiando en mi carácter. No estaré a tu lado en la hora de tu muerte, pero nunca he estado lejano. Recibe mi mensaje eterno de agradecimiento y amor”.
El militar
El M-19 entregó sus armas en marzo de 1990. Aquí, Pizarro en la ceremonia oficial junto al político Rafael Pardo, hoy candidato a la alcaldía de Bogotá. Foto: Archivo / EL TIEMPO.
Hay una creencia que le atribuye a Pizarro haber sido un gran líder militar y, al decir de varios de los oficiales del Ejército que lo enfrentaron, realmente lo fue. Materializó el gran salto militar de esta guerrilla fundando el llamado ‘Frente de guerra occidental’ en el Cauca y Valle e introduciendo novedosas tácticas y técnicas de combate de uso extendido en la guerra de Vietnam.
La batalla de Yarumales, en lo alto de una montaña en Corinto (Cauca) y que tuvo lugar en medio de la tregua pactada en el gobierno de Belisario Betancur, fue la primera defensa de posición exitosa de una guerrilla en Colombia, y allí Pizarro lideró cada detalle de esa confrontación, que se prolongó durante 23 días. (Lea también: Las pistas del caso Pizarro que la justicia ignoró por 20 años)
Asumió, sin éxito, la creación del llamado ‘batallón América’, una especie de fuerza armada continental inspirada en ideales bolivarianos, de la que inicialmente hicieron parte combatientes de Perú, Ecuador, Uruguay y Venezuela y cuyo más notable emprendimiento militar fue la incursión en las goteras de Cali.
Pizarro procedió con generosidad en muchos casos frente a adversarios vencidos o capturados pero, excepcionalmente, fue inflexible frente a infiltrados, miembros del grupo o particulares que pusieron en grave riesgo a la organización o a la población civil.
Junto a otros dirigentes, advirtió las señales de la degradación que asomaba en el conflicto colombiano. Con Álvaro Fayad, Pizarro declaró en una reunión interna del M-19 que “si la degradación de las armas implica que estas son más importantes que las personas que las empuñamos, y, peor aún, si llegan a volverse más importantes que los objetivos mismos de la lucha revolucionaria o algún día se vuelven en contra de la nación, entonces el M-19 tendrá que estar dispuesto mejor a renunciar a esas armas”. (En video: 'Mi padre era generoso, rebelde y valiente')
Por una condición trágica de la misma guerra, Pizarro se enfrentó a dos situaciones que lo hicieron reflexionar sobre la inutilidad de la misma, su degradación y crueldad. La primera ocurrió por los trágicos hechos de la toma del Palacio de Justicia en 1985, luego de lo cual, durante largas horas en vela, a veces en medio de violentos ataques de epilepsia, habló de la necesidad de una rectificación profunda dentro del M-19, pero también de la sociedad.
Muy cerca en el tiempo y la distancia, vivió quizás el momento más estremecedor de su vida como revolucionario cuando intentó encarar la tragedia provocada por el grupo disidente de las Farc, el ‘Ricardo Franco’, que perpetró la llamada masacre de Tacueyó, y cuando, en medio de la ira y el dolor, retó a muerte a su propio hermano, Hernando Pizarro, segundo al mando de esa guerrilla en descomposición.
Legado de paz
Luego del encuentro histórico en Madrid (1983) entre Belisario Betancur y los dirigentes del M-19, Iván Marino Ospina y Álvaro Fayad, se abrió la puerta al primer intento de paz en 1984. Habiéndose convenido la firma de una tregua, Carlos Pizarro, aún malherido luego de un oscuro atentado mientras se dirigía a Corinto, no vaciló en firmar el acuerdo de tregua y cese del fuego (1984). Hubo de pasar por muchas circunstancias políticas y varias trágicas antes de que una escena similar tuviera lugar, esta vez en Santodomingo (Cauca) cuando el 9 de marzo de 1990, siendo comandante general del M-19 dio la orden a todos sus combatientes de “por la paz de Colombia..., ¡dejad las armas!”.
Sus palabras de ese día bien resumen el valor y la certeza de estar pactando la paz: “Quizás es más difícil para los que estamos aquí, que hemos vivido durante muchísimos años en la guerra, hacer este acto simbólico y real de dejación de armas que cualquiera de los combates que hemos tenido en el pasado”. Y añadió: “Esta es una decisión en la que nos vamos a jugar nuestras vidas y nuestros sueños... Nos enorgullece lo que estamos haciendo, lo hacemos con la frente en alto y la mirada puesta única y exclusivamente en la patria, y lo hacemos sin claudicaciones, sin cobardías y sin temores en el alma”. (En fotos: Avanza exhumación de Carlos Pizarro en el cementerio Central)
Carlos Pizarro fue asesinado el 26 de abril de 1990, siete semanas después de haber hecho dejación de las armas y ya como candidato presidencial. Cualquier asomo de duda sobre si el M-19 se mantendría en la paz la despejó Antonio Navarro, en nombre de la dirigencia y la militancia de la guerrilla recién desmovilizada: “Después del entierro nos reunimos a decidir qué hacer y tomamos la decisión de honrar la palabra empeñada. ¡Y aquí estamos!”.
No es posible predecir si el éxito político hubiera acompañado o no a Carlos Pizarro. Más que lo que contuviera el acuerdo con el Gobierno, al M-19 le interesaba el proceso que pudiera desatarse en Colombia a partir de ese gesto y por eso, en gran parte, se dio la Constitución de 1991.
En campaña, Pizarro dijo: “Ofrecemos algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en primavera”. Ese fue su compromiso y el sueño por el cual murió.
Sigue la impunidad
Las únicas personas que han sido declaradas culpables del magnicidio del candidato presidencial Carlos Pizarro están muertas. En el 2001, un juez especializado de Bogotá condenó a 20 y 25 años de prisión, respectivamente, a los exjefes paramilitares Fidel y Carlos Castaño, asesinados posteriormente. El fallo solo fue posible luego de que el mismo Carlos reconociera, en el libro 'Mi Confesión', que lideró el operativo para asesinar a Pizarro. Desde entonces nadie más ha sido formalmente vinculado al caso, declarado crimen de lesa humanidad en el 2010.
El único avance que ha habido recientemente fue la exhumación que la Fiscalía hizo en el 2014 del cuerpo de Pizarro y de Gerardo Gutiérrez Uribe, el sicario que le disparó en pleno vuelo a Barranquilla. Los resultados coinciden con la versión de testigos del crimen y de escoltas del M-19: que en el asesinato de Pizarro hubo una conexión clara entre paramilitares y agentes del DAS. (Lea también: Margoth Leongómez de Pizarro, una madre coraje)
Por esos vínculos solo hay una indagación preliminar y fueron escuchados en indagatoria Jaime Alberto Gómez Muñoz, el escolta del DAS que disparó contra el sicario, y un escolta de Carlos Castaño que ha dicho que el entonces jefe de Inteligencia del DAS, Alberto Romero, era supuestamente el enlace con los paramilitares.
Romero, quien estuvo 35 años en el DAS como un poder en la sombra, murió en el 2012 sin rendir cuentas. La justicia tampoco ha logrado explicar cómo, pese a que un mes antes de la muerte de Pizarro se extremaron las medidas de seguridad en el aeropuerto El Dorado por el asesinato del dirigente de la UP Bernardo Jaramillo Ossa, al avión de Avianca haya entrado una miniametralladora. Otro de los cabos sueltos es por qué se designó en el esquema de seguridad a Cristancho Santamaría, agente del DAS que venía de conformar el anillo de seguridad de Bernardo Jaramillo y que lo acompañaba en el momento de su muerte. Como inexplicable es que el año pasado un fiscal diera la orden de fundir el arma con la que fue asesinado Pizarro, a pesar de que era una pieza clave.
DIEGO ARIAS*
Especial para EL TIEMPO
* Exguerrillero del M-19
DIEGO ARIAS
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