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'Megateo' mordió el anzuelo de uno de sus mejores escoltas

Ubicación entregada y despliegue de comandos especiales pusieron fin al mito del Catatumbo.

Era la noche del jueves primero de octubre, hacia las 8:45 p. m., cuando el capo Víctor Ramón Navarro, alias Megateo, llegó en moto a un rancho en medio de una maraña en el corazón del Catatumbo, la región que en los últimos 25 años fue su refugio, su centro de operaciones de narcotráfico y punto de retaguardia.
Momentos antes, luego de recorrer sigilosamente 10 kilómetros, comandos del Grupo Táctico de Antiterrorismo de la Dijín (Grate) lograron rodear su rancho, situado en el corregimiento San José del Tarra, en Hacarí, Norte de Santander.
El mismo que un escolta de Navarro Serrano, reclutado por la Policía, señaló de ser el taller donde se producían artefactos explosivos que ‘Megateo’ había ordenado fabricar para atentar contra la Fuerza Pública y afectar, además, las antenas de celular. (Lea: Dos infiltrados fueron claves en la caída del capo 'Megateo')
Estaba obsesionado por evitar que los operadores de telefonía expandieran sus antenas porque creía que así lo podrían ubicar más fácilmente.
Para él era más seguro mantener a toda la población incomunicada. Fue así como ordenó que los concejales de los municipios del Catatumbo debían consultar con él directamente, antes de autorizar la instalación de estas repetidoras.
Desde unos 180 metros, los comandos veían cómo ‘Megateo’ y sus escoltas revisaban el lugar.
Ellos, entre tanto, a la distancia, analizaban las características de los hombres, armados de fusiles punto 50 y ametralladoras M60.
Notaron que uno lucía diferente: chaleco de arnés y un sofisticado fusil M4, utilizado por fuerzas especiales para combates cercanos. El fusil tenía una particularidad: no era negro, como los comunes, sino mimetizado. Era el mismo que durante dos años de seguimientos una comisión especial de la Dijín –que además obtenía información de un desmovilizado de las Farc– había identificado como el arma personal de ‘Megateo’.  (Lea también: Los capos que quedan en la lucha contra el narcotráfico)
Esa característica, sumada a la identificación de sus rasgos físicos, su contextura gruesa y estatura media, les permitió a los comandos confirmar que al sitio había llegado el capo de capos. El narcotraficante que, aprovechando el nombre del reducto de la guerrilla del Epl a la que ingresó cuando tenía 15 años, influenciado por un tío, consolidó un poder mafioso que las últimas dos décadas pareció impenetrable.
A eso de las 9:30 de la noche, cuando los comandos se preparaban para cumplir la misión –habían permanecido 48 días infiltrados en el Catatumbo–, los hombres de ‘Megateo’ notaron que eran vigilados. “Con linternas, empezaron a alumbrar para ubicarlos”, dice una fuente que participó en la operación, bautizada como Solemne. Fueron segundos de tensión. “El objetivo entraba y salía del taller. La estrategia de los comandos fue quedarse quietos y callados. De un momento se inició el enfrentamiento y luego el rancho estalló”, cuenta otra fuente en el operativo. (Además: Así se había salvado 'Megateo' de la ofensiva de hace dos meses)
Casi al tiempo, la Fuerza Aérea Colombiana realizó bombardeos en puntos estratégicos en los que el Epl tenía su retaguardia, armada con tatucos con los que pretendía afectar las aeronaves del Ejército, que también participó en la operación.
Pagaba por virginidades
El poder narcotraficante que Víctor Ramón Navarro, de 39 años, consolidó mediante alianzas con las Farc, el Eln y las bandas criminales, y por los asesinatos de policías, militares y agentes del antiguo DAS, lo convirtió en el objetivo número uno de la Fuerza Pública, por encima del también capo ‘Otoniel’, jefe del ‘clan Úsuga’.
El general Rodolfo Palomino, director de la Policía, dice que para él y su institución la cacería de ‘Megateo’ era una cuestión de honor. “Yo mismo tuve que ir al Catatumbo a recoger los cuerpos de mis policías asesinados”, dice. (Lea: En una semana cayeron dos capos de la droga)
En la lista de crímenes aparece el asalto a una comisión del DAS y del Ejército que en abril del 2006 fue asesinada por el Epl cuando iba camino a una operación contra ‘Megateo’. No fue cuestión de oportunidad. La justicia comprobó que el capo pagó al detective del DAS Carlos Alberto Suárez Reyes por la información.
Así como Suárez Reyes –condenado a 40 años de cárcel– hacía parte de su nómina, ‘Megateo’ acostumbraba pagar millones por información de movimiento de tropas en Cúcuta, Ocaña, Aguachica y todo municipio cercano al Catatumbo en el que creía que la Fuerza Pública lanzaría operaciones para capturarlo. De hecho, para evitar esas fugas de información se coordinó que las aeronaves de la Fuerza Aérea salieran a apoyar la operación desde las bases Palanquero (en Puerto Salgar, Cundinamarca), de Barranquilla y de Rionegro.
Pero el destino de ‘Megateo’ estaba trazado. Por dos años, hombres de las direcciones Antiterrorismo, Delitos Especiales y Vida, de la Dijín, habían logrado conocer en detalle al capo, sus gustos, costumbres y, últimamente, su rutina.
Sabían que lo obsesionaba el oro. Usaba hasta cuatro anillos, con diamantes y cadenas. También, que era adicto al licor y a las mujeres, especialmente niñas de entre 12 y 15 años. Como si se trataran de mercancía, pagaba 20 millones de pesos a campesinos por la virginidad de sus hijas.
Alardeaba de que podía tener a la mujer que quisiera, y a las que entraban en su red les pagaba cirugías estéticas, y el narco les tatuaba su rostro en las piernas. (Además: Editorial: El fin del delirio)
El alias Megateo –que, según la Policía, sacó de un personaje de una novela de mediados de los 90– aparecía tallado en bienes públicos de pueblos, como La Vega de San Antonio, el cual colonizó a punta de entregar mercados a ancianos, útiles escolares en caseríos, ‘subsidios’ y préstamos a campesinos en una región por años abandonada por el Estado.
Consiguió crear una gran red de informantes, sumada a la de algunos funcionarios públicos, que reportaban no solo cada paso de la Fuerza Pública, sino la llegada de extraños a la región. (Lea: Un bombardeo, la fórmula que puso fin a 'Megateo')
18 meses infiltrado
Ese monitoreo falló hace año y medio, cuando un antiguo escolta de ‘Megateo’ y un amigo regresaron al Catatumbo para pedirle al narco una nueva oportunidad en la red mafiosa.
Seis meses atrás habían sido reclutados por la Policía en medio de una estrategia pensada por un grupo élite de la Dijín para dar con el capo. Fueron meses de una paciente infiltración en la que las dos fuentes reclutadas primero recuperaron la confianza de los otros hombres de seguridad de ‘Megateo’ y luego la del mismo capo.
Obtuvieron fotos, dispositivos y toda una serie de material que le permitió a la Policía diseñar varias operaciones. Logró huir de nueve, unas veces por suerte y otras por posible fuga de información. El más reciente operativo fue el 16 de agosto cuando, con la información de la Dijín, comandos del Ejército se infiltraron cerca de una de sus casas en la vereda Guayabón, en La Playa de Belén. (Además: Dos infiltrados fueron claves en la caída del capo 'Megateo')
Ese día, la suerte o quizás los rezos de un brujo que tenía a su servicio jugaron a su favor: las balas disparadas por los comandos alcanzaron a tres de sus escoltas, pero no a él. Según se estableció, el chaleco de arnés que llevaba recibió el impacto, que solo le dejó un rasguño en el brazo izquierdo.
En medio del enfrentamiento, salió por una montaña y se dirigió hacia el norte del departamento. Se ubicó entre San José del Tarra y Las Juntas, en Hacarí, a 17 kilómetros de La Playa de Belén. Como esa operación había sido de día, decidió que solo se movería de noche. “Se volvió una persona nocturna. Solo atendía reuniones caída la tarde para evitar que lo vieran”, cuenta un investigador. (Vea: Los capos colombianos que han caído en los últimos años)
Esa ubicación, según fuentes que participaron en la operación Solemne, fue posible gracias a la información del escolta de ‘Megateo’, cuyos mensajes eran transmitidos a la Policía a través de su amigo. Además fue clave el análisis que la comisión de la Dijín hizo de las comunicaciones que miembros del Epl sostenían.
En la última semana, las fuentes reclutadas dijeron que en las noches ‘Megateo’ solía ir a un taller de fabricación de explosivos en el corregimiento de San José del Tarra. El trabajo de observación de los comandos del Grate de la Dijín permitió establecer que en el lugar había una improvisada casa, en la que nadie vivía. El jueves en la noche, cuando los comandos se acercaban, notaron el ingreso de hombres armados, entre los que estaba ‘Megateo’.
Fueron los últimos minutos del narco por cuya cabeza Colombia ofrecía 2.000 millones de pesos, y EE. UU. 5 millones de dólares. El enfrentamiento y la explosión del lugar acabó con el mito del capo que se paseó por el Catatumbo como si fuera su casa. Cinco de sus hombres también murieron.
Hacia las 4:30 a.m. del viernes, sus restos y los de sus escoltas fueron embarcados en un avión hacia Cúcuta, donde permanecen en la morgue de Medicina Legal.
PAULINA ANGARITA MENESES
Subeditora de Justicia
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