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'Cárcel o exilio', el libro sobre el destino de Andrés Felipe Arias

El escritor Plinio Apuleyo Mendoza analiza el proceso jurídico en contra del exministro.

Fue un viernes trece, día que nunca olvidará Andrés Felipe Arias. No en vano es de mal agüero, porque el viernes trece de junio del 2014 se filtró en la radio el maligno rumor de que la Corte Suprema de Justicia lo condenaba sin apelación posible.
Lo ocurrido era algo absolutamente inesperado. Hasta ese momento siempre había considerado segura su absolución. Las pruebas de su defensa habían demolido todos los argumentos presentados en contra suya por la Fiscalía durante el juicio. Tanto él como su abogado demostraron que tales cargos se sustentaban en pruebas adulteradas. Periodistas que cubrían su caso tenían informes provenientes de los propios magistrados, según los cuales la tarea de la Fiscalía había sido tan deficiente que no dudaban de que Andrés Felipe sería absuelto. Las caras largas de los fiscales al concluir el juicio apuntaban en esa dirección.
Cuando Andrés Felipe se dio cuenta de que el propio director de la Unidad Nacional de Protección, persona encargada de salvaguardarlo a él y a su familia debido al nivel de riesgo extraordinario que enfrentan en Colombia, estaba difundiendo y amplificando la falsa noticia de la condena a través de las redes sociales, el exministro, su familia, sus abogados, sus amigos y sus compañeros de lucha política no tuvieron la menor duda de que algo muy sucio había sucedido.
Catalina, esposa de Andrés Felipe, no tomó a la ligera el rumor que seguía difundiéndose a medida que pasaban las horas. Alta, bonita, delgada, con una fosforescente vivacidad, había tenido que compartir con su marido dos caras opuestas de un destino. Feliz la primera, trágica la segunda.
Feliz la primera porque cuando se conocieron en su respectivo ámbito aparecía un prometedor futuro. El de ella tenía los destellos propios de una joven ejecutiva que se había hecho notoria en el mundo financiero. El de Andrés Felipe también, pues era visto en la vida nacional como el joven ministro de Agricultura, recientemente designado por el entonces presidente Uribe, con visos tan parecidos al mandatario que la opinión lo veía como un precoz heredero suyo.
Andrés Felipe y Catalina, como alguna vez lo escribí, sintieron el uno por el otro una rápida atracción. Fue un amor a primera vista. Se casaron en una ancestral iglesia de Sopó solo nueve meses después de haberse conocido.
La inesperada y sombría cara que tomó de pronto su destino apareció con el mal llamado escándalo de Agro Ingreso Seguro difundido por los medios de comunicación y aupado por los adversarios del expresidente Uribe. Catalina había dejado a un lado su exitosa carrera para dedicarse a su familia. Eloísa, su hija, tenía entonces dos años de edad y el pequeño Juan Pedro, apenas veinte días de nacido cuando Andrés Felipe fue detenido y llevado al tétrico búnker de la Fiscalía previsto para los más peligrosos delincuentes.
Sé que algún día, ni la Fiscalía ni nadie podrán encontrar delito alguno en el proceder de mi esposo –escribió ella entonces–. Nadie se imagina lo que hemos tenido que aguantar, lo que ha sido esta difícil experiencia. Pero ni siquiera a quienes nos han hecho tanto daño les deseo que vivan algo parecido”.
Como atrás queda dicho, desde que estalló el escándalo, ella vivió a la sombra de aquel desastre. Cuando Andrés Felipe, luego de permanecer dos años recluido, quedó en libertad esperando el juicio, ella vio al fin posible su justa absolución. De ahí que al escuchar los rumores radiales de ese fatídico viernes 13 presintió que tales esperanzas se derrumbaban. Sin vacilación alguna tomó el teléfono y llamó a su madre. No la hizo todavía partícipe de su angustia. Se limitó a anunciarle que irían al mediodía a su casa. Solo entonces, cuando se encontraron en el vestíbulo, la zozobra que una y otra habían ocultado se hizo visible. Se abrazaron y rompieron a llorar.
Una pesadilla
Los suegros de Andrés Felipe lo trataban con sumo afecto, el mismo que se le da a un hijo. Tenían el mejor concepto de él. Pese a su carácter serio e introvertido, ya en el ámbito familiar, Andrés Felipe era espontáneo y cariñoso. En su trabajo, por cierto, lo veían estricto, riguroso, metódico y siempre demasiado exigente consigo mismo. Conociendo su poco interés por el dinero, la que se encarga de llevar las cuentas del hogar, por su formación y carácter, es Catalina –la financiera de la familia, como la llaman sus padres–.
Ni Andrés Felipe ni Catalina llegaron a imaginar la pesadilla que vivirían de pronto. Toda suerte de tergiversaciones surgieron en contra del entonces joven Ministro cuando se inició el proceso en contra suya.
Por ejemplo, ella recuerda que hallándose con su marido en el restaurante Andrés Carne de Res, se les acercó un señor Dávila junto con su novia, Valerie Domínguez –a quienes no conocían y estaban implicados en el escándalo–, a pedirles un minuto de su tiempo. Sin que nadie se lo hubiese preguntado, el señor Dávila le dijo a Andrés Felipe que en el caso de ellos todo lo habían hecho de manera correcta y transparente. Andrés Felipe se limitó a responderle que si eso era así no deberían tener problema y que debían explicar al país lo sucedido con ellos.
Pues bien, aquel encuentro fortuito en Andrés Carne de Res sería presentado luego como prueba de una supuesta complicidad entre el exministro y uno de los acusados de haber obtenido beneficios fraudulentos del programa Agro Ingreso Seguro. Tal aseveración, absolutamente falsa, fue recogida en su momento por todos los medios de comunicación. Andrés Felipe, atónito ante aquellas inesperadas especulaciones y la distorsión de lo que en realidad había sucedido en dicho encuentro, no tuvo otra opción que esperar a que el señor Dávila fuera citado al juicio como testigo de la Fiscalía.
De hecho, los miembros de la familia Dávila terminaron reconociendo su responsabilidad en el fraude. Por su parte, Valerie Domínguez, también acusada de tentativa de peculado y falsedad en documento público, fue finalmente absuelta por un juez del Tribunal Superior de Bogotá cuando se descubrió que, engañada por su pareja, había solicitado un subsidio del Agro Ingreso Seguro para el sistema de riego y drenaje de una finca. Lo más curioso del asunto es que cuando ella solicitó el subsidio de AIS, Andrés Felipe ya ni siquiera trabajaba en el Ministerio de Agricultura. Aún así, los medios aseguraban que Andrés Felipe le había dado a ella un subsidio. Sin embargo, ni el testimonio directo de Dávila ni el cúmulo de pruebas a favor de Andrés Felipe lograron que la Corte lo absolviera.
Desvaríos de la Fiscalía
Como lo escribí alguna vez, aquí es cuando uno se tropieza con una terrible falla de nuestra actual justicia: la Fiscalía acusa ciegamente sin examinar a fondo pruebas y testimonios. De su lado, la prensa suele hacerse eco de una impugnación sin verificar su validez, de manera que se convierte fatalmente en correa de transmisión de grandes infundios o de verdades a medias. Por su parte, los enemigos políticos de un acusado sacan provecho de esta situación, y la opinión pública, bajo los fogonazos periodísticos de un escándalo, termina influenciada por ellos haciendo precipitados juicios de valores. “Algo sucio debió hacer”, se escuchaba decir en las reuniones sociales.
Y en efecto, tal injusta reacción de la gente del común fue la que de pronto empezaron a padecer Andrés Felipe y Catalina. Sin haberlo previsto nunca, la imagen pública de él dio un aterrador vuelco. El brillante exministro a quien se le veía como el mejor sucesor de Álvaro Uribe –hasta el punto de tener grandes opciones para ser candidato presidencial– acabaría recibiendo un despectivo trato, propio de un delincuente.
Aunque a él no se le acusó de robarse un solo peso, se le sindicó de haber celebrado irregularmente un convenio de colaboración con el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, Iica. Pero las sindicaciones de la fiscal general de la Nación de ese momento, Viviane Morales, no terminaron ahí. Para sorpresa de Andrés Felipe, la funcionaria consideró que el convenio firmado era ilícito. Según ella, lo que le correspondía hacer al Ministro era una licitación y no la había ordenado por un sospechoso interés político.
Al pronunciar este concepto, la exfiscal no tomó en cuenta varios hechos que eliminaban semejante afirmación. El primero es que el Iica tiene una sólida reputación como brazo agrícola de la OEA. Su relación es similar a la que tiene la FAO con la ONU. El segundo, es que el Iica venía celebrando convenios de cooperación con el Estado colombiano desde hacía décadas, de modo que ningún ministro de Agricultura había sido enjuiciado por aceptar que este organismo, sin ánimo de lucro y con la mayor experiencia en materia agrícola en el continente, continuara haciéndose cargo de programas dirigidos a transferir tecnología (como lo es en cualquier lugar del mundo un sistema de riego) y, así, a aumentar la productividad del campo, las exportaciones agrícolas y el empleo rural.
Considerando que la OEA era solo un ropaje a fin de permitir un hecho ilícito, la fiscal Viviane Morales logró que se dictara medida de aseguramiento en contra de Andrés Felipe Arias. Como si fuese un linchamiento público, esta medida no se llevó a cabo en una sala de audiencias que sería lo usual, sino que tuvo lugar en un teatro dispuesto para el público. La multitud que llenaba el salón estaba constituida por adversarios políticos del expresidente Uribe; de ahí que aplaudieran con rabioso estrépito cuando un magistrado anunció la decisión de mandar a Arias a la cárcel. La humillación y el dolor del exministro, su esposa y sus padres fueron enormes.
Este fue un durísimo golpe para quien aparecía en ese momento como el líder más representativo de la corriente política de Uribe y uno de los más opcionados para ganar la elección presidencial del 2014. Nunca había imaginado Andrés Felipe que de la noche a la mañana abandonaría su tranquilo apartamento en el norte de Bogotá, donde vivía con su mujer y sus dos pequeños hijos, para ser recluido en un frío calabozo del búnker.
“Se me estaba violando la presunción de inocencia y el derecho a la legítima defensa -me contaría luego-. Quedé encerrado lejos de la familia, sin poder trabajar por mis hijos, sin entender claramente qué estaba sucediendo”.
Dos días después de estar en prisión, un grupo de hombres, haciéndose pasar por agentes de la Fiscalía, saqueó su apartamento. Para ello se valieron de todos los datos privados y personales del exministro y su familia que la exfiscal Viviane Morales reveló públicamente ante todo el país a través de los medios de comunicación.
Trasladado a la Escuela de Caballería, Andrés Felipe Arias consideró que mientras se adelantaba la investigación en su contra debía luchar por recobrar la libertad para asumir su defensa en igualdad de condiciones. Necesitaba disponer de espacio, tiempo y movilidad a fin de recaudar testimonios y pruebas que servirían para demostrar su inocencia. Después de que en dos audiencias previas se le hubiese negado la libertad, una tarde de domingo lo visité en su centro de reclusión. Hablando con él y con su esposa pude comprobar que no había perdido las esperanzas de obtener el derecho a preparar su defensa en libertad. Días después, la prensa y la televisión registraron con dramáticas imágenes el momento en que, por tercera vez, un juez decidía mantenerlo en prisión. Imborrable nos quedó a todos el momento en que, con lágrimas, Catalina y Andrés Felipe se fundieron en un dolorido abrazo.
¿Qué argumentos fueron ofrecidos por la justicia para darle un viso de legalidad a su encarcelamiento? Todos fueron traídos de los cabellos. La primera tesis que esgrimió la Fiscalía fue que el exministro podría aprovechar su libertad para adiestrar testigos que declararían en su favor. Incluso se llegó a alegar que si era liberado, Arias “usaría su cuenta de Twitter para influir en el proceso”.
Finalmente, pasados dos años de su ilegal arresto y ante la carencia de sólidas pruebas que permitieran prolongar su reclusión, la justicia no tuvo más remedio que dejarlo en libertad. Fue un momento del cual fui testigo. Recuerdo que lo acompañé a su apartamento y presencié la intensa emoción de Andrés Felipe cuando sus dos pequeños hijos salieron a su encuentro. Catalina, radiante de felicidad, parecía sentir que atrás quedaban aquellos dos amargos años que habían ensombrecido sus vidas.
También él consideraba que, al fin libre, tenía a su alcance toda clase de pruebas y testimonios a su favor, en tanto que la Fiscalía carecía de sustento para darle credibilidad a sus acusaciones. Andrés Felipe estaba seguro de que el juicio en la Corte Suprema de Justicia iba a culminar con su absolución.
Tanto es así que, al día siguiente de haber recobrado su libertad, su esposa recibió una llamada en la que le indicaban que el Presidente de la República quería hablar con Andrés Felipe. Ella, sorprendida, le pasó el teléfono. Andrés Felipe cuenta que Juan Manuel Santos lo felicitó y le dijo que él y su familia habían rezado mucho por ese momento. El exministro le manifestó su agradecimiento.
Varios pronunciamientos en su favor le permitieron mantener desde entonces la tranquila certidumbre de su absolución. En febrero del 2014, la Procuraduría General de la Nación solicitó a la Corte Suprema de Justicia que Arias fuera declarado inocente. Sostuvo también que “la Fiscalía había desbordado los límites de la acusación” sin siquiera tener pruebas de los supuestos delitos. Tres meses después, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca estableció la legalidad de los convenios de cooperación suscritos por el Ministro Arias con el Iica. Finalmente, en la segunda semana de junio del 2014, la Procuraduría, luego de una investigación que duró dos años en torno a las finanzas personales de él y de su esposa, determinó que no hubo nunca desviación de recursos oficiales en su beneficio.
El inevitable exilio
Es fácil imaginar la angustia que se apoderó de Catalina, la esposa de Andrés Felipe, cuando aquella mañana de aquel viernes 13 de junio del 2014 escuchó en la radio el rumor de que iba a producirse un fallo condenatorio en contra de su esposo. Sin certeza alguna de que aquello fuera cierto, esperó la opinión de sus padres.
Cuando su madre le acercó a su regazo, sintió que también ella tenía el pálpito de una nueva y terrible realidad. Andrés Felipe, en cambio, se mantenía retraído y sombrío. No podía dar crédito a los rumores radiales que habían estremecido a su esposa. Cuando menos lo esperaba, su suegro los dio por ciertos. Alguien que estaba presente, mirándolo fijamente y sin sombra alguna de duda, le dijo con voz grave: “¡Tú te tienes que ir, aquí no hay justicia!”.
Dos amigos cercanos llamaron a los padres de Andrés Felipe, que viven en Medellín, y les pidieron, sin dar mayor detalle de lo que estaba ocurriendo, que volaran de inmediato a Bogotá.
Tomada la decisión de no prestarse a semejante injusticia, Catalina y Andrés Felipe se dirigieron a su casa para preparar a toda prisa una pequeña maleta. Andrés Felipe grabó un video que una amiga suya todavía guarda bajo custodia esperando el momento de darlo a conocer. Ya con el tiempo contado y en medio de profunda tristeza y agonía, abrazó como si fuera la última vez a Catalina, Eloísa y Juan Pedro. El pequeño no entendía lo que sucedía, pero Eloísa se desató en llanto. Andrés y Catalina sintieron el dolor más grande de su vida en ese momento, pero ella, como siempre, le dio fuerza para emprender el viaje.
Hasta el automóvil en que se encontraba Andrés Felipe llegaron de pronto sus padres quienes acababan de desembarcar del avión que los traía de Medellín. Fue esa una breve y muy triste despedida. Cuando llegó el momento, algunas personas que creen en su causa lo ayudaron con todo el proceso de salida. Sintió como nunca la congoja de una partida que quebraba su vida. Tendría que enfrentar solo, por ahora, un incierto destino.
Una vez que quedó claro para ella que no tenía otro camino que el exilio, Catalina, apoyada por su madre, empezó a preparar todo lo necesario para viajar con sus dos pequeños y reunirse con Andrés Felipe. Debió renunciar a su empleo, y con la ayuda de sus amigas de infancia puso a la venta muebles, vajillas y otros enseres con el afán de recoger algún dinero. Nunca había resultado más injusta la infame acusación hecha a Andrés Felipe de apropiarse de dineros públicos, cuando él y su familia, sin mayor soporte económico, debían encarar ahora las más básicas necesidades de sobrevivencia.
No fue nada fácil el viaje de Catalina y sus hijos. Surgió de repente un inesperado contratiempo. Era indispensable contar con la autorización de Andrés Felipe para que sus dos hijos menores de edad pudiesen salir del país. De modo que para tramitar dicho permiso, el lunes 16 de junio él tuvo que acudir a un consulado colombiano. Allí lo maltrataron, humillaron y retuvieron casi dos horas hasta que los funcionarios consulares, a regañadientes, pero todavía celebrando el triunfo de Juan Manuel Santos, le tuvieron que tramitar el permiso y devolver su pasaporte, pues en ese momento lo de su condena seguía siendo un rumor ilegalmente filtrado por la propia Corte Suprema de Justicia.
A los pocos días, pero ya en el exilio, el rumor se convirtió en realidad y se conoció la sentencia de la Corte Suprema condenándolo a 17 años y cinco meses de prisión y a pagar una multa equivalente a dieciséis millones de dólares. De esta manera, quien fuera considerado como un eficiente funcionario y una reveladora opción política del país, quedó convertido en un prófugo de la justicia.
Ignorando que este fallo es una prueba más de los desvaríos judiciales que tienen hoy como sustento falsos testigos, imputaciones sin fundamento y amañadas condenas, el ciudadano común está muy lejos de conocer la verdad sobre este caso. Mantiene dudas y sospechas. No ve que el exilio de Andrés Felipe y otros personajes, lejos de ser una prueba de culpabilidad es la triste consecuencia de una clara persecución política. Algún día y de alguna manera habrá que reparar la iniquidad que se ha cometido con él.
PLINIO APULEYO MENDOZA
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