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EL TIEMPO revela fragmentos del diario de Álvaro Gómez Hurtado

Los escribió durante su secuestro y este diario los publica hoy por su valor histórico.

EL TIEMPO
Álvaro Gómez Hurtado estaba seguro de que iba a morir en cautiverio. El M-19 lo había secuestrado el 29 de mayo de 1988. Durante los 53 días que duró su encierro, el político conservador dedicó largas horas a escribir un diario en el que reflexionaba sobre la inminencia de la muerte, recordaba su niñez y hasta celebraba con cierta ironía el fin del comunismo. La mayor parte la escribió en francés, temeroso de que sus captores se enteraran de lo que pensaba. Tras la liberación, los papeles se quedaron en algún rincón del minúsculo recinto donde lo retuvieron, pero una hábil gestión del poeta nadaísta Jota Mario Arbeláez hizo que regresaran a sus manos. De los originales solo queda una hoja. El resto son fotocopias que custodia la Universidad Sergio Arboleda, de la que fuera cofundador.
A continuación, algunos fragmentos:
Recostado en el camastro de mi mundo cautivo, recinto de dos por cuatro, que debo compartir con mis guardianes de día y de noche, me entregan el periódico de la víspera. Lo hacen con ademán de señalar que algo ha cambiado en el trato que me dan. Ahora ya puedo recibir noticias. “Las reglas empiezan a cambiar”, me dicen, con sonrisa amistosa, insinuante, como si supieran que más adelante las cosas mejorarían.
Hay noticias sobre mi secuestro y sobre reacciones que este hecho produjo en la opinión. Pero al lado, sin el despliegue que yo le hubiera otorgado, si me hubiera correspondido diagramar ese periódico, aparecía la información sobre la sesión inaugural del XIX Congreso del Partido Comunista que había ocurrido en Moscú. (Lea también: Lo que dijo el asesinado abogado de la mafia sobre caso Álvaro Gómez)
Mi suerte sin definir, acondicionados mi alma y mi organismo a la perspectiva de una muerte próxima, más me motivaron los hechos ocurridos en Rusia que los relatos sobre las peripecias de mi problemática situación. Quería llevarme el último dato histórico sobre un episodio que no estaba siendo fácil de entender, que había desconcertado al mundo entero y que mostraba significaciones tan rotundas y tan sorpresivas que no permitían interpretaciones serias sobre lo que estaba ocurriendo.
Pero encerrado, forzado a dialogar conmigo mismo, sin interferencias, caí como en muchos otros momentos en la dialéctica de la simplicidad. Los hechos se despojan ante uno de toda la hojarasca, y quedan solo esencias, aristas, límites, planos. Hay una especie de geometría de la verdad, cautivante y a la vez inclemente. Se produce una percepción superior, casi divina, en que las cosas son lo que son, irremediablemente, sin disimulos, brutalmente. Es una confrontación despiadada. Que las cosas sean lo que son, en la vida temporal, resultarían creando una tiranía. Por hábito, por ternura con nosotros mismos, siempre dejamos una salida, una forma de interpretación que nos permita llegar a la conclusión de que las cosas pueden ser de otra manera.
Cuando uno está cautivo, esa fuga frente a la realidad es una posibilidad cobarde. Uno sabe que es así, porque el claroscuro de lo que se ve en el interior no permite subterfugios.
Sobre lo ocurrido en Moscú quizás yo no tenga una nueva información. Para mí los episodios relatados por el diario cristalizaban la historia de un gran movimiento político, la volvían pretérito, la convertían en una categoría estática, en una obra de biblioteca. No tendré yo oportunidad de ponerla nuevamente en marcha. Eso lo harán los que se quedan en el tiempo, los que todavía tienen oportunidad de hacer historia, o de vivirla, o de interpretarla.
No es ese mi caso. Como en una congelación existencialista sartriana, el comunismo se me ha detenido en su evolución y ello ha determinado su propia naturaleza. La muerte hace al ser, lo configura, le da sentido. Uno es lo que es en el momento de la muerte, dicen los condenados al infierno. (Vea aquí: Asesinan a Ignacio Londoño, clave en crimen de Álvaro Gómez)
El comunismo y yo hemos muerto al tiempo. Yo tampoco podré agregar nuevos datos a mi existencia. El periódico decía que el líder soviético había conseguido un sólido apoyo para su política de apertura y reorganización. ¿Apoyo definitivo? Yo ya no lo sabré. Pero los testigos, no poco sorprendidos, aseguraron que era sólido, superabundante, sin resistencias visibles. Lo ocurrido debe tomarse como un hecho cumplido, definitorio.
En el escenario del claroscuro de mi silencioso diálogo interior, la apertura y la reorganización del régimen soviético se presentan como verdades simples, insoslayables, sin las penumbras del disimulo. Además ya no vale la pena de dejar subterfugios para futuras interpretaciones, pues ya no habrá tiempo de hacerlas.
Dentro de ese simplismo los hechos veraces adquieren significados trascendentales. La apertura (glásnost) es el final de la Guerra Fría, la terminación de las revoluciones exportadas. Eso es simple y trascendental. La reorganización (perestroika) es el abandono del dogmatismo inicial y sempiterno, de una concepción del hombre y del mundo, que había logrado plasmarse en una doctrina congruente y cautivante, que pretendía haberse colocado como señora del porvenir del mundo. Eso también es simple y trascendental.
*****
Cuando se está en condición de rehén, las circunstancias alrededor de uno son todas terminales. Porque si la muerte es una perspectiva próxima, que está inevitablemente inserta en el esquema de la captura y de la privación de la libertad, ninguna acción, ninguna actitud, ningún pensamiento puede eliminar esa opción.
El supuesto de seguir en el tiempo, de retomar el hilo de la vida, resulta regresivo. Dentro de la dinámica que desencadena la violencia de la captura, no resulta comprensible que se prescinda de esos pasos que ya se han dado hacia el fin, hacia lo otro. No se está todavía en la mitad del camino, pero la conciencia de haberlo emprendido, de no haber vacilado, de haber superado el miedo o de no haberlo tenido, es una experiencia que no se quiere perder. Si se regresa al punto de partida, como si nada hubiese pasado, quizás volver a donde se está puede llegar a ser la parte más costosa de ese camino hacia la muerte que habrá que transitar. (También: Piden a la Corte que declare lesa humanidad en caso de Álvaro Gómez)
Estar a unos minutos o centímetros de dos gatillazos es estar seguramente muy cerca, es haber hecho algo. Es haber logrado transitar. Es haber vivido una parte del final de la vida, importante, porque como se ha dicho tantas veces, lo más importante de la vida, dentro del esquema del espíritu, es la muerte.
El rehén mismo está en situación terminal, aunque exista aún una indeterminación. Es inevitable suponer que los datos históricos que aún pudieran modificar los juicios, han terminado. Ya no habrá más noticias, ni siquiera nuevos puntos de vista. Se tiene la sensación de que, aunque no se haya pensado antes, todo lo que ahora se piense ya no es nuevo. Es apenas una explicitud de lo que ya está ahí y que no puede evolucionar. Ya no se puede crear. Lo más que se logra es descubrirlo.
De noche, en la penumbra, en duermevela, la mirada se fija en algo, que también está ahí: una mancha en la pared, una ranura en la puerta de en frente, una gotera en el techo. Sugieren motivos. Facilitan el desboque de la imaginación. Se convierten en compañeros en la soledad. Son compañía. Pero también sus motivos son terminales, están terminados. La indignación hacia atrás no puede trabajar sino sobre lo que pudo haber sido y no fue. No puede crear. Solo puede fabricar reproches y como ya no se puede modificar lo sucedido y tampoco se pueden edificar conductas, la imaginación se siente inútil, se sabe frustrante.
*****
Pido que se me permita mantener en reserva mi experiencia en este suceso. El secuestro es un horror. Pero quiero que lo que yo he sufrido no forme parte de la historia política de mi país. Seguiré mi vocación de estar en la vida pública. Y no quiero que ninguna de mis actitudes futuras sean consideradas como el resultado de un resentimiento. Yo no he tenido nunca, ni tendré ahora resentimiento alguno. Yo no tengo ese resentimiento.
Mi libertad se debe a la generosa y unánime solidaridad de los colombianos que han colmado mi corazón en forma tan total, que no caben otros sentimientos que los de la gratitud.
Gracias, colombianos, por la manera como habéis engrandecido a mi patria.
Siento el dolor que han tenido los buenos patriotas con motivo de mi caso.
Los detalles de lo que viví, algún día los revelaré. Será un autorreportaje seguramente el mejor reportaje de mi carrera de periodista. Pero acaso nunca lo haga.
EL TIEMPO
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