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Editorial: Marihuana legal en USA

EDITORIAL
La imagen de ciudadanos norteamericanos fumando un cigarrillo de marihuana con fines recreativos sin temor a ser perseguidos por las autoridades, que empezó a verse en Colorado desde el pasado primero de enero, es un hecho político de enorme trascendencia.
Tal cuadro, resultado de la decisión que tomaron a través de las urnas los habitantes de este estado de despenalizar la venta y consumo del cannabis, se observa 25 años después de que el entonces presidente de Estados Unidos, George H. Bush, en un célebre mensaje televisado –recordado por su exhibición ante las cámaras de una bolsa que contenía una dosis de crack incautada hacía poco en cercanías de la Casa Blanca–, les declarara la guerra a las drogas.
Esta intervención vino a refrendar una postura claramente represiva frente al asunto, ya asumida por el país del norte desde la administración de Richard Nixon. Entonces, en plenos años sesenta, cuando los movimientos juveniles contraculturales incursionaban en el consumo de sustancias que alteran la percepción de la realidad, tuvo lugar el punto de quiebre. El gobierno estadounidense optó por asumir las drogas como un problema criminal, que derivó en que muchos relacionaran su uso con la comisión de delitos, y en que solo se hiciera visible su consumo entre los afros y los latinos, ignorando que este atravesaba a toda la sociedad.
Por el lugar de Estados Unidos en el mapa del poder político mundial, esta línea fue seguida por buena parte de los países del planeta, con contadas y no muy marcadas excepciones. Sobra recordar qué ha pasado desde entonces. Basta decir que la que parecía en su momento la estrategia correcta, hoy, décadas después, tiene al negocio produciendo pingües dividendos y a miles de familias, en particular en países como el nuestro, llorando a sus seres queridos caídos en la lucha contra los emporios criminales surgidos a su amparo.
La evidencia del fracaso ha llevado a ablandar el terreno para una nueva –y necesaria– manera de enfrentar el problema, construida sobre otros paradigmas. Desde diferentes orillas se han dado ya las primeras puntadas, y desde Bogotá el presidente Juan Manuel Santos se ha mostrado dispuesto a ser parte activa del debate, como le corresponde. Al mismo tiempo, y esto es determinante, el péndulo de la opinión en Estados Unidos ha comenzado a moverse. Así, el año pasado, por primera vez, fueron más los que se mostraron a favor de legalizar la marihuana: 58 por ciento, según un sondeo de Gallup, revelado en octubre. Esto significa que cada vez es menor el costo político que asumen los legisladores, sobre todo los de esta nación, por adoptar posiciones de avanzada en esta materia.
Pero los vientos de cambio que soplan desde el norte, si bien son motivos sólidos de esperanza, lejos están todavía de marcar un giro definitivo hacia un enfoque alejado de la represión y más cercano a la salud pública. Como lo han subrayado varios observadores, no solo queda un largo trecho por recorrer, en el que no faltan los obstáculos, sino que ahora se abre el grave riesgo de dejar la tarea hecha por la mitad, un escenario que sería fatal para Colombia.
Aun así, lo anterior no le resta importancia a lo ocurrido en el estado de las Montañas Rocosas. Que en Estados Unidos, abanderado del enfoque represivo, hoy se pueda consumir marihuana legal es una señal de que nuevas, necesarias y más profundas transformaciones no son, como hace 25 años, una utopía. El reto ahora es no perder el impulso.
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