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Editorial: Un Niño indeseado

EDITORIAL
Es del 68 por ciento, según advirtió ayer el Ideam, la probabilidad de que el fenómeno del Niño se sienta en el país a partir de julio. Mucho más alto, del 79 por ciento, es el riesgo de que este ocurra en los últimos tres meses del año en curso. Este es un anuncio que no es sorpresivo, pues desde hace ya varios meses entidades que monitorean el clima lo habían advertido.
A diferencia del de la Niña, que llega con lluvias abundantes, este evento climatológico acarrea una disminución considerable de las precipitaciones. Hace poco más de veinte años fue el causante de la recordada crisis en el sistema energético nacional, que derivó en fuertes racionamientos.
Por fortuna, aquella amarga experiencia dejó duras lecciones que sirvieron para que hoy el país esté suficientemente preparado en dicho campo. Salvo hechos catastróficos, es mínimo el riesgo de que regresen aquellos oscuros días de 1992.
La previsión contrasta con el actual panorama en materia de gestión del recurso hídrico. Así como las inundaciones de hace dos años sirvieron para que el país se preparara –y de manera notable– para minimizar el impacto de otro período con exceso de lluvias, no se avanzó al mismo ritmo para poder encarar el escenario opuesto.
Es cierto que está en curso un ambicioso plan del Ministerio de Vivienda para dotar de acueducto a cerca de tres millones de colombianos, pero este esfuerzo, todavía en marcha, no parece suficiente y no se pueden ignorar los reparos que se le han hecho por su ejecución y por vacíos en lo relacionado con el acceso a fuentes de agua que los alimenten.
Pero, más allá de esta importante y necesaria iniciativa, es un hecho que los avances en saneamiento básico no se han dado al mismo ritmo que los requeridos en gestión del recurso. No han sido pocas las voces de expertos que dicen que, con fenómeno del Niño o sin él, la vulnerabilidad del país ante períodos de sequía sigue siendo muy alta.
Son más los municipios sin herramientas para afrontar esta contingencia, que hay que insertar en un conjunto de factores que amenazan seriamente los territorios, como el descuido de los páramos, ciertas facetas de la minería y la agricultura extensiva no sostenible.
Bueno es advertir que las escenas del verano en Casanare que nos impactaron corresponden a un período de sequía dentro del ciclo habitual de precipitaciones de la zona, y el desabastecimiento en algunos municipios de la región andina también se produjo en este marco. Sin duda, un escenario anómalo como el que se anuncia traerá consecuencias mucho más severas, que suponen un reto enorme en materia de gestión del riesgo. Qué paradoja que esto suceda en una nación cuya disponibilidad promedio del líquido por habitante es cinco veces mayor que el promedio mundial.
¿Qué hacer, entonces? Urgen reglas claras para el acceso al recurso hídrico, en el entendido de que el escenario que hoy plantea el Niño en un futuro puede ser casi permanente. Falta una política de Estado en esta materia que permita acceso equitativo a las aguas subterráneas, cuyo volumen triplica el de las que corren por ríos y quebradas y que hoy solo aprovechan muy pocos. No menos importante es prevenir los incendios, aspecto en el que somos particularmente vulnerable, y pensar en sanciones más severas para quienes los ocasionan.
Es, pues, un desafío enorme. La buena noticia es que se acaba de demostrar, con la Niña, que el Estado es capaz de asumirlo.
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