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Editorial: Vacunación: hay mucho en juego

Es grave el daño que causan los movimientos antivacuna. Se necesita un gran esfuerzo educativo.

EDITORIAL
Los beneficios que las vacunas han tenido para la humanidad son indiscutibles. Desde su aparición en China hace 2.500 años, cuando se ensayó la vacuna contra la viruela, traída a Occidente en 1792 por el inglés Edward Jenner y utilizada por primera vez en Edimburgo, esta forma de prevenir enfermedades se ha consolidado como uno de los pilares de la salud pública en el mundo.
En ese contexto, los avances de la vacunación han sido permanentes, al punto de que hoy se dice que incluso hasta el 40 por ciento del cáncer podría evitarse con este método, como ya ocurre con los tumores de cuello uterino, a través de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH), que los causa.
En efecto, de las 517 enfermedades infecciosas descritas hasta hoy, 17 son contenidas con vacunas que han probado hasta la saciedad su efectividad, eficiencia y seguridad. Gracias a ellas ya puede hablarse de la erradicación completa de la viruela, que en la Edad Media diezmaba poblaciones enteras; también, de la casi desaparición de la poliomielitis y de la clara contención del sarampión, la tos ferina y el peligroso tétano.
Hoy, la incidencia de estos males es eventual y su aparición se califica como un hecho de alarma pública. Infortunadamente, estos avances médicos, científicos y de salubridad colectiva ahora son blanco de los embates de los llamados “movimientos antivacuna”, que sin ninguna evidencia los consideran innecesarios y peligrosos.
Prueba palpable del daño irreparable que puede lograr este tipo de acciones se dio en 1998, cuando un estudio con inferencias espurias vinculó la vacuna triple viral con la generación de autismo en los niños. Si bien el Consejo Médico del Reino Unido (país donde se presentó el estudio) descalificó luego sus resultados y sancionó de por vida a Andrew Wakefield, investigador principal, muchos padres de familia en todo el mundo dejaron de vacunar a sus hijos, exponiéndolos a riesgos individuales y colectivos, como luego se comprobó.
El asunto no ha parado ahí. La tendencia antivacuna ha ido creciendo y ya se aprecian inesperados brotes de enfermedades, que muchos expertos no dudan en relacionar con los ataques a los biológicos. Solo en Estados Unidos, en lo que va corrido de año, se han registrado 141 casos de sarampión, que sumados a brotes adicionales de este mismo mal en Canadá, México y Brasil, en donde el registro el año pasado alcanzó los 700 casos en 31 ciudades, constituyen un hecho contundente de la injustificada expansión de un virus que puede contenerse en un 100 por ciento de los casos con una vacuna segura.
Es una situación grave. Si no se mantienen –como lo recomienda la Organización Mundial de la Salud– altas las coberturas en los países para prevenir brotes y casos importados, se corre el riesgo de que personas que no se hayan aplicado la droga en otros continentes adquieran enfermedades como el sarampión.
En Colombia, aunque sin una cara visible, grupos antivacuna han atacado fuertemente campañas masivas de aplicación, como la del VPH. Con los mismos argumentos con los que se cuestiona este biológico, muchos padres temerosos les niegan el derecho a sus hijos de ser inmunizados. Ellos necesitan ser acompañados e integrados a procesos masivos y permanentes de educación, que no solo salven los esfuerzos de inmunización del país, sino la vida de sus hijos. Hay mucho en juego.
EDITORIAL
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