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Editorial: La desconcertante revelación del vuelo 9525

El que Andreas Lubitz haya estrellado voluntariamente el avión causa un perturbador desconcierto.

EDITORIAL
Las declaraciones del fiscal francés Brice Robin, sobre el contenido de la grabación recuperada de una de las cajas negras del vuelo GWI9525 de Germanwings, accidentado el martes en los Alpes franceses, dieron un giro que no estaba en las cuentas de nadie en una tragedia que cobró la vida de 150 personas. Al escuchar el registro, las autoridades concluyeron que el copiloto de la aeronave, Andreas Lubitz, se encerró en la cabina y activó voluntariamente el descenso del avión hasta estrellarlo.
El que un joven descrito por sus allegados como una persona afable, cuyo comportamiento no daba motivo alguno de sospecha, y calificado por sus colegas como un excelente profesional, haya decidido causar con tanta determinación un desastre de esta magnitud –tal y como los indicios sugieren– causa un perturbador desconcierto.
Vale precisar, eso sí, que no es la primera vez que un siniestro aéreo es provocado por un miembro de una tripulación. No obstante, las estadísticas no dejan duda respecto a que la gran mayoría son causados por fallas mecánicas, factores climáticos y errores humanos, por supuesto, involuntarios. Y es que en esta industria se parte de la premisa de que jamás los pilotos pondrían en riesgo la seguridad de los pasajeros que transportan.
Sin embargo, por más que se haya tratado de un caso aislado, esto no impide –y es necesario– que algunos procedimientos y controles relacionados con la seguridad aérea sean sometidos a un riguroso examen. Es de esperarse que los resultados de la investigación de este episodio muestren qué falló en cada una de las instancias, y de ahí se extraigan lecciones que refuercen filtros que ya de por sí son bastante exigentes. Recordemos que el modo aéreo es, si nos atenemos a las cifras, el más seguro respecto a otras formas de transporte: los accidentes fatales se registran a razón de uno por cada 1,3 millones de vuelos comerciales.
Ahora bien, es claro que por más esfuerzos y cambios que se introduzcan, estos no podrán nunca reducir a cero el margen de riesgo correspondiente a los inesperados giros en el comportamiento humano.
EDITORIAL
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