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Editorial: Un campanazo de alerta

Pobreza disminuyó en 2015, pero deterioro del mercado laboral corre riesgo de echar para atrás.

EL TIEMPO
Que lo urgente no deja espacio para lo importante es una máxima que se comprueba cotidianamente en Colombia. En medio de la vertiginosa sucesión de titulares que reflejan la intensa realidad nacional, resulta fácil perder de vista cambios fundamentales para esta sociedad a la vez vibrante y compleja.
Así volvió a ocurrir en la semana que termina cuando el Dane reportó una nueva disminución en las tasas de pobreza, la cual fue recibida con cierta indiferencia, no obstante la concordancia en las dos mediciones usadas. Una toma como base los ingresos recibidos y otra adopta un concepto multidimensional al incorporar 15 parámetros asociados con la calidad de vida, como el acceso a la educación, la salud o una vivienda digna, entre otros.
El veredicto es favorable en ambos casos. La pobreza monetaria –cuya línea de corte se estableció en 894.552 pesos mensuales para un hogar de 4 personas– cayó al 27,8 por ciento el año pasado, un nivel que por primera vez nos ubica por debajo del promedio latinoamericano.
A diferencia de la región que desde el 2012 se estancó en esta materia, seguimos registrando descensos importantes. Debido a ello, hay 4,6 millones de pobres menos en comparación con los niveles de comienzos de la década, un guarismo que equivale a la población del Valle del Cauca.
Por su parte, la pobreza multidimensional –un indicador diseñado por la Universidad de Oxford que usan 40 países– bajó al 20,2 por ciento, 10 puntos menos que en el 2010. Eso equivale a 4,1 millones de ciudadanos en el último lustro.
Y las buenas noticias no terminan ahí. La desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, también descendió en forma significativa a su punto más bajo en lo que va del siglo, lo cual quiere decir que los ingresos están mejor distribuidos ahora.
Lo anterior es positivo. En un país con tantos retos en lo social es satisfactorio registrar que hay avances que se han acelerado recientemente.
No obstante, también es necesario analizar lo alcanzado con humildad, pues falta un largo camino para que Colombia pueda ser descrita como una nación próspera y equitativa. Por ejemplo, uno de cada 12 ciudadanos se encuentra en pobreza extrema, es decir que no tiene cómo cubrir sus necesidades alimentarias mínimas. Igualmente, las porciones de la torta de la riqueza se reparten mejor que antes, pero hay cerca de 140 países en el planeta que están por delante de nosotros.
Adicionalmente, la brecha entre el campo y la ciudad es enorme e incluso las diferencias son considerables entre ciertas capitales. La incidencia de la pobreza en las zonas rurales es casi dos veces y media la de las urbanas, y en el caso de la miseria la relación está cerca de 3,5 a uno. En Quibdó, para citar un caso, la mitad de sus habitantes son pobres, mientras que en Bucaramanga la tasa es del 9,1 por ciento.
De tal manera, es obligatorio intensificar los esfuerzos tendientes a mejorar la calidad de vida de la población y combatir la marginalidad. Lamentablemente, eso es mucho más fácil de decir que de lograr, sobre todo en tiempos de ralentización económica, como los actuales.
Sin desconocer el impacto de los programas gubernamentales sobre ciertas poblaciones vulnerables, no hay mejor herramienta para combatir la pobreza que el empleo, especialmente si se trata de uno formal. En este sentido, el país tuvo una evolución positiva de varios años, gracias a lo cual cientos de miles de personas se incorporaron al mercado laboral, alcanzando cifras de ocupación sin precedentes.
Por tal razón, es inquietante ver que en enero las cosas no salieron bien. El balance del Dane muestra que en las 13 áreas metropolitanas más grandes dimos marcha atrás, pues el desempleo saltó al 14,1 por ciento, un número superior en 2,3 puntos al de igual periodo del 2015.
Es verdad que dos terceras partes de ese incremento son responsabilidad de Bogotá, en donde mucha más gente salió a buscar trabajo, pero más allá de las explicaciones puntuales el retroceso es notorio. En consecuencia, hay que escuchar el campanazo de alerta, pues un deterioro mayor y continuado puede llevar a desandar parte del trecho recorrido, tal como empieza a verse en Brasil.
La admonición es todavía más válida cuando se tiene en cuenta que la mayoría de los colombianos no forman parte de la clase pobre ni de la media, sino de la vulnerable. Esto quiere decir que hay una fragilidad implícita, pues un traspié económico puede llevar a muchos a dar marcha atrás, lo cual sería totalmente indeseable.
Así las cosas, es deber de las autoridades en el ámbito nacional o local entender que los riesgos son grandes y que hay que poner a andar programas y estrategias, así como eliminar las fuentes de incertidumbre. Solo así será posible consolidar lo conseguido hasta ahora y seguir luchando para poner la pobreza en retirada.
EDITORIAL
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