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Editorial: Todos del mismo lado

De nada sirve dignificar la profesión de docente si al tiempo no se dignifica la educación impartida

EDITORIAL
Si algo quedó claro desde el pasado miércoles 22 de abril, cuando empezó el paro nacional convocado por la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode), es que nadie cuestiona ni la importancia que debe reconocérseles por fin a los educadores, ni la remuneración justa que ellos tendrían que estar recibiendo en un país que le ha apostado a la educación como el camino a la equidad.
Sin embargo, en estas dos semanas ha sido evidente, también, que en vez de reconocer la voluntad del Gobierno, que ha sido clara, y en vez de llegar a un acuerdo que beneficie a los unos y a los otros, Fecode –empeñada en conseguir un aumento salarial superior al 12 por ciento, resistiéndose a la inevitable evaluación de las labores de sus asociados y animada, quizás, por los ruidos de la protesta– ha preferido ahondar el conflicto exigiendo, por ejemplo, la salida de la ministra Gina Parody, quien desde que asumió su cargo ha dicho que en cuanto al tema de la educación –y de su trascendencia– estamos todos del mismo lado.
Podemos estar en desacuerdo en muchas cosas. Podemos pensar que al Gobierno le faltó olfato para anticiparse a las reacciones a sus propuestas y que menospreció, una vez más, el alcance de la movilización. Podemos creer que Fecode tiene mucha razón en la teoría, pero que en la práctica está dilapidando sus logros a fuerza de enfrentarse al Gobierno como si este se hubiera inventado todos los males de nuestra educación. Pero tenemos que estar de acuerdo en que cuando los maestros se niegan a trabajar, los principales perjudicados son su propia razón de ser: sus estudiantes. Son ellos quienes sufren. Son sus padres quienes reclaman una resolución pacífica de un problema que ambas partes dicen estar dispuestos a solucionar.
Dejar tantas familias damnificadas es un despropósito. Como lo es pedirle al Gobierno que aumente el gasto en educación de 4,5 a 7,5 por ciento del PIB, sabiendo que solo Dinamarca ronda esas cifras. Eso es meterse, a conciencia, en un callejón sin salida.
De nada sirve desconocer las buenas noticias que se han estado dando en estos años en el terreno de la educación: las 10.000 becas a los mejores bachilleres de bajos recursos, los 130.000 alumnos que se han beneficiado del programa de la jornada única, los 590.000 millones de pesos que se invertirán este año para lograr la gratuidad hasta el grado 11.
No se discute que hay que tratar con plena justicia a los maestros colombianos, pero por ellos mismos, para que recobren el prestigio que jamás debieron perder, resulta fundamental que asuman derechos y deberes.
Para que quede claro: el esfuerzo que el Gobierno se ha mostrado dispuesto a hacer para disponer de los 4 billones de pesos que se calcula costará el eventual ajuste obliga a los docentes a asumir una serie de compromisos puntuales y verificables que, al tiempo con la indescartable evaluación, sean parte de un esfuerzo integral para dar el esperado salto de calidad, ese que la sociedad ha estado reclamando con urgencia. Pues de nada sirve dignificar la profesión de docente si al tiempo no se dignifica la educación que se imparte.
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