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Editorial: Sobre el paro nacional

Como resumen positivo de esta jornada queda un balance de respeto por la libertad de expresión.

EDITORIAL
Marcha del paro nacional este 17 de marzo en Bogotá. Foto: Abel Cárdenas /EL TIEMPO
Con relativa tranquilidad transcurrió este jueves el paro nacional convocado por las centrales obreras y gremios, en el que participaron diversos sectores como educadores, estudiantes, taxistas, transportadores, entre otros... Un paro que, especialmente en Bogotá, se realizó bajo un día gris y lluvioso.
En la capital del país aparecieron los infaltables vándalos que pintaron rejas y muros –al igual que en Medellín–, fueron bloqueadas algunas estaciones de TransMilenio, se produjeron trastornos de movilidad y, por desgracia, el punto negro apareció al final, cuando ante fuertes disturbios en la plaza de Bolívar, ese escenario histórico y simbólico donde se daría la cita final, esta tuvo que ser desalojada momentáneamente por el Esmad.
En un evento como este, donde en las diferentes ciudades la gente sale a la calle a expresar sus inquietudes, es difícil o, más bien, imposible cuantificar bien el número de colombianos que se unieron a la convocatoria. Pero en una democracia como esta reconforta ver que se cumplen las garantías constitucionales que ofrece un Estado social de derecho para la libre concentración y movilización pacífica. Y, así mismo, que las concentraciones y movilizaciones, que fueron vigiladas por miles de miembros de la Policía Nacional, en general no ofrecieron indicios de tener ese viejo ingrediente de las infiltraciones de grupos violentos que, lejos de respaldar, buscan sembrar desorden y manchar muchas veces con sangre una expresión ciudadana legítima.
No vamos a entrar en este espacio a analizar los puntos del pliego de peticiones al Gobierno, que son una nutrida cosecha de exigencias económicas y sociales, desde el hambre en La Guajira, pasando por los costos de la canasta familiar, el salario mínimo, salud, educación, hasta los precios de los combustibles. Respetables exigencias, cuyos manifestantes cumplieron su objetivo de exponer y manifestar su descontento.
Los organizadores sabrán si la marcha fue exitosa. Pero, como resumen positivo de esta jornada, excepto aquel conato de violencia en Bogotá, queda un balance de respeto por las libertades y derechos ciudadanos. Y ahí, en donde hay estas garantías, es cuando se puede hablar de democracia.
editorial@eltiempo.com
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