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Editorial: Realismo y cordura

Las peticiones de los dirigentes campesinos deben ser sensatas para bien de los mismos labriegos.

EDITORIAL
Cuando se celebra en Colombia el Día del Campesino –lamentablemente un poco más desdibujado cada vez–, que debería ser de fiestas populares, de un alto en la jornada, muchos de nuestros queridos y laboriosos hombres y mujeres del sector agrícola han cesado sus labores, pero ante un nuevo paro agrario. En esta ocasión, bajo el nombre de Cumbre Agraria Campesina Étnica y Popular.
Con ello se reviven las imágenes del Paro Nacional Agrario de agosto del 2013. Es una foto que inquieta, más bien triste, la de miles de labriegos e indígenas por las carreteras, en plan de protesta, rumbo a las ciudades, abandonando sus quehaceres, sus parcelas, sus viviendas, sus hogares.
Claro, están en su derecho constitucional de manifestarse, de protestar, de expresar sus peticiones; y el Estado está en el deber de garantizárselo, más allá de las razones justas o no de la movilización.
Lo primero es pedir que, tanto del lado de los manifestantes –y con gran responsabilidad de los organizadores– como, desde luego, de las autoridades, el paro transcurra dentro de cauces pacíficos. Grandes esfuerzos se hacen por hallar la paz, una paz que en gran medida necesita y siente más la gente del sector rural, como para que veamos a los labriegos en reyertas con las fuerzas del orden, muchos de cuyos uniformados son hijos de esos mismos campesinos.
La experiencia del 2013 es amarga. Recordemos que más de 200 personas resultaron heridas y hubo casi medio millar de detenidos, además de los lamentables excesos que quedaron documentados. Así que debe imperar la cordura y evitarse a toda costa que sean infiltrados por el vandalismo y por quienes ven allí una oportunidad de azuzar enfrentamientos.
Se debe entender que la situación del campo es difícil. Este sector aún no supera un atraso de muchos años en vías, en tecnificación, en salubridad, en productividad. Eso es innegable.
Pero, igualmente, los promotores tienen que ser tan realistas como concretos, pensando en el país de hoy, en las condiciones económicas actuales, y sin olvidar que lo acordado en La Habana es una hoja de ruta que promete mejores días para este sector.
Por lo anterior, no es responsable, de cara a la confianza que en ellos han depositado sus seguidores, hacer unas exigencias que pueden ser generalidades o sonar más bien a reforma constitucional. Es preferible esgrimir puntos precisos, que se traduzcan en beneficios concretos.
Es natural que se discutan aspectos sobre el acceso a la propiedad de la tierra, en lo que el Gobierno ha venido trabajando. O los precios de los insumos, o las garantías de los derechos políticos, inversión social, salud, educación, servicios públicos. Algunas condiciones de productividad, vías, o cumplimiento de pactos firmados. El Gobierno debe tener oídos para ello. Pero otro planteamiento más complejo es pedir, por ejemplo, el desmonte de los TLC, o del Esmad, o de la ley Zidres.
Si lo que en últimas se busca es una mejora en la calidad de vida rural, la senda del realismo y la cordura es la indicada. Y es que aspiraciones maximalistas, que desconocen por completo los límites del contexto en el que se plantean, reducen a su mínima expresión el margen de negociación. Algo más bien irrespetuoso con los hombres y mujeres del campo.
editorial@eltiempo.com
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