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¡Por fin!

Durante la entrega del paso deprimido de la 94 no hubo cintas que cortar ni discursos rimbombantes.

Editorial .
Generalmente, cuando un gobierno hace entrega de una obra para el disfrute ciudadano es motivo de alegría y optimismo. Pero este miércoles, durante la entrega del paso deprimido de la calle 94 con NQS, en el norte de Bogotá, no hubo cintas que cortar ni discursos rimbombantes. En cambio, sí un pedido de disculpas del alcalde Enrique Peñalosa a los habitantes del sector, en particular, y a los bogotanos, en general.
El gesto del mandatario obedeció a una circunstancia que no puede seguir repitiéndose: obras que se contratan sin diseños de detalle, sin capacidad financiera y con personajes de dudosa calaña. Todo eso salió a flote en la megaestructura de la 94 –que ya está en pleno funcionamiento–. Fue concebida hace diez años, ocho de los cuales se fueron en construcción. Inicialmente su costo era de 45.000 millones de pesos, luego se elevó a 66.000 millones y la ciudadanía terminó pagando más de 170.000 millones de pesos. Incluso, uno de sus primeros contratistas continúa hoy preso por corrupción.
Por eso, las disculpas del Alcalde. Por eso, el alivio de centenares de vecinos que, estoicamente, soportaron tantos inconvenientes. Y por eso, este miércoles la expresión generalizada era un ¡por fin! tan pronto rodó el primer vehículo por las vías de este hiperdistribuidor de tráfico subterráneo.
Hay que abonarle a la actual administración que haya honrado su compromiso de entrega del paso deprimido para la fecha pactada. Y hay que exigirle, también, el reparo de las vías adyacentes, que quedaron destruidas debido a los desvíos que se habilitaron.
Con la puesta en marcha de esta estructura, Bogotá empieza a ponerse al día con obras que, de todas maneras, son de alto impacto para los capitalinos. En un par de semanas habrá otra, menos faraónica pero con idénticos problemas: la rehabilitación plena de la avenida La Sirena, en la calle 153, que estuvo a punto de ser un elefante blanco.
Habían pasado más de diez años sin que la capital viera algún tipo de progreso en su infraestructura. Ojalá que con lo ocurrido ayer las cosas cambien y que, ahí sí, se puedan hacer inauguraciones sin actos de contrición.
editorial@eltiempo.com
Editorial .
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