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Editorial: ¿Para dónde va Trump?

Conservadores ortodoxos, empresarios, exmilitares, entre quienes conforman el equipo de gobierno.

Editorial .
Si la conformación del gabinete de un presidente diera luces sobre lo que podría ser su mandato, en el caso de Donald Trump este estará lleno de millonarios, multimillonarios, militares de alto rango, empresarios de gran nivel y conservadores ortodoxos.
Según la agencia de noticias ‘Bloomberg’, Trump nominó a dos multimillonarios y al menos nueve millonarios cuyo patrimonio combinado suma 5.600 millones de dólares. En aras de comparar, así fue el primer gabinete del presidente Barack Obama: hombres, 65 por ciento; blancos, 52; experiencia de gobierno, 87; exgenerales, 4; multimillonarios, 0.
El de Trump, en cambio, está así: hombres, 78 por ciento; blancos, 83; experiencia de gobierno, 44; ex generales, 11; multimillonarios, 11. Al menos hasta ahora, brillan por su ausencia los latinos. Pero también habría que decir que casi ninguno de los nominados tiene experiencia alguna en los asuntos de gobierno y que en muchos casos es como si se pusiera a un ratón a cuidar el queso o, como dicen algunos medios de comunicación europeos, a un lobo a vigilar el gallinero. Dos casos explican mejor esta analogía: el nombramiento de Scott Pruitt como administrador de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA) y el de Tom Price, al frente del Departamento de Salud. El primero no cree en los efectos del cambio climático, muchas veces ha combatido a la agencia que va a dirigir por las regulaciones que ha impuesto a las emisiones de gas carbono, y se ha ido lanza en ristre contra los científicos que hablan del calentamiento global. Y está el caso de Price, que como congresista trabajó día y noche para tumbar la reforma del sistema de salud del presidente Obama (‘Obamacare’), uno de los mayores logros de su mandato.
Cualquiera de las dos nominaciones habría causado escándalo en otro gobierno, pero no en el de Trump, que en sí mismo es una sorpresa de imprevisibles consecuencias, tanto que convirtió en todo un ‘reality’ la escogencia del considerado tercer cargo más importante de la administración, el de secretario de Estado, quien se encargará de las relaciones exteriores.
Por sus oficinas ubicadas en la Quinta Avenida, en Nueva York, y por su club de golf Bedminster desfilaron varios pesos pesados con aspiraciones de ocupar el ambicionado cargo. En el sonajero estuvieron, entre otros, el carismático exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani y el excandidato presidencial republicano Mitt Romney, durante la campaña un férreo enemigo de la candidatura de Trump.
Pero al final se impuso Rex Tillerson, máximo ejecutivo de la petrolera ExxonMobil, considerado un muy cercano amigo del presidente ruso, Vladimir Putin, toda vez que ha sido condecorado con la máxima distinción que otorga el Kremlin y ha perdido más de mil millones de dólares a causa de las sanciones que su propio país le impuso a Moscú por su ventajosa intervención en Ucrania.
Palabras más, palabras menos, este es el hombre que va a tener que enfrentar los desvaríos hegemónicos y poscolonialistas de Rusia y su cada vez más explosiva agenda internacional, en particular en Siria y Europa del este. ‘Enfrentar’ es un decir si Trump cumple con su idea de aproximarse a su admirado Putin, algo que amplios círculos de poder en EE. UU. aún no saben cómo digerir. Esto sin profundizar demasiado en los conflictos de intereses que conlleva por su cargo en la petrolera. ¿Levantará las sanciones?
El rosario continúa: como fiscal general, Trump nominó a Jeff Sessions, un senador antiinmigración de Alabama que ha sido criticado por sus comentarios racistas, en especial contra la población negra, en un contexto en el cual ha habido múltiples protestas por la muerte de ciudadanos afroamericanos a manos de policías blancos de aparente gatillo fácil. O el del jefe de estrategia, Steve Bannon, director ejecutivo de una página web que promocionaba contenidos racistas, supremacistas blancos y populistas.
Muchos de estos nombramientos tendrán que ser puestos a consideración del Senado, que, no obstante haber mayoría republicana, no estaría, para algunos nombres, muy satisfecho con las elecciones de Trump.
Y tampoco deben de estar muy contentos con los incendios que ya desató el presidente electo antes de posesionarse el próximo 20 de enero, además del asunto ruso. Como el hecho de haber aceptado una llamada de la Presidenta de Taiwán y haber dicho que podría replantear la política de una sola China, base de la doctrina hacia el coloso de Asia que amenaza con una guerra comercial de la que ningún rincón del mundo podrá librarse.
Pero Trump es indescifrable, y así como su gabinete parece soportado en los extremos del prisma ideológico conservador y en los amigos de Wall Street –en oposición a la plataforma de defensa de los trabajadores que agitó durante las primarias–, de la misma forma, y como sucedió en la campaña y en cualquier show de TV, de su rubia melena, a falta de sombrero, puede saltar un conejo.
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