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Mensaje claro y condena

Una masiva movilización, dentro de cauces tranquilos, al final fue empañada por vándalos.

Editorial .
Llegada la hora del balance de la jornada de ayer, hay que comenzar por destacar que buena parte de su desarrollo se dio de manera pacífica. También debe resaltarse lo multitudinario de la convocatoria: a falta de una cifra exacta –tan difícil de obtener en días así– se puede decir, en todo caso, que fueron miles los colombianos que salieron, en un marco de entusiasmo y alegría, a las calles a ejercer su derecho constitucional a la protesta. Estos fueron la gran mayoría.
Contra augurios provenientes de ambos extremos del espectro político, que anunciaban una situación de extremo descontrol, en la mayoría de las ciudades funcionaron los distintos planes de las autoridades civiles y militares para permitir que la voluntad de los organizadores del paro de salir a las calles no condujera a un escenario en el cual se vieran gravemente afectados los derechos de quienes no se sumaron a la jornada.
Desafortunadamente, este logro, compartido entre el Gobierno y las organizaciones convocantes –que desde el primer momento y también ayer, mientras avanzaban las protestas, insistieron en que estas tenían que ser pacíficas–, se vio empañado por los fuertes disturbios registrados, en especial cuando ya terminaba la jornada.

Al Gobierno le corresponde
hacer una lectura ponderada de aquello que lleva a un sector tan amplio de la sociedad a expresar su inconformismo

Sin dejar de condenar la patada en la cara que un miembro del Esmad le propinó a una mujer en Bogotá, los hechos más graves se registraron en Cali, con saqueos de establecimientos que obligaron al alcalde, Maurice Armitage, a decretar el toque de queda, y en la capital, donde fueron impactantes las imágenes de encapuchados atacando y destruyendo estaciones de TransMilenio. En la plaza de Bolívar, una vez concluidos los actos programados, llegó el turno para los vándalos que dejaron otra buena cantidad de destrozos. En Suba también hubo serias alteraciones.
Aun con estas actitudes violentas, que en muchos casos merecieron el rechazo de buen número de los que marchaban, en el balance general del día prima la intención de quienes salieron a las calles de transmitir un mensaje de inconformismo en forma tranquila y creativa. Fue el caso de ciudades como Cartagena y Barranquilla. Así mismo, tras una mirada global a todas las concentraciones no es posible hallar los temidos elementos comunes, en términos de beligerancia y propósitos de resquebrajar la institucionalidad, con lo vivido en días pasados en otros países de la región. Los colombianos –vándalos y delincuentes aparte, condenables, desde luego– salieron a transmitir un mensaje.
Ahora, al Gobierno le corresponde hacer una lectura aguda y ponderada de aquello que lleva a un sector tan amplio de la sociedad a expresar su inconformismo. Este último es una realidad que debe enfrentarse. Es también una prueba de un nivel de dureza considerable, para la democracia y sus instancias y canales, convertir consignas de la calle y la plaza pública en transformaciones concertadas y ejecutadas, siguiendo una hoja de ruta que garantice la prevalencia del interés general y su ejecución sobre una base de unión que permita la convivencia en medio de un país afortunadamente diverso.
editorial@eltiempo.com
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