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Editorial: Los trapos sucios del Eln

Crímenes de mujeres y periodistas cometidos por esa guerrilla deben servir para jurisdicción de paz.

EL TIEMPO
Por más que hoy esté claro que los grupos guerrilleros se han despojado de cualquier consideración ética o humanitaria a la hora de trazar sus estrategias de lucha armada, el conocer en detalle cómo traspasaron dicha raya no deja de generar tanta sorpresa como repudio.
Así ocurre con el Eln y los recientes hallazgos de la Unidad de Contexto de la Fiscalía respecto a cómo esta organización puso, durante años, en su mira a mujeres y periodistas en el oriente del país. Ciento veintiséis de ellas fueron acribilladas, señaladas por los guerrilleros de sostener relaciones sentimentales con miembros de la Fuerza Pública, mientras que seis comunicadores fueron asesinados y tres más secuestrados.
Lo primero para resaltar es lo contradictorio que resulta el que una organización que habla de libertad, de respeto a derechos fundamentales y de luchar por los de aquellos grupos poblacionales tradicionalmente oprimidos se haya ensañado de manera sistemática contra dos blancos que encajan bastante en los moldes de los sectores y principios que, en teoría, están en el corazón de su causa.
Al salir a flote la verdad, no solo aflora tal contradicción que lesiona, aún más, si es que es posible, su imagen ante la opinión, sino que deja en evidencia su repulsión por la libertad de prensa, la libre expresión. También, su tenebrosa disposición a saltarse cualquier miramiento ético o, reiteramos, humanitario, a la hora de llevar a cabo sus planes militares. ¿Qué les dirán los miembros del Comando Central a los familiares de las 126 mujeres que infamemente asesinaron? ¿Que ellas se buscaron su destino? Tal vez no hayan argumentado aún esto, pero eso que plantearon con frescura, según lo cual su crimen era entablar una relación sentimental con un uniformado y no el asesinato aleve de las mujeres, es igual de cínico.
Todo esto se conoce en momentos en los que los hombres de ‘Gabino’ se aferran a una actitud desafiante y arrogante, persistiendo en acciones cuya principal víctima es la población civil, en un momento histórico en que la institucionalidad les abre las puertas para que trasladen su lucha a la política.
Es de esperarse que todas estas revelaciones terminen alimentando la Jurisdicción Especial para la Paz, donde los comandantes ‘elenos’, en caso de progresar el diálogo con el Gobierno, deberán aportar dosis suficientes de verdad, de compromiso con la no repetición y de reparación a las víctimas.
Pero si no tienen la inteligencia y la grandeza para descifrar los signos de unos tiempos que son de reconciliación, tienen que saber que poco a poco –y gracias a esfuerzos loables y meritorios como este del ente acusador– se va pavimentando su camino a unas instancias judiciales que deberán tratarlos con total severidad.
Esto, al tiempo que en la memoria de los colombianos se consolida, con suficientes bases, la narrativa de unos rebeldes que, inspirados en la revolución cubana, en la teología de la liberación, alguna vez lucharon por mejorar las condiciones de vida del pueblo, pero que, inmersos en la degradación de la guerra, terminaron siendo unos tozudos y brutales criminales para quienes el absoluto repudio del pueblo fue un castigo aún más severo que los que ya recibieron y recibirán por cuenta de las leyes o de las armas del Estado.
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