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Editorial: Los inconformes

Haber visto el rostro del conflicto debe ser motivo para renovar la fe en una salida negociada.

EDITORIAL
No puede pasar inadvertido un episodio en el que el Presidente de la República es objeto de silbidos que expresan un sentimiento de inconformidad. Y menos cuando se sabe que una parte importante de la multitud de donde se originaron estaba compuesta por personas de una u otra manera ligadas a la Fuerza Pública, tal y como ocurrió el pasado domingo en Bogotá.
Podría decirse que es preferible que dicho sentimiento sea tramitado por las vías de los gestos simbólicos y no por las de hecho.
Incluso, podría agregarse que el contraste entre las expectativas que, con la mejor intención, pero sin suficiente polo a tierra, el Gobierno ha construido y la realidad de una guerrilla con una larga historia de juego sucio genera un sentimiento que mezcla frustración e impotencia, que puede ser la motivación de muchos de los presentes en la plaza de los Héroes Caídos. Lo dijo este lunes el jefe del equipo negociador, Humberto de la Calle: “Sabemos que hay colombianos que no entienden que las conversaciones avancen en medio de la confrontación militar”.
Planteado esto, hay que afirmar con toda claridad que se equivocan quienes al manifestarse de esa manera pretenden también sembrar zozobra –e incluso cizaña– culpando al Gobierno de la tragedia. Y decirles que si a alguien le debe complacer que se produzca tal reacción es precisamente a las Farc, a quienes mucho les debe entusiasmar observar fisuras en la institucionalidad.
Lo anterior se aplica para aquellas fuerzas políticas que parecen apostarle al “divide y vencerás”, al aupar y distorsionar sentimientos de inconformidad entre los militares, y divulgando irresponsablemente desde información reservada hasta registros audiovisuales –algunos, incluso, apócrifos–, que además de revictimizar a los caídos son utilizados como impúdica punta de lanza de una estrategia que desconoce cualquier parámetro ético.
A estas alturas, no puede haber duda de que los únicos culpables del atroz ataque de la semana pasada en el Cauca son las Farc. Así mismo, deben reflexionar sobre las consecuencias de sus actos quienes, haciendo precario uso de su ascendencia sobre un sector importante de la ciudadanía, pretenden capitalizar una reacción espontánea de rechazo a la barbarie de las Farc interpretándola como una cuenta de cobro de la gente al Ejecutivo. Al obrar así, vaya paradoja, terminan coincidiendo con los voceros de esta guerrilla, para quienes el principal responsable de la masacre de los soldados también es el Gobierno.
La mesura debe imperar. Como lo planteó De la Calle: haber visto, de nuevo, el macabro rostro del conflicto debe ser motivo para renovar la fe en una salida negociada.
En muestra de una leve autocrítica, las Farc ya dieron tenues señales de haber captado la magnitud de la repercusión de su paso en falso y se mostraron, al parecer, en la misma línea. Ahora deben, mediante actos convincentes, reconstruir la confianza ciudadana en el proceso.
Mientras tanto, los inconformes harían mejor si traducen sus múltiples reparos ojalá en críticas constructivas o, por lo menos, en serios argumentos para plantear en los espacios que la democracia les brinda. Se trata, simplemente, de apostarle a la civilidad, respetando las reglas del juego. En suma, de no jugar con candela.
EDITORIAL
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