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Limpiar y proteger es la consigna

Es lamentable el estado en que permanecen monumentos y edificios históricos por culpa de vándalos.

EDITORIAL
La noticia de que el santuario de Machu Picchu podría ser declarado patrimonio de la humanidad en riesgo tomó por sorpresa a sus admiradores. La razón: el exceso de basura y su mala disposición están amenazando el legado de la ciudad inca. A simple vista suena absurdo, pues, tratándose de semejante herencia, lo mínimo que se esperaría es que sobre ellas se ejerciera la mayor protección posible.
El caso sirve para ilustrar lo difícil que a veces resultan para las autoridades la protección y el mantenimiento de su patrimonio histórico. Para la muestra, el lamentable estado en que permanecen monumentos y edificios de conservación por culpa de vándalos y antisociales que los han convertido en blanco de sus acciones destructivas.
Y lo mismo podría decirse del mobiliario urbano: puentes, paredes, canales, fachadas, postes y todos aquellos elementos que hacen parte del entorno citadino terminan convertidos en paisajes insípidos e indiferentes para la sociedad, dado el grado de destrucción al que han sido sometidos.
De ahí que no deba pasar inadvertido lo que Bogotá viene haciendo, a través de la Defensoría del Espacio Público, para recuperar este tipo de bienes. Más de 20 lugares emblemáticos, que incluyen el chorro de Quevedo, el Palacio de Justicia, la Catedral Primada, la plaza de Bolívar, así como glorietas, plazoletas, parques y 1.200 postes, han sido objeto de jornadas de limpieza en las que participan funcionarios y ciudadanos del común. El impacto de tales acciones, sencillas y pedagógicas, ha sido para los millones de bogotanos que transitan por estos lugares.
La mala noticia es que varios de ellos han vuelto a ser presa de los bárbaros que todo lo destruyen, de los carteleros y aun de patrocinadores de eventos que convirtieron la ciudad en un vulgar cartel.
Recuperar ambientes para el disfrute colectivo es tan prioritario como prestar un servicio público. La ciudad lo exige y es obligación de las autoridades garantizarlo, pero, sobre todo de los ciudadanos, también promover su protección y belleza. Es parte de lo que se llama convivencia, algo que muchos parecen no querer entender.
editorial@eltiempo.com
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