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Editorial: Las finanzas de TransMilenio

Al próximo alcalde este chicharrón le queda de herencia.

EDITORIAL
Cada semana el Distrito tiene que sacar más y más recursos para que el sistema TransMilenio (TM) funcione. Y debe hacerlo o, de lo contrario, tendría que propiciar un fuerte reajuste de las tarifas que pagan los usuarios, lo que para el Gobierno significaría asumir un alto costo político.
TransMilenio, que arropa todo el andamiaje de los buses articulados, troncales, estaciones y rutas zonales que hoy componen el Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) de la capital, es, de lejos, el modelo más exitoso del país. La demanda de pasajeros y el esquema de operación así lo confirman.
No obstante, desde hace más de una década el balance financiero viene haciendo agua, cuando se puso en marcha la fase II del sistema –troncales de Suba, Américas y NQS–. Y la entrada de la fase III –calle 26 y carrera 10.ª– agravó las cosas. De 8.547 millones de pesos de déficit en el 2011 se pasó a 98.000 millones en el 2012, y ya en el 2014 se rozó la escalofriante cifra de los 644.000 millones de pesos.
De ahí que la Secretaría de Hacienda deba girar cada vez más recursos al Fondo de Estabilización de Tarifas para honrar los compromisos de TM.
Por esta razón, nunca se entendió el afán del alcalde Petro de hacer populismo en tema tan delicado, al autorizar un subsidio generalizado de tarifas en horas valle que terminó por beneficiar a quienes no lo necesitaban. Y tampoco se consiguió el efecto pretendido de descongestionar las horas pico. Hoy, un poco tarde, el mandatario reconoce que tal estrategia fracasó, y echa reversa.
Aun así, el hueco es enorme y se agrava con cada día que pasa. El entorno internacional –con un dólar caro y, por ende, unos insumos más costosos– solo pone sombra al futuro. Que no le quepa duda al próximo alcalde: este chicharrón le queda como herencia y tendrá que ingeniárselas para que ese déficit no ponga en riesgo el sistema.
Hay que ser responsables con el manejo de los recursos de los bogotanos. Existen fórmulas para evitar que el golpe sea mayor, pero todas pasan por algo que a los mandatarios a veces les cuesta reconocer: falta de voluntad y decisión política.
EDITORIAL
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