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Fúquene está muriendo

Es fundamental mitigar el efecto de las aguas residuales que recibe esta reserva.

EDITORIAL
Arreglos en la laguna de Fúquene, en Cundinamarca. Foto: Juan Manuel Vargas /EL TIEMPO
Es triste y preocupante el panorama de la laguna de Fúquene, en Cundinamarca, un espejo de agua vital, como que da origen al río Suárez, que recorre los departamentos de Boyacá y Santander.
No se necesita ser ecólogo o hidrólogo para saber de los males que la aquejan. Con sentido común y algo de conciencia ambiental es suficiente. El diagnóstico lo hizo para este diario el campesino lugareño Willy Castilblanco:
“Aquí no hay autoridad. No se ha hecho nada contra la minería ilegal, contra la deforestación de los alrededores, con los municipios que vierten sus aguas negras en la laguna, ni con los ganaderos, que en épocas de verano van adueñándose de sus terrenos”.
“Todo nos llega tarde”, y algo se ha hecho y se está haciendo ante un problema que tiene décadas, sin soluciones eficaces, pero no es suficiente. Lo que registra el 'Diccionario geográfico de Colombia' de que “es navegable por pequeñas embarcaciones y constituye la base económica para numerosas poblaciones cercanas” suena a chiste.
El actual director de la CAR, Néstor Franco, habla de una inversión de 100.000 millones de pesos en los últimos años; de trabajos en el borde de la laguna para retirar el material que contribuye a la imparable sedimentación, y para “unir los retazos de las zonas que sí están inundadas en la ladera para evitar que nuevas personas se apoderen de los terrenos”. Eso está bien, suena bonito. Pero falta mucho.
Algunos han sugerido, por ejemplo, revisar los títulos de propiedad de los colindantes y delimitarla, “prohibido pasar”, bajo severas sanciones, pues la gente invade como el buchón y el junco, que se la están devorando.
Hay que oír a don Willy. Es fundamental mitigar el efecto de las aguas residuales que recibe. Soluciones como filtros verdes –que de manera natural tratan el agua y ya han instalado municipios como Susa– demuestran que es posible disminuirle a la laguna la presión de las actividades humanas. Los esfuerzos costosos de plantas de tratamiento de los municipios deben acompañarse de soluciones más sostenibles, que le garanticen a la laguna una recuperación futura. La misión es no dejarla morir, pues de ella dependen y dependerán millones de personas.
editorial@eltiempo.com
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