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El laberinto sirio

Para la ONU resulta difícil proyectar un escenario para salvar este martirizado país de la guerra.

EDITORIAL
La ecuación en la crisis siria se torna cada vez más compleja con la entrada de los bombarderos rusos, el anuncio de Irán de que podría enviar fuerzas terrestres y el consiguiente refuerzo de Hezbolá, toda una operación para defender al régimen de Bashar al Asad, cada vez más cercado por rebeldes de distinta inspiración y por las fuerzas del grupo Estado Islámico (EI), que avanzan sin cesar.
Pero en el otro lado del tablero están Estados Unidos y algunos países árabes, que apoyan a unos grupos, pero que preferirían que en la salida de este conflicto no estuviera Al Asad. Todo un quebradero de cabeza para la diplomacia internacional, que se reflejó claramente en los discursos ante la Asamblea General de la ONU en los que las potencias ventilaron sus diferencias. Quizás en lo único que concuerdan es en que hay que frenar los avances del EI.
Cada uno de estos actores tiene intereses puntuales en Siria, y en esa medida se explican sus acciones. Rusia desea conservar su base naval de Tartus, en el Mediterráneo, y su influencia en la región. Irán, en su lucha global contra el sunismo, quiere defender tanto al gobierno como a la población alauí; y EE. UU. –y en general Occidente– ve en este país la clave para desatar el nudo gordiano de gran parte de los conflictos, en una región rica en petróleo, pero también víctima de históricas ambiciones.
Por las múltiples reuniones llevadas a cabo durante la semana en la ONU, Washington parece haber entendido que no puede hallar una salida satisfactoria sin pasar por Moscú y por Teherán. Pero de la misma forma considera que los ataques rusos, que no distinguen entre los rebeldes moderados y los terroristas del EI, son una “receta para el desastre”, como lo dijo Obama. Por esto resulta muy difícil proyectar un escenario para el martirizado país. Ya hay quien piensa que no hay que hacerse ilusiones con la integridad territorial siria y que quizás lo mejor sea que Asad y su combo se queden con el control de la zona de Damasco y la costa mediterránea, mientras los rebeldes se apropian de lo demás. Esto, siempre y cuando logren contener al EI.
Mientras tanto, la diplomacia se hace lenta y los 250.000 muertos y los millones de refugiados que pasan trabajos en Europa claman por que alguien se acuerde de su existencia.
editorial@eltiempo.com
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