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Editorial: Lecciones de una muerte

No fue en vano la valerosa actitud de Ovidio González, quien luchó por su derecho a una muerte digna

EDITORIAL
La muerte, este viernes, de Ovidio González, de 79 años, no pasó inadvertida ni en Colombia ni en el exterior. De hecho, está catalogada como la primera eutanasia legal practicada en el país y en América Latina. No era eso, valga la claridad, lo que buscaba este hombre, afectado por un cáncer de boca en estado terminal que en el último tiempo le causó un sufrimiento físico y moral que, en sus propias palabras, solo encontraría alivio con poner fin a sus días.
Consciente de que en Colombia existe desde abril una norma que permite a pacientes en su misma condición acceder a la eutanasia, echó mano de ella, con el respaldo de su familia.
Con lo que no contaba era con que, a pesar de estar aparentemente explícitas, estas normas no tienen aún la suficiente madurez para echarlas a andar sin traumatismos. La cancelación abrupta del procedimiento, en medio de un debate que revivió la vieja discusión que el asunto despierta desde 1997, cuando la Corte Constitucional le abrió la puerta con la Sentencia C 239, es prueba de ello.
Pero hoy la historia referenciará a don Ovidio como el primer paciente que valientemente transitó por una ruta administrativa creada ante la ausencia de un Congreso que debió, desde hace casi dos décadas, sentar cimientos legislativos firmes sobre los cuales se consolidara el derecho a la muerte digna, en armonía con los preceptos constitucionales.
Este hecho debe dejar lecciones, que empiezan por reconocer la entereza de este colombiano y continúan con la necesidad de evitar que toda solicitud en este sentido se convierta en un foco de discusión por culpa de las ambigüedades y de las interpretaciones de las voces interesadas que se filtran fácilmente por los vacíos que deja la ausencia de una ley de eutanasia.
Si el deceso voluntario, en un procedimiento de eutanasia, del papá de nuestro caricaturista Matador –con quien nos solidarizamos, y por extensión con su familia– sirve para sacar este tema del sopor, de los temores infundados y de las conveniencias políticas que lo rondan y vetan en el Capitolio –y, de paso, evitarles aumentar el sufrimiento a los pacientes que quieran seguir su ejemplo–, se podría decir que la valerosa actitud de don Ovidio González no fue en vano.
editorial@eltiempo.com
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