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Editorial: Con el tiempo en contra

EDITORIAL
El ciclo 31 de los diálogos entre el Gobierno y las Farc en La Habana tuvo esta semana un sorpresivo colofón con el anuncio de la organización guerrillera de proclamar una tregua unilateral que, según lo reiteró el viernes, tuvo su hora cero ayer sábado.
Una vez se hizo pública la novedad, reinó el optimismo, y algo de euforia se alcanzó a palpar en el ambiente. No obstante, la lectura cuidadosa del comunicado hizo recordar aquel lugar común de la sabiduría popular que dice que el diablo está en los detalles, y la emoción le dio paso a la cautela. Tal y como lo planteó el mismo presidente Juan Manuel Santos, al recurrir a la metáfora de la rosa con un tallo de espinas, las condiciones de la guerrilla llevan implícita la necesidad de que la Fuerza Pública incumpla su deber constitucional, algo que a estas alturas es inaceptable.
Pero estos matices, que es bueno subrayar y no perder de vista, no deben ser razón para dejar de valorar la importancia y trascendencia de esta novedad. Es, como la definió el primer mandatario, “un gesto positivo en la dirección correcta”, que se suma a otro del mismo talante, menos confuso y que también tuvo lugar esta semana: el pedido público de perdón de esta organización a las víctimas de la atroz matanza de Bojayá (Chocó), que el 21 de abril del 2002 cobró 79 víctimas, luego de que un cilindro bomba cayera en la iglesia donde la población civil se refugiaba de un combate entre guerrilleros y paramilitares.
Desafortunadamente, al tiempo con estos dos hechos, que alimentan la esperanza de un final feliz, hay que registrar la muerte, a manos de esta organización, el viernes, de cinco soldados en Santander de Quilichao (Cauca). Como si se tratara de una dinámica de dos pasos adelante, uno atrás, cada vez que parece despejarse el horizonte, irrumpe un nubarrón cargado de razones para los escépticos.
Bien harían entonces las Farc en emprender una sucesión de actos de paz que sustenten sus continuas manifestaciones de querer el fin del conflicto y evitar que el mensaje sea confuso por lo que sucede en el campo de batalla.
Esto es necesario no solo para efectos de la negociación, sino, sobre todo, para revestir el proceso del respaldo y la confianza ciudadana de los que hoy, para ser francos, carece. Así lo demuestran las más recientes encuestas que le miden el pulso a la opinión. En la de la firma Gallup, el 52 por ciento de los encuestados cree que la paz no se firmará, mientras que en la de Cifras y Conceptos este guarismo es del 57.
Ante este estado de cosas, hay que reiterarle a esa guerrilla que la responsabilidad de revertir tal tendencia –requisito indispensable si se quiere llegar a buen puerto– le corresponde fundamentalmente a ella y que actos como el del viernes van en la dirección opuesta.
La insistencia en la importancia de generar dicho clima está atada al hecho de que hoy el reloj corre en contra del anhelo de paz. Esto implica, en pocas palabras, que, para ser exitoso, a este intento no le quedan más alternativas que entrar en su recta final en el 2015. El Gobierno lo tiene claro y así lo ha expresado. La insurgencia lo ha mencionado también, pero no es tan evidente que sea plenamente consciente de dicha realidad.
Solo se sabrá si lo es cuando los gestos de paz desplacen definitivamente a los de guerra en su hoja de ruta. De ocurrir esto se estaría entrando en una dinámica de paulatina disminución de la intensidad del conflicto, previa al cese definitivo de hostilidades, a la que la Fuerza Pública no podría ser ajena. Hablamos de un desescalamiento, cuya viabilidad debe depender de que sean las acciones, más que las palabras, los que demuestren que para la guerrilla los diálogos ya superaron el punto de no retorno y que la posibilidad de firmar el acuerdo que ponga fin a la guerra es vista por ella no como un espejismo, sino como una realidad concreta en el horizonte cercano.
Y es que así como en su momento los astros se alinearon para describir la coyuntura que permitió el inicio de las conversaciones, hoy, dos años después, estos comienzan a desplazarse. Son la mencionada frialdad de la opinión y también el hecho de que el gobierno de Juan Manuel Santos ya tenga el sol a sus espaldas, todo sumado a circunstancias nuevas que tienen incidencia en la mesa, como el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. Estos factores se añaden y dan como resultado la obligación de que la firma de un acuerdo no pase del 2015.
A lo anterior hay que añadir el riesgo de que los diálogos se eternicen, ya advertido por expertos como el exguerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos, y que tiene que ver con la pérdida de legitimidad de los comandantes sentados a la mesa sobre la tropa.
Así pues, puede decirse que a estas alturas las Farc enfrentan una disyuntiva. Pueden darle un empujón decisivo al proceso con nuevos actos que sean prueba de su voluntad de paz para así dar inicio a un círculo virtuoso que permita revestirlo de confianza y apoyo de la gente y dar pie a la desactivación definitiva de la guerra. O pueden hacer caso omiso de las circunstancias, cometer los mismos errores del pasado y precipitar un fracaso, del cual tendrían que rendirles cuentas a las próximas generaciones.
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