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Editorial: Donald Trump va por la presidencia

El ascenso del precandidato en las encuestas es, por ahora, una derrota de la sensatez.

EDITORIAL
El mutimillonario Donald Trump, número 405 en la lista de Forbes, es sobre todo una celebridad. Fue una estrella del mundo de los negocios desde los años 70. A partir de los 80 empezó a hacer apariciones especiales, como una figura del jet set de Nueva York, en películas, en documentales, en comedias de televisión: salió en The Nanny, en Spin City, en Sex and the City. Tuvo su propio reality show: The Apprentice. Y la fama le sirvió en los últimos años para proyectar una carrera política que ahora lo ha llevado a convertirse en uno de los precandidatos presidenciales por el Partido Republicano. Ha sido en el lanzamiento de su campaña, precisamente, donde ha pronunciado su ya popular arenga –por lo infame– contra los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos, país de inmigrantes.
Por un lado, el que reportan los medios, las reacciones contra sus palabras incendiarias no se han hecho esperar, y Trump no solo se ha retractado a medias, sino que se ha dedicado a contraatacar a cuantos se han atrevido a callarlo públicamente. Figuras de todos los campos han estado retratándolo a lo largo y lo ancho del mundo como un bárbaro de tiempos un poco más civilizados. NBC se ha negado a seguir transmitiendo los reinados de belleza de Trump.
Hillary Clinton, precandidata demócrata, lo ha llamado a no continuar con ese discurso que le apunta a dividir a la tensa sociedad estadounidense. Y él se ha dedicado a sostenerse en sus declaraciones con una vehemencia que ha sido interpretada como uno más de los exóticos comportamientos del personaje, una burda estrategia de campaña y una venganza contra México, donde su último complejo hotelero fracasó estrepitosamente, antes de que fuera puesta la primera piedra.
Y, por otro lado, algunos norteamericanos de los que podría pensarse que se han declarado de acuerdo con las declaraciones desobligantes de Trump: Fox News reporta que, luego de sus virulentas afirmaciones, el precandidato ha pasado a ser el segundo en las encuestas, con el 11 por ciento de la intención de voto, entre los aspirantes republicanos. Su ascenso es, por ahora, una derrota de la sensatez.
editorial@eltiempo.com
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