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Cenizas nada más

Ha sido el Papa más progresista quien firmó una prohibición que parece de una época anterior.

EDITORIAL
Sorprendió el papa Francisco a comienzos de esta semana con la prohibición de esparcir o de tener en algún rincón de la casa las cenizas de un ser querido que ya ha muerto. Fue claro que la idea del documento Ad resurgendum cum Christo, “evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista” e impedir que se entienda la muerte como “la anulación definitiva de la persona”, era coherente con la doctrina de la Iglesia católica, pero no sonó, como tantas otras intervenciones del sumo pontífice, a una mayor comprensión de las realidades de los tiempos que corren. De ahora en adelante, estén en la situación en la que estén, tendrán prohibido los católicos repartirse las cenizas de los difuntos o lanzarlas al mar.
No solo no será permitido, sino que además serán negadas las exequias, si la persona que ha muerto ha pedido expresamente a su familia –por supuesto: antes de morir– que su cuerpo sea cremado y sus cenizas esparcidas en el viento. Se trata de proteger a los muertos de los malos tratos, del olvido de quienes tienen la labor de recordarlos, de la lejanía con la comunidad cristiana. Se busca que los difuntos conserven su sitio en un lugar sagrado: sigue pensando la Iglesia católica que la cremación debe permitirse “por razones de tipo higiénico, económicas o sociales”, y “ya que no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo”, pero todavía prefiere que los cadáveres católicos sean sepultados en el cementerio.
Y sin ambages prohíbe, a estas alturas de la historia del universo, que a las cenizas les sea negada la contemplación de los deudos, de los correligionarios: “los muertos no son propiedad de sus familiares”, dijo el cardenal Gerhard Mueller en nombre de la Iglesia.
Suena a humor negro. Suena a problema de una época anterior, cuando el fervor religioso y la mitología cristiana tocaban a más y más personas, y la Iglesia tomaba las decisiones por millones de fieles, pero ha sido el Papa más progresista de las últimas décadas quien le ha puesto su firma a una prohibición que habrá que ver cuántos creyentes y cuántos practicantes están dispuestos a cumplir.
editorial@eltiempo.com
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