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Cali versus las pandillas

No cabe imaginarse una Cali sitiada por las violencias y por las luchas de territorios.

EDITORIAL
Cali está hasta la coronilla de las batallas entre pandillas. Definitivamente, no da más. El sábado pasado, en el concurrido lanzamiento de una cancha deportiva en el nororiente de la ciudad, una niña de 7 años recibió un disparo en la cabeza en medio de un tiroteo infame entre un par de bandas en la búsqueda del control del microtráfico. Se conoció, entonces, que en lo que va de este año han muerto más de 200 personas por culpa de estas guerras entre jóvenes, y que el año pasado hubo 418 asesinatos por esa misma causa. Tremendas cifras que indican que la capital del Valle del Cauca, que ha luchado tanto para conservar su imagen de ciudad amable y alegre –y lo ha conseguido, en efecto–, se encuentra llena de fronteras invisibles y ha estado combatiendo a cientos de pandillas que amenazan con convertirse en bandas delincuenciales organizadas.
No cabe imaginarse una Cali sitiada por las violencias y por las luchas de territorios. Se corre el riesgo de hacerle mala propaganda a una capital consciente de sus problemas y que justamente está pensando cómo quitarse de encima el flagelo de la violencia juvenil. Se trata, entonces, de tomar conciencia para impedir que los muchachos caleños sigan siendo reclutados por los hampones en 17 de las 22 comunas de la ciudad, de visibilizar un drama diario en el que se pierden vidas, de golpe, todo lo que alguien vivió y todo lo que pudo vivir.
Se trata de no dejar pasar, como una noticia más, la situación de aquella niña que al cierre de esta edición seguía luchando por su vida en una de las salas de cuidados intensivos del Hospital Universitario del Valle.
Apenas la semana pasada, en un sector populoso de la ciudad, una adolescente de 15 años murió en plena reunión familiar por culpa de una bala perdida de otro enfrentamiento de pandillas. Que los menores dispongan así de las vidas de los menores es una tragedia que se tiene que acabar. Cali está haciendo esfuerzos y poniendo el grito en el cielo para que nada como eso vuelva a suceder. Y se necesita que las autoridades civiles y policiales y la misma ciudadanía se unan para impedir que la violencia juvenil, empujada por las mafias, imponga su ley.
editorial@eltiempo.com
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