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¿Educación sin educadores?

Yolanda Reyes
“Me ha quedado claro, en estos años, que el futuro del mundo nos exige un gran salto en educación”, declaró el presidente Santos –bonita hora: casi después de cuatro años– frente a un auditorio abarrotado de empresarios, funcionarios y “líderes de opinión”. La convocatoria había sido hecha por la Fundación Compartir para entregarle el libro titulado Tras la excelencia docente, una investigación de Guillermo Perry y de un grupo de jóvenes académicos que presenta, con evidencia y ejemplos internacionales, el significado de centrar la apuesta educativa en formar maestros y en mejorar sus condiciones.
En el lanzamiento del libro, que recomiendo descargar en el sitio virtual de la Fundación y que será objeto de muchas lecturas, el canadiense Michael Fullam expuso una experiencia de mejoramiento de calidad educativa en Ontario. Aunque estaba anunciado un diálogo posterior con Fullam, figuras como el gobernador de Antioquia y el Ministro de Hacienda se tomaron más tiempo, y eso, sumado a la llegada del Presidente, cambió el énfasis académico por otro de tinte electoral.
“Seamos francos: nunca hemos tomado una decisión como esta... Llegó la hora de pensar en grande”, declamó Santos, y lanzó su meta de “ser la nación más educada de América Latina en 2025”. El porqué de la elección de ese año, de esa frase, “la más educada”, que parece copiar a Fajardo, y de esa incitación a la competencia con países hermanos, es un misterio. O, “seamos francos”, parece un cliché al que, probablemente, después de elecciones nadie hará seguimiento, ¡y menos en 2025! Sin embargo, Santos desglosó su gran meta de ganarle a América Latina en unas metas parciales: por ejemplo, que todos los menores de 5 años reciban la misma educación de sus pares en Asia, Europa y Estados Unidos; que la calidad de la educación básica y media se convierta en “una obsesión”; que una de nuestras universidades, una, –el énfasis es suyo– esté entre las cien mejores del mundo, y “que los maestros sean los verdaderos héroes de la sociedad”.
Quizás porque soy maestra, de profesión y de tantos años de oficio, me sentí extraña en esa reunión, con tantos economistas hablando de educación, ¡sin maestros! Y me pareció también paradójico que durante el lanzamiento de un libro que propone recuperar el estatus del maestro y atraer jóvenes a la docencia no se hablara, exceptuando a Fajardo, de nuestro oficio: de aulas y de colegios, de liderazgo, de afectos, de historias –felices y tristes–, de redes de estudio y trabajo y de lo que hacemos todos los días, junto a los niños y a las familias, en este país tan violento, tan desigual, tan doloroso y, a la vez, tan lleno de esperanza.
En ese escenario donde se propuso a los empresarios, en buena hora, un pacto por la educación, eché de menos una reflexión de fondo –más filosófica, más humanista y más pedagógica, porque la educación no son solo cifras– alrededor de preguntas centrales como quiénes somos los colombianos, aquí y ahora, cuál es nuestro proyecto de nación y cuál es el lugar de la educación en la tarea de aprender a vivir juntos, en tiempos de posconflicto. Sin duda, necesitamos hacer un pacto por la educación, pero cómo proponerlo sin involucrar a los maestros y cómo hablar de educación sin educadores (o casi a pesar de los educadores).
Así como se lanzan las políticas públicas de salud con la participación de los médicos, y eso mismo sucede en cada gremio, los maestros necesitamos ser convocados, como protagonistas, en los espacios donde se lanzan propuestas políticas relacionadas con la educación. La valoración del oficio, no como algo heroico, sino como un proyecto profesional y vital, en el que tenemos un saber, una voz y un liderazgo tiene que ver con esos gestos simbólicos.
Yolanda Reyes
Yolanda Reyes
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