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Noticias falsas, una batalla perdida

Usuarios de redes sociales son ideales para la difusión de información cierta, falsa o manipulada.

Vladdo .
Ya no queda la menor duda: la campaña de Donald Trump recibió un gran empujón de parte de trolls rusos que utilizaron las redes sociales para distribuir noticias falsas que llegaron a millones de lectores e internautas de Estados Unidos, tal y como lo han reconocido Facebook y Google.
Los miles y miles de usuarios que día a día acceden a estas plataformas son ideales para viralizar rumores, filtrar documentos y difundir información cierta, falsa o manipulada; tarea que es cada vez más sencilla, gracias a las sofisticadas herramientas que permiten producir y compartir noticias, anuncios y propaganda a la medida del consumidor y del emisor.
Y a los colombianos nos consta que ese no ha sido un fenómeno exclusivo de la política gringa; pues aquí lo vimos y lo vivimos con el espinoso plebiscito por la paz. Así lo reconoció el año pasado el gerente de la campaña del No, del Centro Democrático, en la explosiva entrevista publicada en La República. “Descubrimos el poder viral de las redes sociales. Por ejemplo, en una visita a Apartadó, Antioquia, un concejal me pasó una imagen de Santos y ‘Timochenko’ con un mensaje de por qué se les iba a dar dinero a los guerrilleros si el país estaba en la olla. Yo la publiqué en mi Facebook y el sábado pasado tenía 130.000 compartidos con un alcance de seis millones de personas”, decía Juan Carlos Vélez dos días después del plebiscito, mientras se jactaba del éxito de su estrategia y de la efectividad de una campaña plagada de tergiversaciones, cuyo principal propósito era “que la gente saliera a votar verraca”. Y a fe que lo consiguieron.

Siempre habrá quienes se aferren a las 'fake news' para justificar sus prejuicios o ratificar sus posturas. Y siempre habrá alguien que las disemine.

No obstante, la confesión involuntaria de Vélez encendió las alarmas y dio paso al debate sobre el papel de la farsa en la discusión política y puso a muchos medios, periodistas, académicos y teóricos de la comunicación a buscar instrumentos para evitar que los ciudadanos sean víctimas de engaños en las redes sociales.
No obstante, a mí me parece que esta es una guerra perdida de antemano; no por falta de eficacia de las medidas que puedan adoptar los medios o los responsables de Facebook, Google o Twitter, sino por la genuina falta de interés del público.
En esta era de sociedades polarizadas –ya sea en Gran Bretaña, Estados Unidos, Colombia o España–, muchas personas no solo toleran las falsas noticias, sino que las necesitan para validar sus propios puntos de vista. Peor aún: las buscan. De hecho, si un cristiano fundamentalista encuentra un trino de Viviane Morales despotricando contra el matrimonio igualitario, se agarra de ese testimonio para fortalecer su antipatía o su odio contra todo lo que huela a comunidad LGBTI. No le hace falta nada más. Tendría que ser muy despistado como para ponerse a buscar información científica que tumbara sus tesis.
Y esa misma lógica puede aplicarse en innumerables casos en los cuales los más radicales solo necesitan una frase, un titular o una foto –sin importar su procedencia– para reforzar sus convicciones. A sabiendas de que las fuentes tradicionales y confiables de información no les sirven para sus propósitos, ellos se abstienen de consultarlas y, por el contrario, se dedican a desprestigiarlas; así como lo hacía Correa en Ecuador, lo hace Maduro en Venezuela y lo seguirá haciendo Trump en Estados Unidos.
Por más que editores, abogados o sociólogos hagan ingentes esfuerzos para invitar a verificar determinadas noticias antes de darles credibilidad o de reproducirlas; o por mucho que se devanen los sesos creando y divulgando mecanismos para que la gente no trague entero, siempre habrá quienes se aferren a las fake news para justificar sus prejuicios o ratificar sus posturas, por muy irracionales que sean. Y siempre habrá alguien que las disemine.
VLADDO
Vladdo .
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