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Vigencia de la paz y despedida a uno de sus cultores

El parpadeo del proceso coincidió con el fallecimiento de uno de sus pregoneros: Otto Morales.

A partir de la acción militar de respuesta retardada a la masacre de once soldados en el norte del Cauca, se ha precipitado una serie de acontecimientos cuyas consecuencias sobre el proceso de paz apenas se empiezan a decantar. De las primeras impresiones de ruptura irreparable de cualquier esfuerzo por conciliar los criterios divergentes, se ha venido pasando a valoraciones menos catastróficas y a tono francamente constructivo en las declaraciones públicas.
La verdad es que la brecha abierta con esa trágica incursión por cuadrillas presumiblemente al servicio del narcotráfico no se había cerrado. Acaso por considerarla accidente natural y tolerable en su irregular origen, de la misma índole de la ocupación violenta de la isla de Gorgona. La ambigüedad entre la subversión guerrillera y los mecanismos financieros para su sostenimiento ha hecho mucho daño a los esfuerzos de racional entendimiento. No resulta fácil trazar su línea divisoria, y menos aceptar su ambivalencia.
La verdad, sin embargo, es que las dos alas en la práctica existen y que cada vez cuesta más trabajo diferenciarlas. La táctica de suspensión unilateral de fuegos ¿a quiénes venía cobijando? Por supuesto, a los cuadros de mando de las Farc y a su organización jerárquica, pero aparentemente no a las avanzadas del negocio del narcotráfico, en cuanto a su producción y comercialización.
Para mayor claridad y entendimiento, valdría la pena diferenciarlas con neta franqueza. De lo contrario, cada vez más nos acercaremos con mayor frecuencia al riesgo de estar volando los puentes de diálogo y entendimiento. Ni para la institucionalidad militar ni para el propio Presidente de la República, la prolongación indefinida de esta situación equívoca puede ser útil o tolerable. Menos para el país.
Tampoco, en el fondo, para las Farc y su contribución a la causa de la paz, que tanto prestigio demostró cuando se la vio en trance de naufragio. Por lo pronto, se ha saldado la deuda con veintiséis guerrilleros abatidos por los bombardeos de las Fuerzas Armadas de la Nación. No es para recrearse en esta contabilidad macabra, sino para destacar su inevitable y abominable encadenamiento. En la presente ocasión, ha logrado sobreaguar y salvarse. En otras futuras, acaso no.
Su parpadeo coincidió con el fallecimiento de uno de sus permanentes, reflexivos y enhiestos pregoneros, el entrañable amigo y copartidario Otto Morales Benítez, siempre denodado escudero de las libertades públicas, de los principios democráticos y del Estado social de derecho. Docto en letras, historia y jurisprudencia, lega a la patria y a los suyos frutos imperecederos de su talento de investigador riguroso y de escritor de elegante, ceñida y cautivadora prosa. Tanto como destellos de sus improvisadas piezas oratorias.
Por estos días me he estado deleitando en la lectura o relectura de su obra monumental, intitulada Uribe Uribe y Panamá: altura jurídica, política y moral de la Patria, publicada en dos gruesos y hermosos volúmenes por la Universidad Industrial de Santander (UIS). No espera el lector desprevenido, al menos en los primeros momentos, encontrar semejante savia de conocimientos y comentarios precisos y sagaces.
En su página inicial, el autor revela que decidió embarcarse en su dispendiosa busca durante el ejercicio del Ministerio del Trabajo, en la segunda administración del presidente Alberto Lleras, a raíz del hallazgo de alusiones del legendario personaje que movieran su ánimo de ampliarlas y profundizarlas. No queda duda de que desde entonces fue faro y paradigma de su propia vida, tan fecunda en ideas y servicios a Colombia. No deja sino recuerdos amables y expresiones de su personalidad, a la altura de las figuras cimeras que despertaran su admiración.
Abdón Esínosa Valderrama
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