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En el peor de los mundos

Este año las urnas le arrojarán cualquier cosa menos un salvavidas.

Aun cuando en esta agitada etapa electoral numerosas voces y plumas autorizadas en la materia lo reiteran a cada rato, quizás no sobre que un ciudadano de a pie insista en esta verdad de a puño: en los recuerdos políticos de quienes hace tiempos fuimos jóvenes no figura un panorama electivo tan anárquico, inabarcable y desolador como el que hoy malvive el país, con más desconcierto que ilusiones y más desesperanzas que buen ánimo para proveer el máximo cargo de la nación.
Es innegable que sin el fundamento esencial de toda democracia respetable y respetada, como partidos políticos debidamente organizados –con plataforma ideológica, líderes auténticos, acatamiento ciudadano, programas de acción, incontaminada representación parlamentaria, sólidas bases sufragantes, controversia tolerante, asensos y disensos inteligentes–, entre nosotros el debate público previo a la rotación cuatrienal en la Presidencia viene cayendo en deplorable explosión de vanidades, soberbia, egos, desacuerdos, dogmatismos e inconsecuencias, todo lo cual, a falta de correctivo bastante improbable, presagia que, por ejemplo en cuanto hace al agonizante Partido Liberal, este año las urnas le arrojarán cualquier cosa menos un salvavidas y ni siquiera un analgésico eficaz para sus graves dolencias.
Por eso, ajeno a toda intención de aguar la fiesta que aún parece alentar en algunas mentes ingenuas, y solamente con apego a la realidad del acontecer político que tanto desencanto nos produce a miles, con todo respeto creo que al candidato liberal, doctor Humberto de la Calle Lombana, se lo ha montado en una auténtica vacaloca de espejismo e incertidumbre que si por ahora es un mero bochorno y después de mayo un aburrido señalamiento, a partir de junio, y hasta siempre, será un estigma que él, en verdad, no tendría por qué aguantar.
Como se sabe, tan destacado jurista, de frecuente y vasta exposición mediática, ha hecho larga carrera burocrática aquí y en el exterior, con altibajos, falencias y tropiezos que no es del caso rememorar, al servicio de antagónicas ideologías (Samper, Pastrana, Santos) y carece de tacha, inhabilidad o impedimento para ser elegido presidente. Pero como eso no va a ocurrir, por lo menos en la inmediata contienda electoral, conviene precisar las razones por las cuales, a menos de formidable sacudón, por desgracia el moribundo Partido Liberal será cada día más una cosa del pasado y su hoy candidato a la presidencia, el producto fallido de una enorme irresponsabilidad. ¿Del aspirante?
No, del doctor César Gaviria, cuyos melifluos cantos de sirena convencieron al candidato: 1) de haber sido el único y definitivo artífice de la paz acordada con las Farc, olvidando a iguales o superiores, como Sergio Jaramillo; 2) de que con su vehemente y atenta dirección (?) del partido (verdadera camarilla de la cual se retiraron decididos militantes como Viviane Morales, Alfonso Gómez y Juan Manuel Galán) alcanzará la victoria definitiva… ¿como cuando aseguró que con su esporádica pero augusta presencia en el país el Sí barrería en el plebiscito propaz?; y 3) ¿de que armarle pataleta al presidente Santos hará de míseros 365.658 votos y del aval de “su” peculiar liberalismo otro signo de victoria?
Mentira. Porque De la Calle está hoy, íngrimo solo, en el peor de los mundos: no se coligó con quienes lo invitaron porque allí sería otro mandadero de Petro. Y a donde pidió entrar no lo recibieron.
VÍCTOR MANUEL RUIZ
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