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Una sociedad de incapaces

Estamos llenos de personajes para quienes la vanidad de sentirse invencibles es una patente de corso

Vladdo
Esa convicción criolla de que somos los más recursivos del mundo ha servido para explicar muchos logros de colombianos que, gracias a su persistencia o a su creatividad, han conseguido superar complicados obstáculos para salir adelante o para sobreponerse a situaciones adversas.
El problema es que en no pocas ocasiones esa misma cualidad nos lleva a sentirnos mejores de lo que en realidad somos y a cometer actos que van desde la mera insensatez –que no es poca cosa– hasta incurrir en conductas más vergonzosas. Esa sobrevalorada creencia de que “yo soy capaz” es la que, por ejemplo, nos hace pensar que al salir de una rumba con unos tragos encima podemos manejar un vehículo sin problemas. Y ya vemos las consecuencias funestas de esa decisión absurda tomada a diario por miles de colombianos que transitan embriagados por las calles como si nada.
“Yo soy capaz” de meterme en doble fila –se dicen muchos– y adelantarme para hacer un cruce a la izquierda, en vez de respetar el turno de los que llegaron antes de mí al semáforo. “Yo soy capaz”, piensa también el que resuelve chatear con una mano y conducir con la otra, sin prestar atención a las advertencias ni a las prohibiciones en tal sentido; ni mucho menos calcular el riesgo de su falta de juicio.
Pero esa manía no es exclusiva de los que van al volante. “Yo soy capaz” de colarme en TransMilenio, piensan los que se las dan de avispados y ponen en riesgo su integridad física por no pagar un pasaje de 2.000 pesos; como si la vida no valiera nada.
Desde luego, es la misma consigna que se practica en muchas otras actividades y circunstancias que ya se han vuelto parte de la cotidianidad, de nuestro paisaje cultural. “Yo soy capaz” de quedarme con la plata de la adjudicación, en vez de hacer las obras, debió creer cada uno de los Nule cuando pusieron a andar su ‘carrusel’ de la contratación en Bogotá, creyendo que nunca iban a ser descubiertos. “Yo soy capaz” de hacer y deshacer con el patrimonio de estos incautos, habrá pensado cada uno de los respetables ejecutivos de Interbolsa, confiados en que jamás se iba a desmoronar su fachada.
Y en el ámbito político ni se diga; estamos llenos de personajes para quienes la vanidad de sentirse invencibles es una patente de corso. “Yo soy capaz” de dañarle el caminado a Santos con su tal proceso de paz, debe pensar algún bélico expresidente desde el día número uno de las conversaciones de La Habana y cada vez que se inventa y publica en su Twitter un rumor o fabrica una noticia para desacreditar las negociaciones; sin importarle que su mezquindad agudice la división en el país y fomente los llamados a continuar una guerra que en ocho años él no fue capaz de ganar a las buenas ni a las malas.
“Yo soy capaz” de mamarles gallo a la ley y a la Constitución que juré resguardar desde la misma Corte Constitucional, pensará cínicamente el magistrado de ese tribunal Jorge Pretelt, mientras se frota las manos, a sabiendas de que en el país del Sagrado Corazón la justicia cojea pero no llega. En idéntica actitud, Alejandro Ordóñez, el máximo defensor del ciudadano, se repite a sí mismo “yo soy capaz” mientras convierte la Procuraduría General de la Nación en fortín político y burocrático y la pone al servicio de sus personalísimas aspiraciones presidenciales.
Algo similar estará pensando ‘Popeye’, el exjefe de sicarios del cartel de Medellín. “Yo soy capaz” de ganarme una curul en el Congreso, debió creer el lugarteniente de Pablo Escobar, al confesar su intención de convertirse en parlamentario.
Lo más deplorable es que tanto los personajes públicos como las personas del común sienten que son capaces de hacer de las suyas porque saben que esta sociedad es incapaz de hacer algo por impedirlo.
Vladdo
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