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Una candidatura indestructible

Los políticos tradicionales -los malos, pero también los buenos- están siendo descartados.

Adriana La Rotta
Los últimos dieciocho meses en la política de Estados Unidos se han sentido, para usar una imagen que viene muy bien al caso, como un tren que se estrella en cámara lenta.
Es esa sensación de malestar instalada en el estómago, que no desaparece cuando los gurús de la estadística insisten en asegurar que las probabilidades de Hillary Clinton de ganar las elecciones son superiores a las de Donald Trump, ni cuando la colección de cosas ultrajantes que el candidato republicano ha dicho y hecho en sus 70 años de vida son denunciadas y expuestas hasta el cansancio por los medios, sus opositores y hasta por miembros muy prominentes de su propio partido.
La candidatura de Donald Trump ha resultado indestructible. Se ha proclamado su colapso, se ha celebrado su implosión, se ha dicho que sus fondos se han agotado, que sus aliados lo han abandonado, que su incapacidad para comandar al país no podría ser más evidente, que todo no pasa de ser un reality show llevado a su última expresión.
Pero aquí estamos. Y a solo tres días de que más de 200 millones de votantes en Estados Unidos tomen una decisión trascendental a nombre propio y del resto del planeta, el malestar existencial que se instaló a medidos del año pasado ha empezado a parecerse a una certeza.
Como siempre, me recuerda mi marido, la única verdad es la realidad y la candidatura de Donald Trump, tan simple y a la vez tan compleja de explicar, ha demostrado tener una fuerza y una resistencia que resulta difícil creer que no sea un augurio de lo que veremos en las urnas este próximo martes.
Pero sea cual sea el resultado, y quizás me excedo en el pesimismo, lo que es incontrovertible es que estamos ante un fenómeno no apenas local sino global en que los políticos tradicionales –los malos, pero también los buenos– están siendo descartados, el centro se está diluyendo, y las sociedades se están partiendo por la mitad, atraídas por populismos de derecha y de izquierda cuyos mensajes ponzoñosos serían inocuos, si no fuera por la complicidad de las redes sociales.
Una tras otra, elecciones en todo el mundo muestran la misma tendencia. Pasó hace menos de una semana en Brasil, en donde hubo comicios municipales. No solo un tercio del electorado se abstuvo o votó en blanco, sino que las alcaldías de las mayores ciudades, incluyendo São Paulo y Río, quedaron en manos de candidatos sin trayectoria política.
El contexto es importante para entender que un triunfo de Donald Trump en las elecciones de este martes podría parecer extraordinario mirando la trayectoria de la política norteamericana, pero sería consistente con un viraje, un cambio en la dirección del péndulo, que hasta hace poco tiempo no era tan evidente como lo es ahora.
¿Podría ganar Hillary Clinton y devolverles la tranquilidad a quienes aspiran a que se mantenga la continuidad en las políticas estadounidenses? Claro que sí. Con un poco de suerte, a lo mejor el tren no se estrella. Pero la tendencia está ahí y aunque Donald Trump salga de la escena para concentrarse otra vez en sus negocios particulares, es inevitable que surjan abanderados de las mismas ideas que recojan ese descontento y traten de capitalizarlo ofreciendo soluciones populistas, e inclusive más radicales, en las elecciones del 2020.
Hace un mes me equivoqué cuando creía que la victoria del ‘Sí’ en el plebiscito del 2 de octubre era inevitable. Nunca estaré más feliz si el martes que viene vuelvo a equivocarme.
Adriana La Rotta
Adriana La Rotta
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