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Un día después

Ya el futuro de 'Volver al futuro', que para mi generación era un mito inalcanzable, ocurrió ayer.

Ayer fue el día en que Marty McFly vino al futuro. Una visita que muchos estuvimos esperando durante largos años –26, para ser exactos– y que fue celebrada en el mundo entero con la euforia apocalíptica del caso, en un verdadero delirio colectivo que llenó las páginas de los periódicos, las redes sociales, los cines, y por supuesto el corazón nostálgico de todos los que asistimos por fin al cumplimiento del tiempo.
Mucha gente repitió por estos días, estoy seguro, las escenas de Volver al futuro II en las que Marty McFly, su novia Jennifer Parker y el Doctor Emmett Brown se suben el 26 de octubre de 1985 en la máquina del tiempo, un DeLorean que vuela, y llegan a la misma ciudad en la que estaban, Hill Valley, pero casi 30 años después: el miércoles 21 de octubre del año 2015, ayer.
El viaje lo hacen porque el Doctor Brown, inventor de la máquina del tiempo, se entera en el futuro de una serie de desgracias que va a arruinar la vida de los hijos de Marty y Jennifer, y entonces vuelve a 1985, los recoge y se los lleva (se los trae) a octubre del 2015 para torcer el curso de las cosas antes de que ocurran y salvar así a sus hijos. El problema, claro, es que hacer eso entraña el peligro de cambiar el curso de todo.
Esa es la trama de Volver al futuro: un juego sobre el destino y la manera en que ocurre la vida de la gente, pero también una especulación sobre cómo los viajes en el tiempo, cuando quienes los hacen intervienen en la historia por ellos visitada, pueden desquiciar el curso de la vida y enredar sin remedio la madeja del mundo: los hilos que lo hacen girar y que le dan sentido, y que están todos anudados entre sí, por increíble que parezca.
En Volver al futuro I Marty va al pasado, a 1955, y se encuentra con sus papás cuando eran jóvenes y por poco impide que se enamoren, es decir que luego se casen y lo tengan a él mismo; una torpe anulación de su propio destino que él tiene que desactivar antes de volver ileso a 1985. En la II, en cambio, su intervención para salvar a sus hijos se sale de control y ya no es el pasado el que transforma al presente sino el futuro.
Un futuro que cuando salió por primera vez, en 1989, nos deslumbró a todos y nos pareció exacto y necesario y promisorio. De hecho esa fue una de las obsesiones de estos días conmemorativos y fatales, ver qué tanto había acertado en sus predicciones Volver al futuro. No hay todavía patinetas voladoras, por desgracia, pero sí pantallas en la casa desde las que uno puede hablar con quien quiera. Y hasta los Chicago Cubs podrían entrar a la Serie Mundial, aunque no la tienen fácil.
Yo me vi Volver al futuro II en un cine en Popayán en junio de 1990, donde incluso ese año ya consumado y viejo de 1985, que es cuando ocurre el ‘presente’ de la película, me parecía un futuro más que envidiable, no digamos el 2015... Y desde entonces me he visto la serie entera no sé cuántas veces, 1.000 o 3.000, no sé, y aunque me la sepa casi de memoria siempre la disfruto como la primera vez.
Por muchas razones sentimentales y caprichosas de viejo fan, claro, pero también por una razón arqueológica en la que pienso cada vez más, y es que lo que me interesa de Volver al futuro no es el pasado que recrea ni el futuro que se inventa –ayer–, sino su presente allí revelado. Como con Julio Verne, o Asimov, o Francesco Patrizzi o George Orwell: nada retrata mejor cada presente que su idea del pasado y del futuro.
Y ya el futuro de Volver al futuro, que para mi generación era un mito inalcanzable, ocurrió ayer. Por primera vez y para siempre, increíble, ese futuro ya es pasado.
Eso nos dejan las profecías que se cumplen, la nostalgia del futuro. Por eso hay que volver.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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