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Trabajar a medio palo

No sé si esta ley se celebró a ritmo de 'porro'; pero les deja el vaso medio lleno a las empresas.

Luis Noé Ochoa
Bella y poética me pareció la foto en este diario de la luna que sale por estos días en las tardes, después de un sol que está quemando hasta a políticos, quienes se estarán echando bloqueador por litros, pues temen que su futuro público se pueda jodebrecht.
Esta noche veremos los colombianos un eclipse penumbral. A veces así se pone el país, donde un hecho eclipsa otro. Por ejemplo, el martes se anunciaba que, por fin, después de largos años de estar tan retrechero, secuestrando, volando torres y el tubo del oleoducto, se sentaba a la mesa de negociación el Eln. Este es un acontecimiento de extraordinaria importancia, es otra esperanza de que los colombianos tengamos un país sin guerrillas, en paz.
Pero hubo eclipse penumbral. Al tiempo, el Fiscal General anunciaba que un senador que, según parece, se va de Bula donde ve plata y busca beneficios judiciales había declarado que entró una gruesa suma de Odebrecht a la campaña del presidente Santos, como al parecer pasó con la de don Óscar Iván Zuluaga. Lo desmintieron, y arranca la investigación. Y hace bien el Presidente en pedir celeridad, que se aclare pronto. Pero lo de la sentada a la mesa del Eln, luego de tres años de acordar los puntos, quedó casi en la luna.
Y ese martes, la Corte Constitucional produjo un polémico fallo. Dice, más o menos, que si los efectos de sustancias psicoactivas, o el trago –o sea, ir copetón o entonado o rascado o ‘beodo’, como dijo un costeño peado mirando el dedo del policía– no afectan la labor en el trabajo, la empresa no puede prohibirle al empleado asistir a su puesto o sancionarlo. ¡Hip!
Algunos expertos opinaron que hay vacíos. Yo creo, porque aunque la Corte hace salvedades, como “actividades que involucran riesgos para el trabajador, para sus compañeros de trabajo o para terceros”, es obvio que un piloto no puede llegar volando de la perra, o que un cirujano no puede operar a corazón abierto con botella abierta; o que un conductor no puede ir viendo dobles calzadas; a mí me daría miedo que el barbero esté rascado, o que el carpintero maneje la sierra a medio palo, o qué tal una niñera que confunda el biberón con la media, o los congresistas, o los magistrados pasados de copetines.
Depende del cristal, o del Néctar o del whisky, con que se mire. Pero se puede prestar para confusiones y disculpas. Sin el fallo, ya se presentó el caso de Juan Carlos Vélez, exgerente de la campaña del No al plebiscito, a quien por afirmar que ellos buscaban que la gente saliera a votar emberracada –y se entiende que armaron mentiras– le dijeron sus propios amigos que estaba “bajo los efectos del alcohol”. ¡Hip!
Claro que la Corte debe proteger el derecho a la intimidad y al libre desarrollo de la personalidad, pero les deja el vaso medio lleno a las empresas, creo yo. Porque están de por medio la imagen de las entidades, la misma seguridad industrial del trabajador; hasta dónde se mide el grado de la rasca, cómo afecta a los compañeros sobrios, o la actitud de la persona que consume sustancias. Aquí surge, creo, una línea muy delgada entre lo legal y mil problemas. Que hablen los expertos.
No sé si hubo brindis por esta ley o si se celebró a ritmo de ‘porro’, pero vale la pena aconsejar que lo mejor es estar sobrio en el trabajo, alejarse del vicio, que solo trae dolores de cabeza. Si se tiene uno, buscar ayuda profesional porque, con o sin la Corte, la persona se está autodestruyendo, y jamás se rinde lo mismo que cuando se está sobrio. La muestra es esta columna floja. No vuelvo a escribir en estado penumbral. ¡Hip!
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com.co
Luis Noé Ochoa
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