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¿'Timochenko' al Senado?

Las Farc deberían aprender del comportamiento de Navarro y sus compañeros en 1990.

MAURICIO VARGAS
Con la autoridad que da la experiencia de haber pasado de la guerrilla a la política sin armas, el excomandante del M-19 Antonio Navarro declaró hace pocos días a El Heraldo de Barranquilla que los jefes de las Farc deben tener la posibilidad de ser elegidos al Congreso, una vez se desmovilicen. “El principio de todo acuerdo es que los líderes de una organización que firme la paz con el Estado puedan participar en política. (...) Es el corazón de un acuerdo de paz”.
Así ocurrió con él y con sus compañeros al dejar las armas hace 25 años. Lo hicieron –valga recordarlo– con total lealtad a la letra y al espíritu de los acuerdos de paz y con un lenguaje que jamás fue agresivo con la sociedad que los indultaba y acogía. Y eso que, recién incorporados a la legalidad, perdieron a su carismático líder, Carlos Pizarro, que se estrenaba en la política como candidato presidencial y al que asesinó la mafia paramilitar.
Navarro lo reemplazó y, a pesar del crimen, el M-19 mantuvo la vocación y el lenguaje pacifistas y de reconciliación: los electores premiaron a Navarro con la más alta votación obtenida hasta entonces por un candidato de izquierda y, meses más tarde, le dieron al M-19 una bancada decisiva en la Asamblea Constituyente.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes en este cuarto de siglo. En el ordenamiento jurídico mundial de hoy es imposible conceder un indulto tan amplio como el que cobijó entonces al M-19. Los crímenes de lesa humanidad no resultan, a la luz del Estatuto de Roma, perdonables. Por eso, la fiscal de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, ha recordado que los máximos responsables de esos crímenes –y eso incluye a ‘Timochenko’ y a los demás comandantes– deben pagar algún tipo de pena, aun si es reducida, y, en cualquier caso, no podrían participar en política.
Sin reparar en esas advertencias, el Gobierno y sus aliados en el Congreso dieron esta semana la aprobación inicial al paquete de medidas para poner en marcha los acuerdos que alcance la mesa de La Habana y, entre otras normas, incluyeron una que abre las puertas a que los exjefes de las Farc participen en política una vez desmovilizados.
Ignoro cómo van a resolverse estos enredos jurídicos. No será fácil: como lo demuestra el rifirrafe de estos días entre el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, e ‘Iván Márquez’, interpretar los acuerdos será mucho más complicado que firmarlos.
Pero más allá del debate jurídico, mientras los comandantes de las Farc sigan usando su agresivo lenguaje, que tanto dista del que usaron los jefes del M-19 en la desmovilización de 1990, el proceso resultará mucho más complicado. Tratar, de modo reiterado, de “asesino” y “mafioso” al expresidente Álvaro Uribe y asegurar que el acuerdo de Justicia abre las puertas a que toda la clase dirigente del país sea juzgada por crímenes de guerra, como vienen haciendo ‘Márquez’ y sus compinches, indigna a millones de colombianos.
Y si a eso sumamos los reiterados desatinos del fiscal general, Luis Eduardo Montealegre, que llenan de argumentos a Uribe y a sus seguidores para sostener que el proceso de La Habana busca perdonar a las Farc y mandarlo a la cárcel a él, la mesa está servida para que una amplia mayoría de colombianos que detesta a las Farc rechace los acuerdos para su desmovilización. ‘Timochenko’, ‘Márquez’ y compañía deberían aprender del comportamiento de Navarro y sus compañeros en 1990, y entender que la peor manera de conseguir el perdón de la sociedad que han ensangrentado por décadas es mantener el tono de amenaza e insulto que vienen utilizando. No solo porque carecen de autoridad moral para ello, sino porque a la fiesta de la reconciliación no es posible llegar dándole patadas a la puerta.
MAURICIO VARGAS
MAURICIO VARGAS
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