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Saber ganar

Lo ideal es que ahora, en vez de autosabotearse, el CD deje gobernar a su presidente y su gabinete.

Thierry Ways
Uno no escoge a su mecánico o su peluquero, o a su odontólogo o su panadero, por sus convicciones políticas, sino por la calidad de su trabajo. ¿No debería ser igual con los funcionarios públicos?
Pensaba en eso a raíz del rechazo que provocó en el ala dura del uribismo el nombramiento del preparadísimo joven caleño Víctor Saavedra en el viceministerio de Vivienda. Su pecado fue haber sido funcionario del gobierno pasado y, específicamente, haber estado a cargo de la polémica cartilla sobre diversidad sexual de la exministra Gina Parody.
Yo también tuve reparos a la cartilla. No porque fuera a ‘homosexualizar’ a los niños, como decían algunos con involuntaria comicidad. Sino porque, por momentos, parecía afirmar que la identidad sexual de las personas es exclusivamente una construcción social, algo no soportado por las ciencias biológicas. El ministerio encargado ni más ni menos que de la educación del país no debería andar promulgando nociones anticientíficas, por más progres, vanguardistas o avaladas por la ONU que estas sean.

¿Qué tiene que ver la ideología política del viceministro –que desconozco– con un asunto técnico como la formulación y ejecución de programas de vivienda?

Pero eso nada tiene que ver con la cualidades profesionales de Saavedra, quien ostenta dos maestrías de quilates, en economía y políticas públicas, y ha ejercido importantes funciones en el sector público y el privado, preparación más que adecuada para la tarea que se le ha encomendado. ¿Qué tiene que ver la ideología política del viceministro –que desconozco– con un asunto técnico como la formulación y ejecución de programas de vivienda? ¿Acaso todos los funcionarios del Gobierno tienen que ser uribistas? La exigencia de pureza ideológica evoca ciertos regímenes totalitarios, en los que cualquier expresión en contra del partido (o cualquier pensamiento, en la novela de Orwell) era castigada con expulsión o cosas peores.
Me dirán que no es lo mismo un viceministro que un mecánico o un estilista. Y tendrían razón: un buen taller de mecánica automotriz o una buena peluquería son infinitamente más importantes que cualquier viceministerio. Pregúntenle a cualquier ciudadano satisfecho si prefiere cambiar de mecánico, de peluquero o de viceministro, y verán que no me equivoco. Pero en el fondo se trata de lo mismo: profesionales que deben ser evaluados por sus habilidades y no por sus ideas políticas.
El de Saavedra no es el único caso. A otros funcionarios recién nombrados les han desenterrado tuits antiuribistas como pruebas de inhabilidad para ejercer el cargo. Se aplica para ellos lo mismo que digo arriba, pero acompañado de un jalón de orejas. Seguramente ya se habrán cansado de escuchar, estimados jóvenes millennials, que deben cuidar lo que publican en las redes sociales. Pues ya ven por qué. A menos que su vocación profesional sea el activismo político o la administración de una herencia, no toda opinión, por brillante que les suene, tiene que ser compartida con la galaxia y sus poblaciones aledañas. Uno nunca sabe para quién terminará trabajando en el futuro.
Hizo bien el ministro de Vivienda, Jonathan Malagón –otro joven con una hoja de vida sobresaliente–, en no ceder a las presiones que le exigían revocar el nombramiento. He escrito en un par de ocasiones acerca de lo mal perdedor que ha resultado el candidato que fue derrotado en las elecciones. Pero, así como hay que saber perder, hay que saber ganar. El Centro Democrático ganó: obtuvo limpiamente, y con creces, el triunfo que anhelaba. Lo ideal es que ahora, en vez de autosabotearse, deje gobernar a su presidente y su gabinete. Y si hay diferencias, lo cual es normal, es mejor que deliberen en privado que no que evidencien por redes sociales, ante millones de personas, que al partido se le notan las costuras. Pensándolo bien, no solo los millennials cometen ese error.
THIERRY WAYS 
tde@thierryw.net
Thierry Ways
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