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Desvarar la justicia

Me pregunto si nuestros árbitros y expertos están cumpliendo objetivamente su labor.

Thierry Ways
Desconfío por principio de toda vanguardia, así que al comienzo recelé del arbitraje videoasistido, o VAR, en el Mundial de Fútbol. Me parecía una de esas intromisiones innecesarias de la tecnología en asuntos que funcionan bien sin ella, como la tostadora Bluetooth que avisa al celular cuando el pan está listo o el tenedor digital que vibra cuando estamos comiendo demasiado rápido (sí, ambas cosas existen).
Pero cambié de parecer cuando, gracias al VAR, el árbitro del partido contra Senegal echó para atrás un penal mal pitado contra Colombia. Si tan solo Mark Geiger, el réferi gringo del juego contra Inglaterra –con su ominoso apellido de detector de partículas radiactivas–, se hubiera apoyado en el VAR cuando pitó el penal a favor de los ingleses...
Así que hoy soy defensor del VAR en el fútbol. Y estoy de acuerdo con María Isabel Rueda, quien, en su columna del domingo pasado en EL TIEMPO, dice que Colombia lo necesita también.
Si hay algo insólito en la justicia colombiana es que muchas cosas no concluyen, no hay un cierre, no llega nunca ese momento de la película en el que el juez golpea el martillo y exclama: ‘Caso cerrado’. Aquí, los procesos se alargan por años, a veces, décadas, y, como plantas enredaderas, trepan y se hacen más frondosos en pos de instancias más elevadas que, ojalá, resuelvan lo que las de abajo no pudieron. Con frecuencia, incluso, se rompe el techo de las cortes locales y acudimos a la sopa de letras de los organismos internacionales: la ONU, la CIJ, la CIDH, la CPI. Si algún día descubrimos civilizaciones extraterrestres, no nos quede duda de que a la correspondiente corte galáctica llegarán expedientes criollos en busca de resolución.
Pero ni en las más altas instancias hemos logrado que se aclaren nuestros casos más notorios. Aún no sabemos a ciencia cierta quién mató a Gaitán o a Álvaro Gómez Hurtado. Desconocemos detalles cruciales de los asesinatos de Luis Carlos Galán y Jaime Garzón. ¿Y quién está matando a los líderes sociales en Colombia? Van cien en lo que va del año.

No solo los grandes crímenes nos superan. Elementales cuestiones de procedimiento también nos producen parálisis.

No solo los grandes crímenes nos superan. Elementales cuestiones de procedimiento también nos producen parálisis. Cuatro meses después de las legislativas –al tiempo que escribo–, apenas sabremos si Antanas Mockus puede posesionarse como senador, lo cual debió estar claro desde su inscripción como candidato. Y a veces ni siquiera la aritmética nos permite ponernos de acuerdo. Hace poco, para votar las circunscripciones especiales pactadas en el acuerdo con las Farc, no sabíamos si la mitad de los integrantes del Senado era 51 o 49,5.
Me pregunto si nuestros árbitros y expertos, que deberían estar guiando al resto de la sociedad, están cumpliendo objetivamente su labor. ¿Por qué la duda? Porque sus veredictos siempre aterrizan del mismo lado de sus convicciones políticas. Si hablamos con un constitucionalista progresista y amigo del acuerdo con las Farc –el doctor Rodrigo Uprimny, por ejemplo–, nos dirá que, en el contexto señalado arriba, la mayoría del Senado se calculaba en 50 votos. Si le preguntamos a uno que le haya hecho reparos al acuerdo –los doctores Jaime Castro o José Gregorio Hernández, por ejemplo–, nos dará argumentos igual de serios para afirmar que son 52.
Pero, en materia numérica, no todos pueden tener la razón. Y tan preciso embrague entre un dictamen y las preferencias políticas del dictaminador sugiere que el criterio de nuestros expertos –nuestro VAR– está más politizado de la cuenta. Decía Antonin Scalia, desaparecido miembro de la Corte Suprema de EE. UU.: “Un juez al que siempre le agradan sus conclusiones es un mal juez”.
Desvarar: se escribe con ‘VAR’. Y desvarar la justicia es la tarea más urgente que compete al nuevo huésped de la Casa de Nariño.
THIERRY WAYS
tde@thierryw.net
Thierry Ways
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