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Tauromaquia: muerte lenta pero segura

Me consuela ver que las corridas mueren ante el despertar de la conciencia de nuevas generaciones.

En este mes de febrero volvió la temporada taurina a la plaza de La Macarena en Medellín, pero ya no veo tan necesario salir con pancartas frente a ese escenario para protestar contra la tortura y el asesinato de animales frente a un público eufórico.
Ya no es tan necesario –digo– (o por lo menos no es tan imperativo para mí), porque estoy segura de que este circo romano, paso a paso, se va acercando a la muerte, y faltan unos pocos años para que se convierta en parte de un pasado que no queremos repetir. Para afirmar esto, basta ver lo que ocurre en torno a la tradicional plaza de toros de Medellín.
Dos décadas atrás, la Feria Taurina de La Macarena era un acontecimiento que no podían perderse los más ‘in’, los más ‘caché’, los jóvenes y también los viejos; los hombres y las mujeres que, vestidos con sus mejores galas, disfrutaban la fiesta y los remates, y salían en la prensa social en fotos a todo color y pagaban cualquier cantidad por una boleta de la corrida o por ir al jolgorio, posterior a las faenas, en los clubes más elegantes.
Hoy, lo que antes fueron carteles y pancartas repartidos en toda la ciudad invitando a la feria pasaron a ser pequeños avisos bicolor, modestos puestos de venta de boletería, casi escondidos, como queriendo decir: “qué pena, aquí vendemos boletas para la corrida de toros”. De otro lado, el poco aforo de público ha hecho que los oferentes de la corrida reduzcan los tendidos altos y vendan boletas solo para las filas más costosas, intentando ganancias. Como si lo anterior fuera poco, la prensa anuncia la liquidación de la famosa ganadería de toros de lidia La Carolina, entre otras posibles razones, debido a la crisis del mercado taurino. Parece mentira leer que en Medellín este 7 de febrero de 2015 fue la última corrida de toros de La Carolina.
Todo esto, mientras la Corte Constitucional falló en los últimos días ordenando que vuelvan las corridas a la Santamaría de Bogotá porque “hay que defender el derecho a la libre expresión artística”. El argumento de que esta es una manifestación cultural y artística que hay que respetar y defender es una vergüenza no digna de una Corte Constitucional que ha producido fallos históricos de gran avanzada en Colombia. Estoy de acuerdo en esto con el alcalde de Bogotá Gustavo Petro cuando lamentó que por un solo voto vuelve la barbarie a la capital.
Eliminar cualquier tipo de tortura a los animales sería la mejor lección de respeto que nuestros legisladores pueden llevar a un país que se debate por llegar a un proceso de paz que ayude a poner fin a las masacres que hemos vivido en nombre de ideologías, partidos e intereses económicos.
Decir que las corridas de toros son una expresión artística y que por ello hay que defenderlas es una afrenta al arte como la expresión más sublime del alma humana. Pero me consuela ver que las corridas mueren ante el despertar de la conciencia de las nuevas generaciones ante el repudio de nuestros jóvenes a asistir a estos espectáculos, ante el esfuerzo de los grupos defensores de los animales como la bancada animalista del Concejo de Medellín. Pilarico, miembro de este grupo, lamenta que “desde el 2010 la Corte Constitucional ordenó al Congreso reglamentar para que en los eventos taurinos se proteja a los animales contra el sufrimiento. No lo han hecho y la tortura sigue igual: pica, banderillas, muerte. El Congreso está incumpliendo y debe legislar rápidamente”.
Yo me sumo a su voz, al llanto de los animales torturados, a las plazas de toros vacías y al cambio cultural de una civilización que va aprendiendo a entender que los animales sufren dolor como nosotros, tienen miedo, lloran, ríen y aman como nosotros y con nosotros.
Sonia Gómez Gómez
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