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Sorpresas que da la vida

Dejé de ser santista por una decepción compartida con millones de colombianos.

Nunca llegué a imaginar que mi pasada columna desatara las iras del presidente Santos. Solo me proponía con ella mostrar algunas de las exigencias que en La Habana están formulando las Farc. No son un secreto, pues sus comandantes las lanzan a los cuatro vientos ante cámaras de televisión y redes sociales. Dos de ellas parecen tener luz verde: la desactivación de las armas, pero no su entrega, y el no pago de cárcel para las Farc. De hecho, el propio fiscal Montealegre acepta este punto como algo propio de una justicia transicional. No sabemos lo que va a pasar con las restantes exigencias.
Ahora bien, el ‘vaciadón’ que me pegó el presidente Santos, según palabras de Poncho Rentería, tiene dos explicaciones. Por una parte, nuestro Primer Mandatario no parece perdonarle hoy a un columnista expresar dudas e inquietudes sobre el proceso de paz. Las califica de ‘panfletos’. Por otra, de manera equivocada, da por sentado que uno lo está acusando de aceptar exigencias de las Farc, tales como la reducción del Ejército. Pero no es así. Justamente, las he llamado callejones sin salida porque resulta difícil que el Gobierno las acepte.
Enardecido por lo que debió interpretar como una embestida contra su proceso de paz, además de las dudas que me permití expresar en torno a la ausencia en La Habana del general Mora, el Presidente llegó al extremo de asegurar ante las cámaras que yo había dejado de ser partidario suyo porque me canceló un contrato. Supongo que esto suele ocurrir en el mundo político, donde él se mueve, cuando a un partidario suyo le quita de pronto la ‘mermelada’. Por fortuna, como soy completamente ajeno a tales prácticas, ese no es mi caso.
Sí, es cierto, fui un entusiasta partidario suyo. Voté por él. Lo veía como el mejor sucesor de Uribe y el más fiel continuador de su política de seguridad democrática. Pero, como todos hemos visto, no fue así. Su inesperado viraje se hizo visible cuando le tendió la mano a Chávez. Más tarde, sus promesas incumplidas, el reparto de prebendas y otros giros similares de su gobierno me movieron a expresar críticas en mi columna. En suma, no dejé de ser santista por la cancelación de un contrato, sino por una decepción compartida con millones de colombianos.
A propósito, ¿cómo y por qué surgió tal contrato? Vale la pena que se sepa. Lo convinimos con el expresidente Uribe cuando renuncié a la embajada en Portugal. Allí, empeñado en combatir los infundios que ciertas ONG en Europa difundían en los medios de comunicación, logré hacer un minucioso registro de los periodistas europeos que cubrían la información internacional para divulgar entre ellos reportes y publicaciones en español, inglés, francés, alemán e italiano sobre lo que realmente estaba sucediendo en Colombia. El Presidente decidió entonces que prosiguiera esta tarea, ya de manera independiente. Y así lo hice.
Logré interesar a una productora española para que realizáramos un documental sobre el terrorismo que padecía Colombia por culpa de las Farc. Recuerdo que varias veces visité a Juan Manuel Santos, entonces ministro de Defensa, para obtener videos e informes incautados a la guerrilla, así como pruebas de sus acciones terroristas que me había propuesto difundir en Europa. No me extrañó entonces que Santos, recién elegido, me diera su aprobación para que estas operaciones informativas prosiguieran en su gobierno.
De ahí que no entendiera por qué el Presidente lo calificara como contrato indebido. Esta colérica reacción suya contrasta con la de Humberto de la Calle, cuando decidió responder en este mismo diario a mis inquietudes confesando que le daba gusto debatir con altura distintas posiciones frente al proceso de paz. El presidente Santos, en cambio, prefirió sustituir esta opción por la de un feroz látigo verbal. Realmente no me lo esperaba. Sorpresas que da la vida.
P. D. Otro infundio. Mi contrato no fue de cien millones de pesos, sino de nueve millones mensuales, el último por cuatro meses, con los cuales pagaba traductores, transcriptores y la página web.
Plinio Apuleyo Mendoza
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