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Soldaditos de plomo

El Centro Democrático y sus líderes han querido dividir a las Fuerzas Armadas.

El Frente Nacional, es decir la alternación en el poder de los partidos Conservador y Liberal y la repartición simétrica de los cargos públicos entre las dos colectividades, trajo muchos beneficios. Ese pacto permitió que cesaran las guerras intestinas que por más de siglo y medio desangraron al país. Ese régimen fue una democracia restringida, pero que sin duda sirvió como un bálsamo para restañar las heridas que –por generaciones– habían dejado las múltiples violencias.
Hay un aspecto del Frente Nacional que es, quizás, su principal bondad. Ese régimen despolitizó a la Fuerza Pública, que hasta entonces había sido presa, en gran medida, de la cooptación y manipulación por parte de los partidos y de los intereses políticos. Hasta el plebiscito de 1957 –que creó el Frente Nacional– no habíamos tenido un verdadero “ejército nacional” que pusiera su lealtad constitucional, su respeto a la democracia y su acatamiento a la república, por encima de las diferencias y pugnas políticas. Y los políticos también, desde ese momento crucial, acataron el mandato. Hasta que apareció Álvaro Uribe.
El Centro Democrático y sus líderes han querido dividir a las Fuerzas Armadas para volverlas presa de sus aspiraciones partidistas. Acaballados en el perfectamente comprensible escepticismo de los soldados sobre el proceso de paz, han manipulado a nuestros hombres en armas. La retórica de los tuiteros de oficio, encabezada por Uribe, que muestra fotos falsas, hace afirmaciones mentirosas, siembra desasosiego en las filas, está realmente incitando a una desobediencia que bordea con la sedición. No nos olvidemos de que en las elecciones del 2014 aparecieron situaciones de intrusión policial que favorecieron electoralmente a Óscar Iván Zuluaga. Mientras tanto, Uribe, desde que dejó la Casa de Nariño, contaba con un merecido refugio en las casas fiscales de la Fuerza Pública.
Uribe defiende, a punta de sembrar miedo, que el camino de la guerra es el que más le conviene a la Fuerza Pública. Afirma que el proceso de paz va a sepultar a los ejércitos de la patria. Se atreven, el Centro Democrático y sus tuiteros, a sostener que en La Habana se está entregando la preeminencia incuestionable de nuestra Fuerza Pública en el control del territorio. Mentira.
Es tal el desasosiego que ha sembrado Uribe, que a los comandantes de las Fuerzas les tocó pronunciarse públicamente diciendo: “Puede existir oposición y de hecho la hay, pero debe ser objetiva y debe buscar mecanismos de construcción de patria, de país y desarrollo; de ninguna manera utilizar las FF. MM. como una herramienta para cualquier actividad de tipo partidista”. Desafortunadamente, eso es lo que hace Uribe.
Manipulando las tragedias de las Fuerzas Armadas, Uribe se ha nutrido políticamente de lo que se podría llamar la “pornografía del dolor”, abusando de la sangre de nuestros soldados. Además, rompió el acuerdo sobre lo fundamental –que venía desde el Frente Nacional–, en el que los soldados de la patria no podrían ser usados para ganar elecciones. Uribe les está rompiendo el espinazo a los pactos históricos que desde los años 50 han separado las ambiciones políticas personales del estatus de no beligerancia política de la Fuerza Pública. Con sus rechiflas programadas, con sus mensajes insurreccionales a los soldados, con sus mentiras, está incitando descaradamente a un golpe de mano. Él quiere transformar a los hombres de acero de la democracia en soldaditos de plomo al servicio de sus aspiraciones autoritarias.
Díctum. ¿Puede un senador de la República, sin incurrir en delito, emplazar por sus fallos a las altas cortes, además cuando es en beneficio propio?
Gabriel Silva Luján
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