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Sobre lo divino y lo humano

No es sana una actitud que pretenda cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse.

Yolanda Reyes
“No me dejaré dictar la política económica por mis obispos, mis cardenales o mi Papa”, arengó el candidato republicano Jeb Bush, en alusión a la encíclica Laudato Si, escrita por el Papa y divulgada la semana pasada. Supongo que los estrategas de comunicaciones del Vaticano agradecieron esa frase y las reacciones que suscitó la carta entre políticos y feligreses conservadores, pues despertaron un mayor interés en la audiencia.
Aunque no soy lectora habitual de encíclicas y llegué a esta gracias al ruido mediático, no encontré, en las 192 páginas “sobre el cuidado de la casa común”, nada que me resultara sorprendente. Más bien me pareció que el nuevo afán papal por responder a las demandas de sus feligreses lo ha hecho caer en un lenguaje neutro, globalizado y sin acento (ni siquiera religioso), como de organismo diplomático. Por supuesto, hay afirmaciones sobre los excluidos y las tensiones entre el norte y el sur y sobre la concentración de la tierra, las políticas alimentarias, el consumo y la inequidad, pero todo está diluido entre lugares comunes sobre lo divino y lo humano, a la manera de esos documentos hechos por muchas manos que no amarran las ideas ni dejan resonando una voz particular.
Quizás el problema de la encíclica ecológica es que, pese a su aparente actualidad, la postura del Vaticano sigue siendo la misma frente a asuntos como el control natal. “En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan solo a proponer una reducción de la natalidad”, afirma el Papa, y sostiene que “el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario”, lo cual no parece verosímil al ver cifras: 7,3 mil millones de seres humanos estamos hoy a punto de hacer explotar esta casa común y se convertirán en cerca de 11.000 millones en el 2100, a menos que la Iglesia católica contribuya revisando su postura frente a los anticonceptivos.
Según lo expone el periodista científico Alan Weisman en su libro La cuenta atrás (Debate, 2014), “o hacemos descender la población a través de la planificación familiar responsable, o la naturaleza lo va a hacer por nosotros, brutalmente”. Desde ese punto de vista, la propuesta de ecología integral de la encíclica flaquea porque pensar en la sostenibilidad ambiental implica pensar que la raza humana esté en equilibrio con el resto de la naturaleza, y eso necesariamente conduciría a contradecir a los papas anteriores en asuntos de salud reproductiva.
Las consideraciones sobre la manipulación genética referida a las especies animales y a la humana, lo mismo que las relacionadas con el aborto y la homosexualidad, están camufladas entre propuestas políticamente correctas sobre el manejo del plástico o de las basuras y así, en esa ensalada de temas diversos, van apareciendo frases de este tipo: “La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre... Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma”, se lee en la encíclica.
“No es sana”, ¿se dan cuenta de las frases que se cuelan entre el follaje? Detrás de una apariencia verde, habló la misma Iglesia. Y, palabras más, palabras menos, dijo lo mismo de siempre.
Yolanda Reyes 
Yolanda Reyes
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